-Textos:
-Jer 20,
7-9
-Sal 62,
2-6.8-9
-Ro 12,
1-2
-Mt 16,
21-27
Queridas
hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:
Este
pensamiento, propuesto por san Ignacio de Loyola a san Francisco
Javier, cambió la vida de nuestro santo y lo convirtió de ambicioso
universitario en misionero universal.
Este
mismo pensamiento nos propone hoy Jesús a cada uno de nosotros:
-“¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?
Niños
y adolescentes vuelven al colegio, los jóvenes comienzan la
universidad, poca gente queda que no hay gastado sus vacaciones,
todos volvemos con mejor o peor ánimo a la vida ordinaria: y aquí,
en la eucaristía del domingo, Jesús nos sale al encuentro para
hacernos esta consideración: “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?
Merece la
pena que hoy y con frecuencia nos paremos a pensar delante de Dios y
hagamos oración. Porque de la respuesta que demos a esta pregunta
depende en gran medida nuestra felicidad.
Cierto que
vivimos en este mundo y es necesario que trabajemos y luchemos por
conseguir aquellos bienes materiales, alimentos, vestidos, y otros
como la salud, el trabajo, y la preparación profesional, gozar de
cierta estima de los demás, vivir con cierta holgura, y cierta
seguridad para el futuro.
Pero a menudo
sucede que estos bienes, que son condiciones razonables y medios
para vivir bien, se convierten en objetivos absolutos que nos
absorben y no nos dejan vivir.
Nos
dejamos llevar de lo que piden los sentidos, y olvidamos los valores
y las virtudes espirituales: Hacer de nuestros hijos hombres y
mujeres de bien, cuidar y crecer en el amor y en la convivencia
matrimonial, mantener la palabra dada, tratar con respeto a toda
las personas, orar y escuchar la palabra de Dios, para formar mi
conciencia en vez de dejarme llevar de lo que hacen y piensan la
mayoría…, en una palabra, cumplir los mandamientos y vivir según
la voluntad de Dios. Todo esto nos hace felices, incluso, aun cuando
nos ocasionan sacrificios y sufrimientos.
Hermanos
y hermanas, los bienes materiales de este mundo, se quedan en este
mundo. El dinero, el coche, el prestigio no está a la medida de
nuestro corazón. A la medida de nuestro corazón están las
personas, está Dios. “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?
Comienza
septiembre y nos enfrentamos de nuevo al desafío de la vida diaria.
No tengamos miedo. El evangelio de hoy, además de darnos frase para
pensar, nos hace una invitación:
“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que
cargue con su cruz y me siga”.
Dejar
en segundo plano los valores materiales, y renunciar a los estímulos
y a los modos de vida de una sociedad materialista, es difícil y
requiere esfuerzos y sacrificios; no es lo que se lleva. Pero no
estamos solos. Contamos con Jesucristo. Él nos llama y nos invita a
seguirle. Él cuenta con nosotros y va el primero. San Pablo en la
segunda lectura nos da ánimos, y nos dice:
“No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación
de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto”.