-Textos:
-He 8, 5-8.
14-17
-Sal 65,
1-7.16.20
-1 Pe 3,
15-18
-Jn 14,
15-21
“Y
yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesús
hoy, en el evangelio nos habla del Espíritu Santo. Dice a los
discípulos en el Sermón de la Cena: “Yo
le pediré al Padre (en el cielo), que os dé otro Defensor que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.
Jesús
resucitado deja a sus seguidores, a la Iglesia el Espíritu Santo. En
realidad son dos bienes preciosos lo que nos deja al terminar sus
días en este mundo: Uno es su misma presencia, que ya no va a ser
física, sino espiritual; y el segundo gran don que nos deja es el
Espíritu Santo.
Nosotros, los
cristianos, estamos habituados, normalmente, a tratar con Jesucristo
en la oración, con un trato de amistad, familiar y confiado. No lo
vemos, pero creemos en él y creemos que él está en nosotros, en lo
más íntimo de nosotros mismos, y nos da señales que nos hacen
entender que sí, que está con nosotros, nos habla, nos escucha y
atiende nuestras súplicas.
Hemos sido
educados así, en nuestra fe, y estamos familiarizados con la
presencia de Jesucristo en nuestras vidas.
Pero no
ocurre lo mismo con la otra preciosa e imprescindible donación: la
presencia del Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, tercera persona
de la Santísima Trinidad.
La
presencia del Espíritu santo en la Iglesia es esencial y necesaria.
Jesús nos dice hoy que el Espíritu Santo es el Espíritu de la
Verdad. El espíritu Santo asiste a la Iglesia para que se mantenga
fiel a Jesucristo, sin desviaciones, hasta el fin de los siglos;
asiste al papa y a los obispos en su magisterio; asiste también a
los teólogos para que actualicen las verdades de la fe al lenguaje
actual sin adulterarla.
Y el
Espíritu santo está con nosotros y en nosotros de muchas maneras,
aunque nosotros no lo percibamos: Los niños de primera comunión
reciben a Jesús, pero es el Espíritu Santo quien va a dar impulso y
fuerza de gracia para que la comunión recibida ahora en la inocencia
pueda repetirse con fruto de buenas obras muchas veces en el futuro;
lo mismo que el sacramento de la confirmación en los adolescentes.
El sacramento del matrimonio a los casados por la Iglesia os
convierte en signos del amor de Dios y de su presencia en medio de la
familia y en medio del mundo; pero es el Espíritu Santo quien da
lugar para que esta verdad tan hermosa sea vivencia y experiencia
real en los matrimonios cristianos, que les ayuda en las dificultades
y les ayuda a desempeñar su misión de trasmitir la fe en la
familia. Es el Espíritu Santo quien curte en el arte delicado de la
contemplación de Dios a las hermanas en el monasterio, y quien
sostiene el celo apostólico de los sacerdotes en esta sociedad
secularizada.
Hoy se
celebra la Jornada por el enfermo: Es el Espíritu santo quien
trabaja en el enfermo para que encuentre sentido a su enfermedad, y
pueda encontrar consuelo pensando en la cruz de Cristo. Y es también
el Espíritu Santo, quien mueve a tantas personas, familias,
voluntarios, enfermeras, médicos, a prestar ayuda, compañía y
consuelo a los enfermos.
Para
terminar: El Espíritu Santo es quien hace que las palabras que
pronuncia el sacerdote en la consagración realicen el milagro de
transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y
quien después de la consagración, impulsa a todos los que
participan en la eucaristía a vivir unidos en una sola Iglesia y en
un mismos sentir y pensar.
Hermanos:
creamos en la presencia de Jesucristo resucitado entre nosotros, pero
creamos, creamos y contemos con la presencia activa e imprescindible
del Espíritu Santo en nuestras vidas.