-Textos:
-Ez 34,
11-12. 15-17
-Sal 22,
1-6
-1 Co 15,
20-26ª. 28
-Mt 25,
31-46
“Cuando
venga en su gloria el Hijo del Hombre…”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy, último
domingo del año litúrgico, fiesta solemne de Jesucristo Rey del
Universo. Es una fiesta de alegría y de esperanza.
Alegría por
lo que esta fiesta nos dice de Jesucristo.
Él, que
mientras estuvo físicamente en este mundo no hizo alarde de su
categoría de Dios y se rebajó hasta la muerte y muerte de cruz,
hoy, en esta celebración, se nos presenta como Rey y Señor del
universo.
Este anuncio
despierta también esperanza: Toda la creación, el universo entero,
disfrutará de la salvación de Dios. Nuestra historia, la historia
de la humanidad, tan tortuosa y con tantos acontecimientos que nos
inducen al pesimismo, acabará bien. Aparecerá Jesucristo de nuevo
como Señor y Rey e inaugurará un cielo nuevo y una tierra nueva.
Pero los
textos de la liturgia de hoy nos aportan otros aspectos muy
importantes, que son parte de nuestra fe como seguidores de Jesús y
miembros de su Iglesia.
Porque
Jesucristo, en esta fiesta, aparece no sólo como Rey, sino también
como Juez, Juez y Pastor. El credo que profesamos los cristianos
dice: “(Jesucristo)
subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; desde
allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.
Puede
que a algunos incomode recordar estas verdades. Pero no debe ser así,
porque Jesucristo, Rey que juzga, sigue siendo el Pastor que cuida y
protege, como dice la primera lectura: “Yo
buscaré a las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas,
curaré a las enfermas”.
Es cierto, el
mundo pasará, y nuestra vida en este mundo también pasará. Y cada
uno seremos juzgados según nuestras obras. Pero estas verdades de
nuestra fe no deben inducirnos miedo, sino responsabilidad.
Si
somos verdaderamente responsables, el sentido de responsabilidad nos
lleva a hacer la pregunta más pertinente a Jesús: “Señor, ¿qué
tenemos que hacer para que un día tengamos el gozo de oír de tus
labios: “Venid,
benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo”?
Y ved
que Jesús nos da una respuesta extraordinariamente reconfortante,
que hace injustificados todos los miedos y nos llena de esperanza:
“Venid, benditos,…
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de
beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme”.
Jesús se
identificó con cada uno de nosotros hasta el punto de que cuanto
hacemos a nuestros prójimos necesitados, él lo toma como hecho a él
mismo. El prójimo, especialmente el prójimo necesitado, es
presencia quasi-sacramental de Jesucristo, presencia de Jesús.
Todos
conocemos aquella frase que resume esta enseñanza del evangelio de
hoy: “Al atardecer de tu vida te examinarán en el amor”.
Amar es lo
que más desea nuestro corazón. Pues bien, lo que más desea nuestro
corazón, eso es lo que nos manda Dios por medio de Jesús. Y de eso,
justo de eso, se nos va a pedir cuentas, al final de nuestra vida.
¿Qué miedo podemos tener?
Y me
diréis: “Pero es que no es fácil amar”. Y Jesús nos responde:
“Venid: tomad y comed; yo soy el pan de vida; “El
que come de este pan, vivirá para siempre”.
Jesucristo, Rey, Juez y Señor, que nos pide que amemos, él se nos
da, y nos da fuerzas para amar. Vengamos a la eucaristía.