-Textos:
-Zac
9, 9-10
-Sal
144, 1-2.8-14
-Ro
8, 9.11-13
-Mt
11, 25-30
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré"
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
No sé
cómo se encuentran vuestros ánimos en esta mañana de domingo, 9 de
Julio: La primera frase, que hemos escuchado en la primera lectura
nos alegra, y la acogemos con satisfacción: “Alégrate,
hija de Sión, canta, hija de Jerusalén”.
Al monasterio
llegan los estampidos de los fuegos artificiales sanfermineros;
vosotras, hermanas, estáis ya ensayando los cantos de la liturgia
correspondientes a la fiesta de San Benito, que celebraremos, Dios
mediante, con toda solemnidad, pasado mañana; algunos de los laicos
que participáis con nosotros en esta eucaristía estaréis
pregustando ya por adelantado el plan de vacaciones que tenéis
previsto. En estas circunstancias, las primeras palabras del profeta
Zacarías nos suenan bien y las acogemos con gusto. Es cierto, Dios
quiere nuestra felicidad y bendice las pequeñas y grandes alegrías
que nos depara la vida, y bendice el descanso de nuestros trabajos y
preocupaciones, que reparen nuestras fuerzas.
Pero, el
profeta Zacarías, está pensando en una alegría que dé alma y
espíritu, no sólo a las alegrías, sino también a las penas que
abundan en la vida de cada día. Él se encuentra en medio de un
pueblo sometido a un poder extranjero, y que mira al futuro con
pesimismo.
El
profeta no se limita a decir palabras de ánimo, sino que ofrece al
pueblo creyente el motivo por el que debe levantar el ánimo: “Mira
a tu rey que viene justo y victorioso”.
Cierto que este rey tiene una apariencia sorprendente y
desconcertante: Viene, no con boato, muestras de poderío y cortejo
triunfal, el rey de Israel viene “modesto
y cabalgando sobre un asno”,
manso y humilde. Pero así, con estos modos y procedimientos,
“dictará la paz a
las naciones”.
Por eso: que el pueblo se abra a la esperanza, y se alegre, viene “su
rey justo y victorioso”.
Este
rey, anunciado por Zacarías, es Jesucristo. ¡Qué espléndido
retrato de Jesucristo el que nos muestra esta mañana el evangelio
de san Mateo!: Jesús, habla en voz alta, abre su corazón y nos
muestras, como en pocas ocasiones, la intimidad que vive con su Padre
Dios: “Nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquél a quien el Hijo se los quiere revelar”. Pero
luego de esta misteriosa y profunda declaración de su condición
divina, Jesús abre los espacios cálidos, entrañables y
verdaderamente humanos de su corazón divino: “Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera”.
Este es
el Rey, humano y divino, divinamente humano, que vino y que viene; el
que anunciaba Zacarías, entró en Jerusalén sobre una borrica; no
viene con armas ni en son de guerra, nos amó hasta el extremo, dio
la vida por nosotros, resucitó y venció a la muerte. “Él
dictará la paz a las naciones”.
Ante
este Jesús, queridas hermanas y hermanos, que se nos revela hoy en
el evangelio, solo cabe pedir la fe: “Señor
auméntanos la fe”.
Y
cuando llegamos al punto de la fe, de creer o no creer en Jesucristo,
el evangelio de hoy también tiene una palabra digna de tenerse muy
en cuenta: “Te doy
gracias; Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente
sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.
Queridas
hermanas, queridos hermanos todos, que se nos quede muy grabado: No
los sabios y entendidos, sino la gente sencilla descubre la fuente de
la verdadera alegría. Cristo Jesús.