-Textos:
-Is 55, 6-9
-Sal 144,
2-3.8-9.17-18
-Flp 1, 20c-27. 27ª
-Mt 20, 1-16
“Quiero
darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para
hacer lo que quiera en mis asuntos?
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La parábola
de Jesús que acabamos de escuchar nos resulta difícil de comprender
y hasta escandalosa. Aunque el amo dé a los jornaleros de la primera
hora lo que les había prometido, no nos parece justo que les dé a
los que no había trabajado nada más que una hora lo mismo que a
los que habían estado trabajando la jornada entera, de sol a sol.
¿Cómo
es Dios? ¿Qué idea nos hacemos de Dios? Ante Dios, queridos
hermanos, tenemos que ser humildes, hacer mucho silencio. “Como
el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que
los vuestros, mis planes que vuestros planes”.
Tenemos mucho peligro de hacer un dios a nuestra medida; incluso,
nos atrevemos a decirle cómo debe portarse con nosotros, y que debe
ser justo conforme a nuestra manera de entender la justicia. Dios es
misterio infinito que nos desborda. A Dios se le entiende mejor:
adorándolo y entregándonos a Él. No pidiéndole cuentas.
Nos conviene
ser humildes, dejar a Dios que sea Dios. Decirle: Señor, ¿qué
quieres que haga? Hágase tu voluntad así en la tierra como en el
cielo.
¿Cómo
es Dios? “A Dios
nadie lo ha visto nunca, el Hijo único, Jesucristo, que está en el
seno del Padre nos lo ha dado a conocer”.
Y Jesús
nos revela que Dios es Padre de amor y de misericordia. Dios es amor.
Dios es justo, infinitamente justo, y cumple toda justicia. Pero con
amor y a través del amor. Su amor es un amor gratuito y
desinteresado. Él es infinitamente feliz, no necesita de nosotros,
ni de nuestras buenas obras para ser feliz. Pero deja desbordar su
amor, y nos ama para que nosotros seamos felices. Dios nos ama cuando
hacemos el bien, y Dios nos ama también, cuando hacemos el mal y
pecamos. Dios está siempre con nosotros, no nos abandona nunca y
camina junto a nosotros. Cuando obramos bien, para que continuemos
por ese camino, cuando obramos mal, para que rectifiquemos. ¿Y cómo
hace que rectifiquemos y que nos convirtamos a él? Dándonos a su
propio Hijo y proponiéndolo “como camino verdad y vida”. “Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo, para que todo el
que cree en él, tenga vida eterna”.
Dios cree que
amándonos de esta manera, nos ganará para sí, y atraerá nuestra
mente y nuestra voluntad hacia sí, y logrará por fin que nuestro
corazón descanse en él.
Por eso, ante
Dios y con Dios no caben relaciones comerciales, como si dijéramos
“Señor, he hecho tantas obras buenas, me tiene que dar tanto
cielo”. Nuestra confianza de salvación no está en nuestras obras
buenas, sino en el amor de Dios y en los méritos de su Hijo
Jesucristo, que dio su vida para salvarnos.
Lo nuestro es
hacer obrar buenas y cumplir la voluntad de Dios, porque Dios nos ha
ganado el corazón; y seguir a Jesucristo y ser como él, porque él
ha dado la vida por nosotros, nos ha llamado y nos ha convencido.
Entonces,
¿qué tenemos que hacer? Primero, tratar de asemejarnos a Dios y,
segundo, ser como Jesús. Confiar en Dios, no pensar tanto en si
nuestras obras serán suficientes o si nuestros pecados habrán sido
perdonados; ensanchemos el corazón, amémonos como Jesús, y seamos
generosos; dejémonos de envidias y rivalidades, de sentirnos mejores
y de marcar diferencias: “¿Es
que vas a tener envidia porque yo soy bueno?”.
Alegrarnos
de que sean amados de Dios los pobres y los marginados, los que
tienen otra religión, los alejados y los pecadores. Y anunciarles a
todos, como lo hace Jesús, que Dios los ama, y los llama a seguir a
su Hijo.