-TEXTOS:
-Ex 12,
1-8. 11-14
-Sal 115,
12-18
-1 Co 11,
23-26
-Jn 13,
1-15
“Esto
es mi cuerpo que se entrega por vosotros… También vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros”.
Queridas
hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:
Tarde de
Jueves Santo, Última Cena del Señor con sus discípulos, la
eucaristía, manifestación suprema del amor de Dios a los hombres.
Nosotros nos sentimos convocados por Dios para redescubrir, para
agradecer, para participar en este misterio fuente y cumbre de la
vida cristiana.
Meditemos
esta tarde algunos de sus aspectos más valiosos:
Dos
veces repite san Pablo en su relato la palabra entrega: “La
noche en que iba a ser entregado…”,
dice; y luego, al transmitir las palabras mismas de Jesús: “Esto
es mi cuerpo que se entrega por vosotros…”. Jesucristo
está realmente presente en la eucaristía; “Estos es mi cuerpo”,
quiere decir “Esta es mi persona”, esta es mi persona que se
entrega por vosotros.
Jesucristo
en la eucaristía está dándose, en actitud de darse a todos los
hombres. No es su presencia como una estatua de piedra, muy bella a
la vista, pero fría y estática; ni como una fotografía muy
querida y bien guardada en un relicario pero que no se saca, para que
no se pierda. Jesucristo,
“en la noche en que iba a ser entregado…
se entregó, entregó su persona, se dio a sí mismo. Y añadió:
“Haced esto en
memoria mía”. Es decir: “Yo
estaré con vosotros dando mi vida, dándome,
cada vez que hagáis esto en memoria mía”.
Este es
un aspecto muy importante de la eucaristía, pero permitidme que
señale también otro, que Jesús puso de relieve cuando toma el
cáliz: “Este
cáliz, dice,
es la nueva alianza sellada con mi sangre”.
¿Sabéis
en qué consiste la “Nueva alianza”? En palabras de Jeremías:
“Pondré mi Ley en
su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo”. Jesucristo
en la eucaristía identifica plenamente su querer con el querer del
Padre, de manera que en él la voluntad de Dios no tiene carácter de
obligación, porque él quiere libremente, con toda su alma y todo su
corazón, el querer del Padre.
Y esta es la
buena noticia, queridos hermanos: Cuando participamos en la
eucaristía, comulgamos con Cristo; nuestro corazón se renueva;
nuestro querer se va haciendo querer de Jesús, que se identifica
con el querer mismo de Dios. Nuestro corazón se renueva desde
dentro, vamos logrando querer lo que Dios quiere; no sin esfuerzo,
pero libremente, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma.
Se cumple en nosotros la Nueva Alianza.
Por fin,
hermanos, los hombres si creemos en Jesucristo, si participamos en la
eucaristía, si comulgamos en su Cuerpo y en su Sangre, podemos
cumplir la voluntad de Dios.
Y
permitidme, hermanos, en esta tarde memorable, que me alargue un
poco, para sacar algunas consecuencias: “También
vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.
Si
participamos en la eucaristía, si comulgamos con Cristo que se
entrega, también nosotros debemos darnos unos a otros. Sobre todo,
si la eucaristía nos da fuerzas para que nos demos a los demás y
hasta entreguemos la vida por los hermanos.
Hermanas,
vosotras que disfrutáis la gracia de participar todos los días en
la eucaristía y vivís en comunidad, vosotras podéis ser profecía
de una humanidad reconciliada, en la que el prójimo no es mi rival,
sino mi hermano.
Queridos
hermanos seglares, laicos, habéis recibido el bautismo, sois
invitados cada domingo y cada día a participar de la eucaristía: la
eucaristía es tarea, pero antes y, sobre todo, la eucaristía es
fuente de energía. La eucaristía es sal y fermento universal para
hacer que en este mundo sea posible la convivencia asentada en el
amor, un amor como el de Cristo.
Nada humano
nos debe ser ajeno: ¡Y cómo sufre la humanidad! Hoy día del amor
fraterno: Los enfermos desasistidos, los ancianos relegados, las
familias divididas, los matrimonios rotos; los refugiados que no
encuentran acogida, los adultos que no encuentran trabajo… Y otras
mil dolorosas situaciones… los que mueren atravesando el mar, la
amenaza del terrorismo y de la guerra, la violencia de género; la
banalización del sexo y del amor; la idolatría del dinero…
La
eucaristía nos da fuerza, y por eso, nos urge a tomar partido en
estas causas. Sí, tomar partido, pero con el evangelio en la mano.
“Si yo, el Maestro
y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros
los pies unos a otros: os he dado ejemplo, para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.