domingo, 20 de agosto de 2017

DOMINGO XX, T.O. (A)

-Textos:

       -Is 56, 1. 6-7
       -Sal 66, 2-3.5-6.8
       -Ro 11, 13-15. 29-32
       -Mt 15, 21-28

Mujer, qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Qué nos estará pidiendo el Señor que hagamos hoy y a estas alturas del verano? Todavía estamos impactados por el acto terrorista en las Ramblas de Barcelona. En nuestra mente ya empezamos a pensar en el ritmo ordinario de la vida, en el fondo con un cierto malestar. ¿Qué nos pasa? ¿Está enferma nuestra sociedad? ¿Quedamos tranquilos con dar muestras de solidaridad con las víctimas y lamentar la lacra del terrorismo? ¿Qué nos está pidiendo el Señor?

En el evangelio nos desconcierta más que un poco la actitud de salida que tiene Jesús ante esta mujer extranjera, no judía, que implora un milagro que salve a su hija. “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Este era el plan que, hasta ese momento, Jesús se había trazado para su actividad evangelizadora.

Si Jesús nos desconcierta, nos admira el comportamiento de esta mujer cananea. Ama, como es lógico, a su hija, pero además demuestra una fe convencida y firme en Jesús: “Señor, socórreme”, y, al mismo tiempo, una humildad extraordinaria, casi excesiva: “También los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”.

Hoy nos conviene poner los ojos y la atención en esta mujer y madre extrajera. Su fe y su humildad han sido capaces de cambiar el proyecto de evangelización que Jesús tenía hasta ese momento. Cambio que tiene un alcance mucho más relevante que el que podíamos imaginar. Porque da lugar a que Jesús revele que su mensaje no se dirige exclusivamente a un pueblo determinado, o a una raza, sino que el Reino de Dios que él viene a anunciar es universal y para todo el mundo. Esta revelación tan importante es provocada por la fe humilde de esta mujer pagana y extranjera. Jesús, el Señor, se deja ganar el corazón por la fe tenaz, firme y humilde de esta mujer: “Mujer, qué grande es tu fe. Que se cumpla lo que deseas”.

Hermanas y hermanos todos: Jesús se deja ganar por la oración, quiere que pidamos a Dios: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”. “Rezad y orad, para que no caigáis en tentación”.

La oración de petición es muy valiosa para Jesús. Cierto que deja claro que es valiosa cuando se hace con fe y con humildad, con fe firme y verdadera y con humildad sincera.

Muchos dicen que pedir a Dios es alienante, porque dejamos que Dios nos saque de apuros, y nos excusa a nosotros de comprometernos responsablemente en la solución de los problemas. Esto ciertamente hay que evitar.

Pero la oración de petición implica reconocer que Dios existe y es nuestro Dios y Señor, supone confesar la verdad, es decir, que somos limitados, pobres y necesitados. Si reconocemos esto, Dios escucha al pobre y humilde que confía en él. Y sale en nuestra ayuda.

El sinsentido del terrorismo, el malestar de la sociedad exigen a todos, a los dirigentes y a las personas de a pie, aportar nuestro esfuerzo por un mundo y una sociedad mejor. Pero eso no impide, más aún, ese esfuerzo pide que recemos, y que acudamos a Dios pidiendo ayuda para que nuestros esfuerzos sean eficaces.

Nuestro señor Arzobispo, sabéis, apenas salió la noticia del atentado de Barcelona, nos invitó a rezar. Y de cara al nuevo curso, junto con el esfuerzo por ir resolviendo los muchos asuntos que se nos echan encima, haremos bien, en hacer oración, acordarnos de Dios y encomendarnos a él.