-Textos:
-Is 52,
13-53, 12
-Sal 30,
2.6.12-17.25
-Hb 4,
14-16; 5, 7-9
-Jn 18,
1-19, 48
“Todo
está cumplido”
Hermanas,
hermanos todos: Viernes Santo, silencio, ha muerto el Señor.
Pero
Jesucristo crucificado es el Verbo de Dios, es la Palabra de Dios. El
silencio de Cristo crucificado es silencio que habla, silencio
elocuente.
Contemplemos
primero, dos diálogos: Jesús es interrogado por Pilato: ¿“Conque
tú eres rey”? Jesús,
sabe que se juega la vida, pero confiesa paladinamente su identidad:
"Sí, soy Rey.
Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad".
Otro diálogo:
Pedro es interrogado por una mujer, la portera del pretorio:
-“¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?”.
Pedro oculta su
identidad, responde falsamente: “No
lo soy”.
Hermanos,
¿damos la cara por Cristo? ¿Ocultamos nuestro bautismo?
¿Disimulamos nuestra identidad cristiana?
Sin
embargo, el mal y el pecado son mucho más atrevidos y se manifiestan
en el mundo sin vergüenza ninguna: “Queréis
que os suelte al rey de los judíos? –“A ese, no, a Barrabas”.
Muchos de los que
gritaban de esta manera, sin duda, habrían visto a Jesús que pasaba
haciendo el bien, expulsando demonios y curando a los enfermos. ¡Qué
fácilmente prende el mal en los corazones débiles; y cuánta
habilidad manifiesta para hacer daño y pervertir la conciencia,
cuando prende en el corazón de los malvados!
Ayer por la
tarde, no sé si en la misma catedral derruida por el atentado, se
sentaban con nosotros y como nosotros, en la mesa de la Cena del
Señor, hermanos nuestros coptos, llenos de fe, pero con el corazón
sangrante todavía por el dolor de los hermanos que el domingo de
Ramos habían muerto víctimas de la locura terrorista. La fuerza del
mal y del pecado: ¡Somos
familia de mártires! ¿Caemos suficientemente en la cuenta?
Pero al fin,
hermanos, el Verbo de Dios crucificado interrumpe el silencio y nos
habla.
“Mujer,
ahí tienes a tu hijo”.
Esa mujer es María, ese hijo soy yo; esa mujer es la Iglesia, con
mayúsculas, ese hijo soy yo. “Hijo,
ahí tienes a tu Madre”.
¡María es Madre mía! ¡la Iglesia es Madre mía! Guardemos
silencio, no puede ser más elocuente.
Y sigue
Jesús: “Tengo
sed”; Tengo sed
de ti. Santa Teresa de Calcuta oyó esta voz contemplando al
Crucificado y se lanzó a recoger en sus brazos a todos los pobres
del mundo.
Todavía,
guardemos silencio, la última palabra de Jesús: “Todo
está cumplido”.
A los ojos de los hombres todo es un fracaso. A los ojos del Padre
Dios, todo está cumplido. Todo: porque he cumplido con la máxima
perfección la voluntad de Dios; todo, porque he amado a todos los
hombres hasta el extremo, hasta dar la vida por ellos.
Aquí está
el secreto y la sabiduría de la cruz: En el más cruel e ignominioso
de los delitos humanos, resplandece la máxima revelación del amor
divino.
Que el
Espíritu Santo que nos entregas al expirar tu último aliento nos
conceda la gracia de encontrar en lo hondo de nuestro espíritu y en
el silencio de la fe la Palabra encarnada que vence al miedo y al
pecado, que enamora mi vida e ilumina mi sendero.