domingo, 28 de mayo de 2017

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)

-Textos:

       -Hch 1, 1-11
       -Sal 46, 2-9
       -Ef 1, 17-23
       -Mt 28,16-20

Id y haced discípulos de todos los pueblos…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy es un domingo especial, porque celebramos la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo a los cielos.

El misterio de la Ascensión del Señor celebra el triunfo de Jesús y el acabamiento perfecto de su obra. Es como si el Padre dijera a Jesús: “Todo lo has hecho bien; me has amado infinitamente y me has cumplido mi voluntad perfectamente; incluso pagando con el precio de tu vida a causa del pecado de los hombres, pero tu obra y tu misión son perfectas. Ahora sube al trono de gloria que te corresponde, eres Señor y Rey de cielos y tierra”; que toda la humanidad y el universo entero puedan contemplar y reconocer lo que has hecho por ellos.

Nosotros, ante este misterio, no podemos menos que alegrarnos, dar gracias a Dios y felicitar a Jesucristo. Somos discípulos suyos, creemos en él y lo amamos. Nos alegra su triunfo, y también, nos llena de esperanza: nosotros podemos alcanzar la victoria que él ya ha obtenido.

El misterio de la Ascensión nos trae, además, un mensaje misionero. Es, sobre todo, en este ciclo litúrgico, ciclo A, el domingo más misionero de todos los domingos del año. “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Jesús sube a los cielos y encomienda a sus discípulos que continúen su misión. Jesús llamó y preparó a su apóstoles y discípulos para que continuaran su misión. Y en este momento les autoriza y les manda a predicar el evangelio. Nosotros somos discípulos de Jesús, a nosotros se nos encomienda la misión de transmitir la fe. Hemos recibido el bautismo, somos miembros de la Iglesia; no se nos ha concedido esta gracia sólo, ni principalmente para nuestra salvación personal, sino primero, para que extendamos el Reino y publiquemos con la palabra y con la vida que Jesucristo ha resucitado, ha vencido el pecado y a la muerte, y ha sido constituido Señor y Salvador del mundo. Una esperanza nueva ha surgido en el mundo: nosotros también podemos resucitar, traspasar los límites de la muerte y alcanzar la vida eterna.

Jesús al subir al cielo nos encomienda que comuniquemos esta noticia: en casa, en el trabajo, en la calle; con alegría y entusiasmo, con respeto a todos pero con convicción, de palabra y con el ejemplo: “I y haced discípulos de todo los pueblos, bautizándolos”.

No nos excusemos en nuestra ignorancia o impotencia: El que sube a los cielos y ya no está con nosotros físicamente, ni transfigurado, va a estar espiritualmente presente enviándonos el Espíritu Santo, en su Palabra y en los sacramentos. “El estará con nosotros hasta el fin del mundo”.

En este domingo tan especial tenemos que tomar nota de una consigna que nos ha transmitido nuestro querido papa, Francisco. Somos cada día más conscientes del poder que los medios de comunicación han alcanzado en el mundo. Lo poderes políticos y económicos cuentan con ellos y tratan de ponerlos a sus servicio. Los medios de comunicación social son medios humanos, los han inventado los hombres, pero son criaturas de Dios. Son en sí buenos. Todos somos conscientes que pueden ser utilizados al servicio del mal y para manipular abusivamente las mentes y las conciencias; y pueden ser usados también al servicio de la cultura, del conocimiento, de los valores que humanizan y crean una conciencia de solidaridad, de respeto, de libertad, al servicio de una humanidad más justa, más libre y más en paz. Pidamos a Dios y trabajemos para que esto suceda.


Y no olvidemos: en este campo también contamos con la ayuda y la presencia de Jesús “que va estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

domingo, 21 de mayo de 2017

DOMINGO VI DE PASCUA

-Textos:

      -He 8, 5-8. 14-17
      -Sal 65, 1-7.16.20
      -1 Pe 3, 15-18
      -Jn 14, 15-21

Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús hoy, en el evangelio nos habla del Espíritu Santo. Dice a los discípulos en el Sermón de la Cena: “Yo le pediré al Padre (en el cielo), que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.

Jesús resucitado deja a sus seguidores, a la Iglesia el Espíritu Santo. En realidad son dos bienes preciosos lo que nos deja al terminar sus días en este mundo: Uno es su misma presencia, que ya no va a ser física, sino espiritual; y el segundo gran don que nos deja es el Espíritu Santo.

Nosotros, los cristianos, estamos habituados, normalmente, a tratar con Jesucristo en la oración, con un trato de amistad, familiar y confiado. No lo vemos, pero creemos en él y creemos que él está en nosotros, en lo más íntimo de nosotros mismos, y nos da señales que nos hacen entender que sí, que está con nosotros, nos habla, nos escucha y atiende nuestras súplicas.

