-Textos:
-Ex
34, 4b-6. 8-9
-Daniel 3, 52-56
-2 Co 13,
11-13
-Jn 3,
16-18
“En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Celebramos en
este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad, y también la
Jornada “Pro Orántibus”, es decir, por vosotras, y por todos los
que, por vocación especial del Señor, dedican la vida expresamente
a la contemplación.
“En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”.
Con esta invocación, mientras describimos sobre nuestro pecho la
señal de la cruz, comenzamos nuestros actos de piedad, y otras
muchas actividades importantes. Nuestros padres y educadores en la fe
nos han enseñado que en cualquier momento conviene que nos
santigüemos e invoquemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Esta
invocación es, en primer lugar, una confesión de fe: Creemos en un
solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego en el prefacio
de la misa vamos a proclamar: “Es justo darte gracias, Señor Padre
Santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu Hijo y el Espíritu
Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola persona, sino
tres personas en una sola naturaleza”. Esta es nuestra fe.
“En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo” es también una
súplica de bendición. Pedimos a Dios que nos bendiga y nos proteja
en ese momento, en esa actividad que vamos a comenzar.
Es también
una ofrenda: Ante una celebración religiosa, ante una actividad que
vamos a emprender, ante una situación en que nos encontramos, decir
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” es decir
“Te ofrecemos, te entregamos este momento de nuestra vida. Más
aún, nos entregamos a ti, en esto que hacemos.
Todo esto y
mucho más, que podemos poner cada uno, es lo que queremos decir
cuando nos santiguamos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
Esta es la fe
que anima nuestra vida cristiana, y es la fe que anima, sobre todo, a
aquellos hermanos y hermanas nuestros contemplativos, a quien el
Señor ha llamado con llamada especial a vivir desde Dios y para
Dios; y desde Dios y para Dios, orar, interceder y dar gracias por
todos los hombres.
El lema
de este año para la jornada de la vida contemplativa dice:
“Contemplar el
mundo con la mirada de Dios”.
Las
comunidades contemplativas, queridos hermanos, no están
indiferentes, ni mucho menos, a la Iglesia y al mundo donde vivimos.
Es sorprendente cómo, desde la regularidad del horario de cada día,
están al tanto de los proyectos y de los problemas, que palpitan en
la sociedad y en la Iglesia. Pero ellos procuran mirarlos desde la
Palabra de Dios, desde Dios, para luego elevar una súplica en orden
a que todos los acontecimientos sean gracia salvadora para los
hombres.
De
esta manera nos enseñan a todos y nos invitan, a mirar el mundo, las
cosas, los acontecimientos y, sobre todo, a las personas desde la
mirada de Dios. Nos invitan a todos a que nos preguntemos: “Y Dios,
¿cómo verá esto, cómo lo juzgará”? ¿Qué haría Jesús en
este momento?, Y yo ¿qué debo hacer?
Los
monasterios, las comunidades contemplativas no están ajenas a
nosotros, y nos hacen un gran favor con su vida; nosotros tampoco
podemos dejarlas en el olvido, son nuestros hermanos, nuestras
hermanas, y debemos corresponder con nuestra apoyo, y nuestra
oración.