-Textos:
-Ap 7,
2-4. 9-14
-Sal 23,
1-6
-1 Jn 3,
1-3
-Mt 5,
1-12ª
“Apareció
en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de
toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del
Cordero, vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos. Y
gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios!
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy
celebramos una fiesta grande y gozosa. Y ojalá que todos los niños
y niñas que ayer participaban en las escuelas en el “halowey”
ese, sean traídos a participar de esta fiesta cristina tan
significativa y aleccionadora, que celebramos hoy, los católicos en
nuestras iglesias.
Es una
muchedumbre inmensa, incontable, los hombres y mujeres que disfrutan
plenamente felices en el cielo de la compañía y del amor de Dios.
Con la virgen María, con los ángeles, con multitud de hermanos y
hermanas, que están allí porque, mientras estuvieron en este mundo,
guiados por el Espíritu Santo, amaron a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a sí mismos, y como Jesucristo mismo les enseñó a
amar.
Creyeron,
esperaron, y Dios no les ha defraudado: y ahora los colma de amor
divino y felicidad infinita. Visten vestiduras blancas, porque
recibieron el bautismo y han vivido según el evangelio, muchos
llevan palmas en las manos, porque murieron mártires de la fe,
dieron la vida por declararse valientemente cristianos.
Están
en el cielo: Donde, como dice san Agustín: “Allí
descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y
alabaremos”.
“Todos los Santos”,
fiesta que celebra el triunfo de Dios y los éxitos admirables de
tantísimos hermanos y hermanas nuestros. Es una fiesta que pone ante
nosotros los resultados extraordinarios que ha obtenido Jesucristo
con su muerte y resurrección, con su triunfo sobre el pecado y la
muerte. “Dio la vida por nosotros y por muchos”, y ahí vemos el
fruto: los santos, innumerables, felices, infinitamente felices por
toda la eternidad.
Pero conviene tomar nota
de lo propio de esta fiesta: Porque los santos a los que hoy
conmemoramos no son solamente aquellos que han sido reconocidos por
la Iglesia y subidos a los altares, y a los que se les dedica una
fiesta en el calendario litúrgico; hoy celebramos, sobre todo, a
aquellos creyentes y seguidores de Jesús que no han sido reconocidos
especialmente por la Iglesia, pero cuya vida y conducta ha quedado
guardada, bien guardada, en el corazón de Dios; personas sencillas y
silenciosas, que en la oración y el trato con Dios, en la familia
donde vivieron y que formaron, en el trabajo por ganarse el pan de
cada día, en las relaciones que mantuvieron con parientes, con los
ricos y con los pobres, en todo, cumplieron la voluntad de Dios.
Nadie diría que tenían madera de santos, eran personas de nuestra
talla, como nosotros.
Por eso esta fiesta es una
oportunidad para que nosotros pensemos: Nosotros podemos ser santos,
tenemos vocación de santos. Si a alguno no le suena bien la palabra,
lo diremos de otra manera: Nosotros estamos destinados y podemos
alcanzar la felicidad que da el amor infinito de Dios y la amistad de
tantísima gente que ya viven felices en el cielo.
Y para eso, ¿qué tenemos
que hacer? Seguir a Jesús, creer en Jesús y ser como Jesús. Él es
“el camino, la verdad y la vida”; él ha ido a prepararnos lugar,
y va a volver para tomarnos de la mano y llevarnos con él.