domingo, 21 de mayo de 2017

DOMINGO VI DE PASCUA

-Textos:

      -He 8, 5-8. 14-17
      -Sal 65, 1-7.16.20
      -1 Pe 3, 15-18
      -Jn 14, 15-21

Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús hoy, en el evangelio nos habla del Espíritu Santo. Dice a los discípulos en el Sermón de la Cena: “Yo le pediré al Padre (en el cielo), que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.

Jesús resucitado deja a sus seguidores, a la Iglesia el Espíritu Santo. En realidad son dos bienes preciosos lo que nos deja al terminar sus días en este mundo: Uno es su misma presencia, que ya no va a ser física, sino espiritual; y el segundo gran don que nos deja es el Espíritu Santo.

Nosotros, los cristianos, estamos habituados, normalmente, a tratar con Jesucristo en la oración, con un trato de amistad, familiar y confiado. No lo vemos, pero creemos en él y creemos que él está en nosotros, en lo más íntimo de nosotros mismos, y nos da señales que nos hacen entender que sí, que está con nosotros, nos habla, nos escucha y atiende nuestras súplicas.

Hemos sido educados así, en nuestra fe, y estamos familiarizados con la presencia de Jesucristo en nuestras vidas.

Pero no ocurre lo mismo con la otra preciosa e imprescindible donación: la presencia del Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, tercera persona de la Santísima Trinidad.

La presencia del Espíritu santo en la Iglesia es esencial y necesaria. Jesús nos dice hoy que el Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad. El espíritu Santo asiste a la Iglesia para que se mantenga fiel a Jesucristo, sin desviaciones, hasta el fin de los siglos; asiste al papa y a los obispos en su magisterio; asiste también a los teólogos para que actualicen las verdades de la fe al lenguaje actual sin adulterarla.

Y el Espíritu santo está con nosotros y en nosotros de muchas maneras, aunque nosotros no lo percibamos: Los niños de primera comunión reciben a Jesús, pero es el Espíritu Santo quien va a dar impulso y fuerza de gracia para que la comunión recibida ahora en la inocencia pueda repetirse con fruto de buenas obras muchas veces en el futuro; lo mismo que el sacramento de la confirmación en los adolescentes. El sacramento del matrimonio a los casados por la Iglesia os convierte en signos del amor de Dios y de su presencia en medio de la familia y en medio del mundo; pero es el Espíritu Santo quien da lugar para que esta verdad tan hermosa sea vivencia y experiencia real en los matrimonios cristianos, que les ayuda en las dificultades y les ayuda a desempeñar su misión de trasmitir la fe en la familia. Es el Espíritu Santo quien curte en el arte delicado de la contemplación de Dios a las hermanas en el monasterio, y quien sostiene el celo apostólico de los sacerdotes en esta sociedad secularizada.

Hoy se celebra la Jornada por el enfermo: Es el Espíritu santo quien trabaja en el enfermo para que encuentre sentido a su enfermedad, y pueda encontrar consuelo pensando en la cruz de Cristo. Y es también el Espíritu Santo, quien mueve a tantas personas, familias, voluntarios, enfermeras, médicos, a prestar ayuda, compañía y consuelo a los enfermos.

Para terminar: El Espíritu Santo es quien hace que las palabras que pronuncia el sacerdote en la consagración realicen el milagro de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y quien después de la consagración, impulsa a todos los que participan en la eucaristía a vivir unidos en una sola Iglesia y en un mismos sentir y pensar.


Hermanos: creamos en la presencia de Jesucristo resucitado entre nosotros, pero creamos, creamos y contemos con la presencia activa e imprescindible del Espíritu Santo en nuestras vidas.