-Textos:
-Sb 12,
13. 16-19
-Sal 85,
5-6.9-10.15-16
-Ro 8,
26-27
-Mt 13,
24-43
“Dejadlos
crecer juntos hasta la siega”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
De nuevo, en
esta temporada de verano, cuando vemos los campos ya cosechados y
despojados de las humildes y generosas espigas, el Señor nos depara,
a cuantos hemos venido a la eucaristía para celebrar el domingo, una
aleccionadora catequesis, contándonos tres parábolas: “El trigo y
la cizaña”, “El Grano de mostaza” y “El puñado de
levadura”.
Os voy a
hacer unas breves consideraciones sobre la primera, “El trigo y la
cizaña”.
El
núcleo de esta parábola se encuentra en el diálogo entre los
obreros y el amo. Dicen los obreros: “¿Quieres
que vayamos a arrancarla?”.
Parece lo más lógico: Si la cizaña no deja crecer al trigo, lo
mejor es arrancarla. Esto hacen los agricultores modernos y por eso
gastan tanto dinero en los herbicidas.
Sin
embargo, el golpe de gracia está en la respuesta sorprendente que
les da el amo: “No,
que al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo.
Dejadlos crecer juntos hasta la siega…”
El amo,
queridos hermanos, representa a Dios. Y los pensamientos de Dios no
son nuestros pensamientos. Pero los pensamientos de Dios, tal como
nos lo retrata Jesucristo, son extraordinariamente sabios y
consoladores para nosotros los creyentes y para todos los hombres.
Cómo
es la buena noticia de Dios que Jesús muestra en esta parábola, lo
vemos en la primera lectura: “Tú,
poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran
indulgencia… Obrando así, enseñas a tu pueblo que el justo debe
ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el
pecado, das lugar al arrepentimiento”.
¡Qué hermosas palabras! Son del Antiguo testamento. San Pedro, en
el Nuevo, en su segunda Carta, dice más gráficamente: “No
es que el Señor se retrase en cumplir sus promesas…, simplemente
tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que ninguno se pierda,
sino que todos se conviertan”.
¡Qué bueno es Dios, hermanos! Y nuestro buen Dios está esperando
y quiere que nos convirtamos. Este es el mensaje principal de la
catequesis y de la parábola de Jesús hoy a nosotros.
No andemos
echando balones fuera, y haciéndonos los interesantes con preguntas
como estas: ¿Por qué hay tanto mal en el mundo? ¿Por qué hay
tanta gente que no cumple los mandamientos de Dios y prospera igual
o mejor que los que son honrados y justos? Hermanos: no juzguemos.
Dejemos el juicio en manos de Dios. ¿Es que nosotros somos tan
buenos? ¿Es que en nuestro corazón no hay al mismo tiempo trigo y
cizaña? No echemos balones fuera hablando de los buenos y los
malos. Escuchemos la palabra de Jesús: es enormemente consoladora.
Dios espera que hasta la cizaña llegue a convertirse; espera que
nuestro corazón, el nuestro de cada uno, quede tan limpio que llegue
a dar sólo frutos de evangelio.
Mirad, la
blancura de las formas, que ponemos sobre el altar, son semillas de
trigo limpio, que por la fuerza del Espíritu Santo se transforman en
el cuerpo del Señor resucitado. Que junto con las formas consagradas
pongamos ahora en el altar nuestras vidas y se trasformen, para que a
la hora de la siega, puedan ser trigo limpio digno de ser almacenado
en el granero del cielo.