Hemos sido educados así, en nuestra fe, y estamos familiarizados con la presencia de Jesucristo en nuestras vidas.

Pero no ocurre lo mismo con la otra preciosa e imprescindible donación: la presencia del Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, tercera persona de la Santísima Trinidad.

La presencia del Espíritu santo en la Iglesia es esencial y necesaria. Jesús nos dice hoy que el Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad. El espíritu Santo asiste a la Iglesia para que se mantenga fiel a Jesucristo, sin desviaciones, hasta el fin de los siglos; asiste al papa y a los obispos en su magisterio; asiste también a los teólogos para que actualicen las verdades de la fe al lenguaje actual sin adulterarla.

Y el Espíritu santo está con nosotros y en nosotros de muchas maneras, aunque nosotros no lo percibamos: Los niños de primera comunión reciben a Jesús, pero es el Espíritu Santo quien va a dar impulso y fuerza de gracia para que la comunión recibida ahora en la inocencia pueda repetirse con fruto de buenas obras muchas veces en el futuro; lo mismo que el sacramento de la confirmación en los adolescentes. El sacramento del matrimonio a los casados por la Iglesia os convierte en signos del amor de Dios y de su presencia en medio de la familia y en medio del mundo; pero es el Espíritu Santo quien da lugar para que esta verdad tan hermosa sea vivencia y experiencia real en los matrimonios cristianos, que les ayuda en las dificultades y les ayuda a desempeñar su misión de trasmitir la fe en la familia. Es el Espíritu Santo quien curte en el arte delicado de la contemplación de Dios a las hermanas en el monasterio, y quien sostiene el celo apostólico de los sacerdotes en esta sociedad secularizada.

Hoy se celebra la Jornada por el enfermo: Es el Espíritu santo quien trabaja en el enfermo para que encuentre sentido a su enfermedad, y pueda encontrar consuelo pensando en la cruz de Cristo. Y es también el Espíritu Santo, quien mueve a tantas personas, familias, voluntarios, enfermeras, médicos, a prestar ayuda, compañía y consuelo a los enfermos.

Para terminar: El Espíritu Santo es quien hace que las palabras que pronuncia el sacerdote en la consagración realicen el milagro de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y quien después de la consagración, impulsa a todos los que participan en la eucaristía a vivir unidos en una sola Iglesia y en un mismos sentir y pensar.


Hermanos: creamos en la presencia de Jesucristo resucitado entre nosotros, pero creamos, creamos y contemos con la presencia activa e imprescindible del Espíritu Santo en nuestras vidas. 

domingo, 14 de mayo de 2017

DOMINGO V DE PASCUA (A)

-Textos:

       -Hch 6, 1-7
       -Sal 32, 1-5.18-19
       -1 Pe 2, 4-9
       -Jn 14, 1-12

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hermosa mañana primaveral de este mes de Mayo, pero para nosotros, domingo del tiempo pascual, cargado de buenas noticias:

La primera viene en la segunda lectura que se nos ha proclamado: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios”.

Tenemos que dar muchas gracias a Dios por haber recibido el bautismo, por ser cristianos. A la dignidad de ser imagen y semejanza de Dios por ser criaturas suyas, se añade la dignidad de ser hijos adoptivos de Dios por Jesucristo, que nos constituye en sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios. No son privilegios que nos hacen superiores a los demás hombres, sino dones gratuitos que nos comprometen a servir a los demás y a comunicarles los mismos dones que a nosotros se nos han concedido; dones que nos permiten afrontar la vida con una esperanza nueva, y a comunicar el evangelio a los pobres, a los que sufren, a los que a sabiendas o sin saberlo buscan a Dios.

La otra buena noticia de este domingo la recibimos de labios del propio Jesús: “Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Ser cristiano es creer que “Jesús es el camino y la verdad y la vida”. Pero creerlo de una manera efectiva y práctica: Que Jesucristo cuente como criterio principal a la hora de tomar una decisión, de elegir una carrera, de dar una respuesta o un consejo a la pregunta de mis hijos, de recibir o no a una persona, de administrar el dinero, de asumir una enfermedad… En una palabra: que la vida de Jesús y sus enseñanzas sean norma primera y norte que rige y orienta mi vida.

Solo si Jesucristo viene a ser efectivamente “camino y verdad y vida” en nuestra vida, nosotros adquirimos temple para desplegar con entusiasmo y de manera convincente nuestra vocación de cristianos. Esa vocación que tan bella y magistralmente nos ha descrito san Pedro en la segunda lectura: “Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios”.

