domingo, 30 de abril de 2017

DOMINGO III DE PASCUA (A)

-Textos:

       -Hch 2, 14. 22-28
       -Sal 15, 1-11
       -1 Pe 1, 17-23
       -Lc 24, 13-35

Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Qué fuerza y qué temple apostólico reflejan las palabras de Pedro a las gentes de Jerusalén en el discurso que hemos escuchado en la primera lectura: “Lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte…”

Y en contraste llamativo, cuánta tristeza y desaliento revelan las palabras que comentan con Jesús los dos discípulos que caminan a Emaús: Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel”.

Y nosotros, ¿en qué estado de ánimo nos encontramos esta mañana después de haber vivido la Pascua en las celebraciones de los días pasados?

La vuelta a la vida ordinaria, el ambiente poco religioso que se respira en la calle, la lucha de cada día, la rutina, puede inducirnos a la apatía y al pesimismo. “Nosotros esperábamos que todo el mundo reconociera a Jesucristo como salvador, sin embargo, al menos en nuestra tierra, parece que cada día está más olvidado”.
No caigamos en la tentación del desaliento. Nosotros también actualmente, en medio de esta sociedad plural y secularizada, podemos llegar al convencimiento firme y entusiasmante de que Jesucristo ha resucitado y vive y nos da su Espíritu.

El precioso evangelio que se nos ha proclamado hoy es sumamente aleccionador. No nos quedemos solo con el lamento inicial de estos discípulos que caminan con Jesús sin advertir que es el mismo Jesús quien les acompaña. Recojamos dos frases que son también de ellos mismos:

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Escuchar la Palabra de Dios, ésta es la primera fuente de la que mana la noticia cierta de que Cristo vive y ha resucitado. La Palabra de Dios que podemos escuchar sobre todo cuando en nombre del Dios nos reunimos aquí, en la asamblea cristiana; también cuando escuchamos las enseñanzas del papa y del magisterio de la Iglesia, en la oración silenciosa y privada, en la “lectio divina” y en otros momentos.

Oímos tantas palabras, tan distintas y contradictorias… ¿Cómo podremos mantener la fe y acrecentarla, si no escuchamos la palabra que la suscita?
Hermanos: para creer que es verdad, que Cristo ha resucitado, escuchar la Palabra de Dios, con regularidad, con constancia.


La segunda frase, que me permito poner a vuestra consideración, también la oímos de boca de estos dos discípulos que han ido a Emaús y han vuelto a Jerusalén: “Y ellos contaron… cómo lo habían reconocido al partir el pan”. “Te conocimos, Señor, al partir el pan; tú nos conoces Señor, al partir el pan”, cantamos en una canción que ha tenido fortuna en nuestras reuniones litúrgicas. Sí, hermanos, la eucaristía de cada domingo y de cada día, es el lugar y el momento más propicio para adquirir el convencimiento cierto y la experiencia más reconfortante de que Cristo ha resucitado, que ha vencido al muerte y al pecado y nos da la vida eterna. Los cristianos no podemos vivir sin la eucaristía, decían los primeros cristianos. “La eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, nos dijo el Concilio Vaticano II, porque ella contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo, nuestra Pascua”.