sábado, 15 de abril de 2017

VIGILIA PASCUAL (A)

-Textos:

       -Ro 6, 3-11
       -Sal 117, 1-2.16-17.22-23
       -Mt 28, 1-10

No está aquí: ¡Ha resucitado!”

Ha resucitado”. Estas palabras resuenan hoy, en esta noche, para nosotros y hacen presente el mismo acontecimiento insospechado, increíble, pero trascendental, salvador y sembrador de esperanza, que ocurrió hace más de dos mil años, y del que fueron testigos privilegiados María Magdalena y la otra María.

¡Jesucristo ha resucitado! ¡Jesucristo vive!

Jesucristo, vencedor de la muerte y del pecado, es verdaderamente luz del mundo, sal y fermento incorruptibles para la humanidad y para el universo entero. Jesucristo, glorioso en el cielo y presente en la tierra por su Espíritu ha vencido a los dos mayores enemigos del hombre: la muerte y el pecado.

A partir de su victoria, podemos decir con el poeta: “Morir solo es morir; morir se acaba”. La muerte no es un suceso fatal y definitivo.

A partir de su resurrección y su victoria, el pecado ha perdido su aguijón; en su raíz está vencido. Quien cree en Jesucristo, quién por la fe deja que la fuerza del Espíritu Santo y la vida misma de Dios transformen su corazón, su mente, su voluntad sus sentimientos, puede dominar sus pasiones, cumplir la voluntad de Dios y vivir consagrado al servicio del amor al prójimo, de la justicia, la libertad y la paz.

El anuncio de esta noche abre en el mundo una luz de esperanza. Si la muerte y el pecado no tienen la última palabra, merece la pena vivir, merece la pena luchar. El amor, el amor como el de Cristo, tiene la última palabra. Vivir como Jesús, trabajar por el Reinado de Dios, poner en práctica el evangelio lo bendice Dios, dejan paz y felicidad en el corazón y construyen un mundo mejor y más humano.

Nosotros, esta noche, tenemos que dejarnos empapar por la gracia que, como rocío de primavera, rezuma en la liturgia que estamos celebrando. Esta gracia quiere provocar en nosotros la misma alegría, la misma experiencia de conversión y de adhesión a Jesucristo que tuvieron los primeros testigos, que nos transmitieron atónitos y deslumbrados la gran noticia: “No está aquí, no está en el sepulcro; ha resucitado”.

Un momento privilegiado para recibir esta gracia puede ser la renovación de las promesas bautismales. Esta noche santa, clara como el día, está grávida tanto de la gracia de la fe en el resucitado como de la gracia de redescubrir y revitalizar la naturaleza propia de nuestro bautismo.

Permitidme que repita, casi sin comentarios algunas de las frases que hemos escuchados en la epístola de san Pablo. Ellas sí que son también sal de la buena y fermento incorruptible, capaces de transformar nuestras vidas y la vida entera del mundo: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte… “Por el bautismo ha quedado destruida nuestra personalidad de pecadores y hemos quedado libres de la esclavitud del pecado”; “Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo (los bautizados), creemos que también viviremos con Él, por tanto, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios”.


¡Ah, hermanos, si conociéramos bien quiénes somos, cuál es la riqueza, la grandeza y la responsabilidad que entraña nuestro bautismo…! Seríamos mucho más felices, y seríamos, de verdad, los más poderosos agentes de un mundo nuevo y mejor.