-Textos:
-Is
40, 1-5. 9-11
-Sal
84, 9-14
-2 Pe 3,
8-14
-Mc 1,
1-8
“Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Será
verdad que esto de preparar el camino al Señor suena como voz en el
desierto?
La
preocupación de muchos es comprar lo que sea: regalos, comida, ropa,
lotería…; por supuesto, en la mente de los más están las
reuniones familiares: un día con tus padres, otro con los míos,
comer con los hermanos, los compañeros de trabajo, los amigos…
Y
“una voz
grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”.
Jesús, Hijo
de Dios e Hijo de María, que nació en Belén, dio origen a la
fiesta de Navidad. Y hoy, para muchos, no tiene mucha importancia
contar con el Señor a la hora de celebrar la fiesta.
Pero
para nosotros, sí. Nosotros creemos en el Señor y esperamos en el
Señor. Por eso, tomamos muy en cuenta las palabras de Juan el
Bautista en el evangelio: “Preparadle
el camino al Señor, allanad sus senderos”.
Y tomamos muy en serio la llamada a la conversión y a la confesión
de nuestros pecados. “Juan
el Bautista en el desierto, predicaba que se convirtieran y se
bautizaran”, dice
el evangelio.
Entonces,
¿qué podemos hacer? ¿De dónde nos tenemos que apartar, a dónde
nos debemos convertir?
El
Bautista ya nos da varias pistas hacia la conversión: La primera y
la más importante: Jesús, es el Mesías de Dios, que trae al mundo
el perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Tengamos muy en
cuenta este mensaje central del adviento. “Detrás
de mí viene el que puede más que yo… y os bautizará con Espíritu
Santo”.
¿Qué quiere
decir esto? Hermanos, se puede vivir sin pecar, se puede amar a Dios
y al prójimo con el mismo amor de Dios. Porque Jesucristo, que vino
en la primera Navidad, está con nosotros dándonos su Espíritu y
con la voluntad de perdonar nuestros pecados. Por eso, en este tiempo
de adviento, hemos de preparar el camino al Señor y no podemos
dejar que caiga en el desierto el mensaje del Bautista.
Pero,
además de su mensaje, nos conviene tomar buena nota del ejemplo que
nos da el Bautista. Dice el evangelio que “Juan
iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura
y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”.
Juan era un extremado penitente. No tendremos que hacer literalmente
sus prácticas de penitencia, pero su conducta nos hace pensar en
nuestro estilo de vida; nos invita a pensar si Dios no nos pide un
plan de vida más austero, que nos lleve a gastar menos en cosas no
estrictamente necesarias, y así, nos permita disponer de dinero y
otros bienes para compartir con otros que sabemos muy bien necesitan
de verdad lo que a nosotros nos sobra.
Todavía
nuestra conversión tendría que tener como punto de referencia el
pensamiento de Pablo: “Perdáis
de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil
años como un día”.
Es decir, no nos descuidemos y no desconfiemos de las promesas de
Señor. No adoptemos la filosofía frívola y ramplona de “comamos
y bebamos que mañana moriremos”. El Señor vendrá y nos juzgará,
e instaurará un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y, si no ha
cumplido plenamente estas promesas, es porque nos está dando tiempo
para que nos convirtamos. Esta manera de ver la vida nos ayuda a
poner las cosas en su sitio y a preparar y vivir la Navidad con
sentido religioso y solidario, lejos de la idolatría del consumismo
y del egoísmo individualista.
Dejad
que termine con palabras del Profeta: “Alza
con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas: aquí
está vuestro Dios. Mirad, Dios, llega con fuerza, su brazo domina”.
Todo esto,
hermanos, ocurre, de manera cierta en la eucaristía.