-Textos:
-Dt 8,
2-3. 14b-16ª
-Sal 147,
12-15.19-20
-1 Co 10,
16-17
-Jn 6,
51-58
“El
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La fiesta del
“Corpus Christi” nos invita, por una parte, a agradecer y a
venerar la presencia de Jesús, verdadero hombre e Hijo de Dios, en
la eucaristía; pero además, en esta fiesta, celebramos el día de la
Caridad.
La
eucaristía es presencia real de Jesucristo, bajo las especies del
pan y del vino. Las palabras de Jesús, que San Juan recoge en el
texto del evangelio que hemos escuchado, no pueden ser más claras:
“El pan que yo
daré es mi carne para la vida del mundo”.“Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida”.
La eucaristía
no se comprende, la eucaristía se cree; se cree en la eucaristía,
cuando se cree en Jesús, cuando se escucha la palabra de Jesús. Desde
el principio, cuando Jesús pronunció estas palabras, algunos se
escandalizaron, pero otros dijeron: “¿A
quién iremos?, sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
La eucaristía
es misterio de amor. “Dios nos amó y se hizo hombre para
librarnos del pecado; Dios nos amó y se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza; Dios nos amó y se humilló hasta la
muerte para darnos vida; Dios nos amó y, locura del amor divino, se
hizo presencia permanente y alimento en la eucaristía”.
El milagro de
la eucaristía, ciertamente, es locura del amor divino, y
manifestación, la más interpelante, del amor de Dios; pero también
la más convincente y cautivadora. Por eso, porque la eucaristía
es amor divino en Cristo hasta el punto de dejarse comer, la
eucaristía sólo se cree, se acepta y se asimila fructuosamente
desde el corazón, reconociendo el hambre de amor que sentimos, y
dejándose seducir por el amor inmenso que resplandece en la humilde
apariencia de unas migas de pan y unas gotas de vino, que ya no son
tales, sino que son Jesucristo entero en acto de darnos la vida
divina, la que ha vencido a la muerte y al pecado. Por eso, ante la
eucaristía sólo cabe creer, adorar y dar gracias.
Pero esto,
con ser tanto, no es todo: cuando en fe y seducidos por su amor,
recibimos el Cuerpo de Cristo, nosotros mismos nos hacemos Cuerpo de
Cristo, Cuerpo místico de Cristo, Iglesia santa y en comunión. El
sacerdote, en la plegaria eucarística, dice después de la
consagración: “Que el Espíritu congregue en la unidad a cuantos
participamos del cuerpo y la sangre de Cristo”.
La eucaristía
crea comunión y fraternidad; por eso mismo, la eucaristía nos
compromete a ser creadores de comunión y unidad en el mundo, y a
considerar nuestros los problemas y las angustias de los prójimos.
Hemos de agradecer a Cáritas que haya escogido esta fiesta del
Cuerpo y de la Sangre del Señor para el “Día de la caridad”.
“La
eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para
recibir en la verdad el Cuerpo y sangre de Cristo entregados por
nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus
hermanos”. Nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica.
Fiesta del
Cuerpo y de la Sangre del Señor: creer, adorar, dar gracias; y
caminar por el camino de la vida, codo a codo con todos los hombres,
sobre todo con los más pobres y necesitados.
Y, para
no cansarnos ni desistir, vengamos a comer “el
pan bajado del cielo…: el que come de este pan vivirá para
siempre”.