-Textos:
-Is 56,
1. 6-7
-Sal 66,
2-3.5-6.8
-Ro 11,
13-15. 29-32
-Mt 15,
21-28
“Mujer,
qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Qué nos
estará pidiendo el Señor que hagamos hoy y a estas alturas del
verano? Todavía estamos impactados por el acto terrorista en las
Ramblas de Barcelona. En nuestra mente ya empezamos a pensar en el
ritmo ordinario de la vida, en el fondo con un cierto malestar. ¿Qué
nos pasa? ¿Está enferma nuestra sociedad? ¿Quedamos tranquilos con
dar muestras de solidaridad con las víctimas y lamentar la lacra del
terrorismo? ¿Qué nos está pidiendo el Señor?
En el
evangelio nos desconcierta más que un poco la actitud de salida que
tiene Jesús ante esta mujer extranjera, no judía, que implora un
milagro que salve a su hija. “Solo
me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Este
era el plan que, hasta ese momento, Jesús se había trazado para su
actividad evangelizadora.
Si
Jesús nos desconcierta, nos admira el comportamiento de esta mujer
cananea. Ama, como es lógico, a su hija, pero además demuestra una
fe convencida y firme en Jesús: “Señor,
socórreme”, y,
al mismo tiempo, una humildad extraordinaria, casi excesiva: “También
los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Hoy nos
conviene poner los ojos y la atención en esta mujer y madre
extrajera. Su fe y su humildad han sido capaces de cambiar el
proyecto de evangelización que Jesús tenía hasta ese momento.
Cambio que tiene un alcance mucho más relevante que el que podíamos
imaginar. Porque da lugar a que Jesús revele que su mensaje no se
dirige exclusivamente a un pueblo determinado, o a una raza, sino
que el Reino de Dios que él viene a anunciar es universal y para
todo el mundo. Esta revelación tan importante es provocada por la fe
humilde de esta mujer pagana y extranjera. Jesús, el Señor, se
deja ganar el corazón por la fe tenaz, firme y humilde de esta
mujer: “Mujer,
qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas”.
Hermanas
y hermanos todos: Jesús se deja ganar por la oración, quiere que
pidamos a Dios: “Pedid
y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”.
“Rezad y orad, para que no caigáis en tentación”.
La oración
de petición es muy valiosa para Jesús. Cierto que deja claro que
es valiosa cuando se hace con fe y con humildad, con fe firme y
verdadera y con humildad sincera.
Muchos dicen
que pedir a Dios es alienante, porque dejamos que Dios nos saque de
apuros, y nos excusa a nosotros de comprometernos responsablemente en
la solución de los problemas. Esto ciertamente hay que evitar.
Pero la
oración de petición implica reconocer que Dios existe y es nuestro
Dios y Señor, supone confesar la verdad, es decir, que somos
limitados, pobres y necesitados. Si reconocemos esto, Dios escucha al
pobre y humilde que confía en él. Y sale en nuestra ayuda.
El sinsentido
del terrorismo, el malestar de la sociedad exigen a todos, a los
dirigentes y a las personas de a pie, aportar nuestro esfuerzo por un
mundo y una sociedad mejor. Pero eso no impide, más aún, ese
esfuerzo pide que recemos, y que acudamos a Dios pidiendo ayuda para
que nuestros esfuerzos sean eficaces.
Nuestro señor
Arzobispo, sabéis, apenas salió la noticia del atentado de
Barcelona, nos invitó a rezar. Y de cara al nuevo curso, junto con
el esfuerzo por ir resolviendo los muchos asuntos que se nos echan
encima, haremos bien, en hacer oración, acordarnos de Dios y
encomendarnos a él.