-Textos:
-1
Re 4, 8-11.14-16ª
-Sal
88, 2-3.16-19
-Ro 6,
3-4. 8-11
-Mt 10,
37-42
“El
que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe
al que me ha enviado”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo de
verano, tiempo de fiestas y de vacaciones. Un tiempo que nos da la
oportunidad de hacer y acoger visitas, de ver gente distinta, de
tomar contacto con turistas y, en las calles, encontrar emigrantes en
puestos de limpieza, de servicio y vendiendo regalos baratos que no
nos sirven para nada.
Jesús
nos dice hoy en esta eucaristía: -“El
que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe
al que me ha enviado”,
es decir, a mi Padre.
La
frase de Jesús está pronunciada en un contexto muy diferente del
que os he descrito sobre el tiempo de vacaciones y de veraneo. Jesús
se dirige a sus discípulos y les urge a seguirle con toda decisión
y por encima de cualquier valor o circunstancia: “El
que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de
mí”… “El que encuentra su vida la perderá, y el que pierda
su vida por mí, la encontrará”.
En el fondo
se deja ver que Jesús está hablando a unos discípulos que están
entusiasmados con él, les ha cautivado su persona, y su mensaje y
se sienten felices de ser sus discípulos. A estos discípulos Jesús
les pide que se jueguen la vida por él. Sabemos más tarde que ellos
no estaban tan dispuestos como ellos creían.
Pero
es admirable y muy sorprendente lo que dice Jesús a los discípulos
que están dispuestos a jugarse la vida por él: “El
que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe
al que me ha enviado”.
Jesús se identifica con el discípulo y concede al discípulo la
misma dignidad que merece él mismo. Discípulos son los que van por
la vida predicando y dando testimonio del evangelio. Y Jesús habla
de recibirlos, de acogerlos: “El
que os recibe”,
dice.
Pero
observemos que no se limita sólo al círculo de discípulos y
predicadores, porque dice, también: “El
que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo”.
Jesús invita a acoger a los discípulos, a la gente de bien y a
todo prójimo necesitado.
Recordamos muy bien lo que dijo en otra
ocasión: “Tuve
hambre y me distéis de comer”.
Jesús nos invita a acoger de modo especial a los que anuncian el
evangelio, pero extiende el encargo de recibir, acoger y ayudar a
todas las personas que nos piden acogida porque son personas de bien
o porque nos necesitan.
En la primera
lectura hemos escuchado un relato encantador de hospitalidad y
acogida: Una mujer buena y generosa recibe al profeta Eliseo y en
recompensa Dios, por medio de Eliseo, le concede concebir un hijo.
Nuestras
hermanas benedictinas tiene en la Regla que les legó san Benito un
dicho que se conoce universalmente: “Acoger al huésped como a
Cristo”. Y lo hacen; podemos decirlo cuantos disfrutamos de su
hospedería.
Pero el tema
de la acogida que hoy nos plantea el evangelio tiene también
repercusiones muy graves y muy dramáticas. Pensemos en la multitud
de personas desplazadas que buscan refugio, amparo y trabajo en
nuestros países occidentales; y que se juegan la vida por atravesar
el mar, o se hieren apiñados contra las alambradas que les ponemos
en nuestras fronteras. Su situación humana es desesperada, ante
nosotros que estamos planeando las vacaciones.