Mirad cómo entendía su vocación y su misión la naciente comunidad cristiana de Jerusalén. Lo hemos escuchado en la primera lectura: En esta comunidad se reunían para celebrar la eucaristía, los apóstoles predicaban la Palabra de Dios, invitaban a la oración, y toda la comunidad procuraba que las viudas, hemos de entender las personas necesitadas, estuvieran bien atendidas.

Eucaristía, palabra de Dios, oración y atención a los necesitados, este es el proyecto de vida para los que hemos venido a ser, por el bautismo, “piedras vivas, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo elegido para proclamar las hazañas del Señor”.

¡Qué excelente y preciosa es nuestra vocación de cristianos! Y al mismo tiempo, que gran responsabilidad implica! Sólo si sentimos a fondo aquel deseo de Dios que con toda sinceridad manifestó Felipe a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, podremos también comprender en toda su hondura la grandeza de nuestra vocación.

Ese deseo grande y precioso es el que alienta vuestras vidas, queridas hermanas benedictinas, el que percibimos de vosotras y el que nos contagiáis, cuando estamos con vosotras. Se trata de un deseo que todos tenemos, pero no todos atendemos.

Vengamos a la eucaristía, porque “quien ha visto a Jesús ha visto al Padre”.



domingo, 7 de mayo de 2017

DOMINGO IV DE PASCUA (A)

-Textos:

       -Hch 2, 14a. 36-41
       -Sal 22, 1-6
       -1 Pe 2, 20b-25
       -Jn 10, 1-10

Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Este domingo que vivimos hoy es llamado litúrgicamente como “Domingo del Buen Pastor”.

Jesús es el Buen Pastor, pero el evangelio que hemos escuchado nos dice, más bien, que Jesús es la Puerta, y de sus labios escuchamos una catequesis sobre los buenos y malos pastores.

Son malos pastores los que entran en el aprisco, no por la puerta, sino saltando la valla. Jesús se refería claramente a los sacerdotes, escribas y fariseos. San Agustín, en un famoso comentario sobre los buenos y malos pastores dice que malos pastores son aquellos que en vez de servir al rebaño, a la comunidad que les han encomendado, y sacrificarse por ella, se aprovechan de las ovejas, es decir, de los fieles, para su medro personal y sus intereses.

¿Somos buenos o malos pastores? Es una buena pregunta, que debemos hacernos constantemente los sacerdotes, los obispos…, pero también los catequistas y los padres de familia, y los profesores y educadores; también vosotras hermanas… ¿hacemos de nuestra condición de cristianos católicos un título para ser bien considerados en la sociedad, para creerme buena ante Dios, pero me olvido de mi responsabilidad de dar ejemplo y vivir no sólo los mandamientos, sino incluso la preferencia por los pobres, el perdón, el esfuerzo para transmitir la fe?

Pero Jesús habla también y, sobre todo, de los buenos pastores. Son los que entran por la puerta, que es él mismo. Esto es muy importante: Jesucristo es el criterio, el norte para definir a los buenos y malos pastores. Jesucristo es criterio, modelo y fuente de vida y de actuación para todos. Él es la puerta, el punto de referencia para discernir si nosotros somos buenos pastores, buenos evangelizadores, que olemos a ovejas, en frase de nuestro querido Francisco, o somos salteadores, que pretendemos evangelizar y transmitir una fe que no es fe, porque no pasa por la puerta que es Cristo, sino que pretende otros valores que no son el evangelio: dinero, fama, acomodarse al modo de pensar del mundo. 

Examinemos nuestra conciencia. Pero sobre todo oremos mucho, hermanos, hagamos mucha oración.

Gracias a Dios contamos en la Iglesia con seminarios donde los formadores son conscientes y sabedores de que Jesús es el Buen Pastor, la Puerta estrecha por la que debemos pasar todos, pero especialmente los que van a ser ordenados. Son muchos los sacerdotes buenos pastores, son pocos los que escandalizan. Los jóvenes que entran en el seminario se encuentran con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, que da la vida por sus ovejas.

Oremos por las vocaciones sacerdotales, misioneras, contemplativas. Son las que han escuchado la voz cálida y amorosa del Buen Pastor, son las personas que sintiendo el amor del Buen Pastor por ellos, le aman, y alegres y seguras se atreven a entrar por la puerta estrecha.

Los sacerdotes, los consagrados, los matrimonios, los seglares que descubren a Cristo como la puerta cierta para acceder a la salvación, son el pulmón de la Iglesia. Dios Padre nos está esperando a todos para encomendarnos el aprisco, el vasto mundo, para evangelizarlo.