-Textos:
-Jer 20,
10-13
-Sal 68,
8-10.14.17.33-35
-Ro 5,
12-15
-Mt 10,
26-33
“No
tengáis miedo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“No
tengáis miedo”.
Tres veces repite esta consigna el Señor en el evangelio que hemos
escuchado hoy. El evangelio está aludiendo evidentemente a un
ambiente social hostil y amenazante de los doctores, escribas y
fariseos contemporáneos de Jesús, y al ambiente, más hostil
todavía, del tiempo de las primeras comunidades cristianas que se
desenvolvían entre los judíos que se reunían en las sinagogas, y
entre los paganos adoradores de los dioses y de las costumbres
licenciosas del imperio romano.
Esta
consigna de Jesús tiene para nosotros una enorme actualidad. Esta
semana los periódicos nos han traído la noticia de que en la
Universidad Autónoma de Madrid alguien ha pretendido dar fuego a un
capilla católica. Es un hecho lamentable y creemos que aislado. Lo
normal es movernos en medio de una sociedad que respeta la libertad
religiosa. Pero nos dejamos llevar de un ambiente poderosos y difuso,
que impone calladamente unos modos de pensar y unos comportamientos
que contradicen la fe, los criterios y los comportamientos que emanan
del evangelio y de las enseñanzas del papa, de los obispos, y de la
Iglesia en general.
En las
conversaciones de amigos, por ejemplo, se impone hablar de “lo
políticamente correcto”, para no desentonar. Parece que hemos
asumido la consigna de reducir nuestras convicciones religiosas al
ámbito íntimo de nuestra conciencia o, a los sumo, al ámbito de
nuestra familia. Pero hacia afuera, en la calle, en los negocios, en
los modos de comprar y vender y gastar y en los modos de opinar,
hacemos, y parece que se puede hacer, “lo que hace todo el mundo”.
La misa de los domingos, las separaciones matrimoniales, los
abortos, el pagar una factura sin IVA, los horarios y los modos de
divertirse de los jóvenes, ya no nos llaman la atención como cuando
se empezaron a implantar estas costumbres. “Lo hace todo el
mundo”… “no será para tanto”.
Y estos
silencios cómplices de nuestros ambientes los estamos practicando,
cuando al mismo tiempo sabemos, porque nos llegan las noticias, de
otro países, donde hermanos nuestros, cristianos como nosotros,
mueren mártires o soportan el destierro, porque profesan
públicamente su fe cristiana, la misma fe que nosotros decimos
tener.
“No
tengáis miedo a los hombres…”. “No tengáis miedo a los que
matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.
Jesús,
en el evangelio de hoy, no se para en denunciar las conductas
cobardes o los pecados de omisión. Jesucristo con sus palabras
pretende levantar los ánimos de sus discípulos, con dos
razonamientos principalmente: El primero, tened confianza en la
fuerza enorme del evangelio y de la fe que tenéis que confesar y
proponer, porque de una manera u otra el evangelio se hará camino y
saldrá a flote: “Nada
hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no
llegue a saberse”.
Y en segundo lugar, porque nuestro Padre Dios, el Señor del cielo y
de la tierra, está con vosotros, está con los que tenéis el deber
de dar testimonio de vuestra fe y de anunciar el evangelio: ¿No
se venden un par de gorriones por dos cuartos? Y, sin embargo, ni
uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues
vosotros hasta los cabellos de vuestras cabezas tenéis contados. Por
eso, no tengáis miedo, no ha comparación entre vosotros y los
gorriones”.
Una de
vosotras, hermanas, nos ha cantado en el salmo responsorial un canto
sumamente alentador que nos ánima y alienta para vivir en nuestro
mundo: “Dios mío,
en el día de tu favor, que me escuche tu gran bondad… Mirad, los
humildes, y alegraos, buscad al Señor, mientras se deja encontrar”.