-Textos:
-Hch 2,
1-11
-Sal 103,
1-2.24.34
-1 Co 12,
3b-7. 12-13
-Jn 20,
19-23
“Como
el Padre me ha enviado, así también os envío yo… Recibid el
espíritu Santo”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El domingo de
Pentecostés, que hoy celebramos, es el broche de oro del tiempo
pascual. Hemos celebrado la muerte y resurrección de Jesús, hoy
recogemos los frutos de ese misterio. En Pentecostés Jesús envía
el Espíritu Santo y nace la Iglesia.
Según el
evangelista Juan, tres dones ofrece Jesús a sus discípulos en la
tarde misma de la resurrección: la paz de Dios, el perdón de los
pecados y el Espíritu Santo.
El Espíritu
Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, la tercera persona de la
Santísima Trinidad, el don de los dones; Él es Señor y dador de
vida, pero no de cualquier vida, sino de la vida de Dios, la vida
eterna.
El día de
Pentecostés los discípulos estaban reunidos en el cenáculo,
estaban encerrados y temerosos. Pero recibieron el Espíritu Santo.
Y ya nos cuenta san Lucas lo que sucedió: abren puertas y ventanas,
salen a la calle, proclaman a Jesucristo como vencedor de la muerte y
del pecado. Queda patente que el mensaje que predican los discípulos
interesa a todos los hombres, judíos y no judíos; afecta al ser o
no ser del hombre. Es el Espíritu Santo quien da lugar a que cuantos
lo escuchen lo entiendan, queden interpelados, y se conviertan. Y
nace la Iglesia.
San
Pablo nos dice en la segunda lectura: Nadie
puede decir “Jesús”, sino bajo la acción del Espíritu Santo…
Todos nosotros, judíos y griegos, hemos sido bautizados en un mismo
Espíritu, para forma un solo cuerpo”. Es
decir: Es el Espíritu Santo quien hace posible que nosotros vengamos
a creer en Jesucristo, y que podamos vivir unidos en la misma fe, y
formar una comunidad de hermanos, la Iglesia, para decir al mundo
que todos estamos llamados a formar una sola familia, como hermanos,
en torno a Dios, Padre y Creador de todos. Es la nueva creación: Al
principio de los tiempos, Dios Padre y creador hizo revolotear el
Espíritu Santo sobre el caos informe, y surgió el cosmos; ahora,
después de la resurrección de Jesús: Jesús mismo, sopla sobre los
discípulos y surge la nueva creación: el mundo nuevo donde es
posible la paz, porque es posible el perdón de los pecados y el
hombre nuevo, que tiene un corazón nuevo.
En el
bautismo somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Pero es el Espíritu Santo quien hace que estas
palabras que dice el ministro que bautiza, se hagan efectivamente
verdad y los bautizados vengamos a ser hijos de Dios, y quede
sembrada en nosotros la semilla de la vida divina, la vida eterna.
El espíritu
Santo, en la confirmación, intensifica su presencia en nosotros y
nos anima a dar testimonio de la fe en el mundo; el Espíritu Santo
es invocado por el sacerdote en la eucaristía, antes de la
consagración, y por la fuerza del Espíritu Santo sus palabras
hacen el milagro de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la
sangre del Señor. Y después de la consagración de nuevo el
sacerdote invoca al Espíritu Santo para que los que participamos en
la eucaristía vengamos a ser miembros del Cuerpo místico de
Cristo, todos uno y en comunión para que el mundo crea y se
convierta.