-Textos:
-Is 55,
10-11
-Sal 64,
10-14
-Ro 8,
18-23
-Mt 13,
1-23
“Lo
sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la
entiende…”
En estos días
estamos viendo como potentes cosechadoras recogen la cosecha de
cereal en los campos que rodean el monasterio. A pesar de las
zozobras y lamentos de los agricultores, parece que la cosecha ha
sido buena y abundante.
Nuestro Señor
Jesucristo no conocía entonces las cosechadores, pero contemplaba
igual que nosotros el trabajo de recolección de las mieses, como
también las labores de la siembra. Y hablaba a los hombres del medio
rural en palabras que sus oyentes entendían muy bien, pero en
parábolas y comparaciones abiertas, que se prestan a ser entendidas
en diversos niveles de profundidad.
La parábola
del sembrador, que hoy hemos escuchado, nos habla de la semilla, que
es la Palabra de Dios, que anuncia el Reino de Dios.
Dios, el Dios
de Jesucristo, es un Dios que habla con los humanos, nos dirige la
palabra. Esto ya es muy importante y digno de tomarlo muy en
consideración. Dios establece relaciones con los hombres y pone
empeño en dirigirnos la palabra, su Palabra.
Y Dios
es sembrador de la palabra, y la anuncia y esparce con abundancia y
generosidad. A todos los hombres y mujeres: a los que se encuentran
al borde del camino y no prestan atención; a los que tienen el
corazón duro como las piedras y les rebota el anuncio del evangelio;
a los que incluso son como zarzas que pinchan y no consienten que la
palabra de Dios se oiga; y, por supuesto, a los que tiene la mente y
el corazón abiertos a la verdad y acogen la palabra como es, es
decir, como palabra de Dios, que siempre da fruto, y buen fruto:
“como la lluvia y
la nieve que bajan, empapan la tierra, la fecundan y la hacen
germinar”.
Es muy
importante escuchar la palabra de Dios para creer, para acrecentar la
fe, para dar testimonio valiente y válido ante los que no creen. La
Iglesia, desde el Vaticano II, la recomienda vivamente. Juntamente
con la eucaristía es el “pan de vida” que alimenta nuestra vida
espiritual.
Si
acudimos con frecuencia a la Biblia y, si venimos asiduamente a la
eucaristía, nos podemos ver en mejores condiciones para discernir
entre las mil palabras consonantes y disonante que oímos a lo largo
del día en las conversaciones, en los medios de comunicación, en
los libros y en otros medios, para saber escoger lo bueno y lo
verdadero. “Tu
palabra, Señor, me da vida”; “Es luz en mi sendero”,
dicen los salmos. Jesús mismo nos dice: “Yo
soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida”.
¡Qué suerte
tan grande es participar de la eucaristía cada domingo y en las
fiestas! ¡Qué suerte poder participar diariamente en la
eucaristía!. Pero también, qué responsabilidad tan grande implica
disfrutar de tal regalo de Dios.
Que no
caigamos en la rutina, que no caigamos en la vanidad de decir “voy
a misa diariamente”: Que los que hemos recibido la semilla de la
palabra demos fruto del treinta, del sesenta y, por qué no, del
ciento por uno.