-Textos:
-Is
61, 1-2ª. 10-11
-Sal Lc.
1,46-50.53-54
-1 Tes 5,
16-24
-Jn
1, 6-8. 19-28
“En
medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que
yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Nos
encontramos a ocho días de la Navidad. ¿Cómo nos estamos
preparando para celebrar esta fiesta? Las lecturas de la misa nos
ofrecen ideas para elaborar durante esta semana un programa navideño.
El ambiente
que se respira en la calle, en los medios de comunicación y también
en el ánimo de muchos que tratan de secar el manantial religioso
mismo que ha dado lugar a esta fiesta, es pura y descaradamente
consumista. Gestos tan hermosos como la reunión familiar, los
regalos, las felicitaciones, las reuniones de compañeros o de
amigos, el consumismo intenta transformarlos, y lo consigue, en
oportunidades para vender, comprar, gastar y dar muestras de
ostentación y lujo. Los actos religiosos, que son el alma de la
fiesta, quedan relegados a segundo o último lugar.
La
palabra de Dios que hemos escuchado nos presenta en un primer plano
la figura de san Juan Bautista. Este es su mensaje: “En
medio de vosotros hay uno que no conocéis…, que existía antes que
yo y al que no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias”.
Juan el
Bautista está apuntando a Jesucristo, al Niño-Dios que va a nacer
en Belén.
Y así
tenemos la clave más importante para vivir la Navidad y liberarnos
de la tentación consumista, que pretende desvirtuarla. Convertirnos
a Jesucristo, renovar la fe en Jesucristo, bendecir y dar gloria a
Dios porque nos ha enviado a Jesucristo. Este es el primer objetivo
del programa navideño que tenemos que preparar estos días.
Pero
poner al Niño Dios en el centro de la Navidad lleva a consecuencias
muy concretas. Porque, mirad lo que nos dice la primera lectura. Un
texto de Isaías que Jesucristo hizo suyo: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar
los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos
y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia
del Señor”.
El segundo
objetivo, imprescindible, que tenemos que fijar en el programa
navideño es la solidaridad efectiva con los pobres. Subrayo lo de
efectiva, concreta, eficaz. Los pobres, los necesitados, las personas
que sufren son el principal antídoto contra el virus del consumismo.
Y así, un
programa con estos objetivos, paradójicamente y aunque no nos lo
creamos, provoca alegría, pone el corazón en fiesta.
San
Pablo nos grita esta mañana en la primera lectura: “Estad
siempre alegres”. Y
en la primera lectura observamos un detalle muy elocuente. Después
de retratar al Señor que trae la buena noticia a los que sufren, el
profeta irrumpe en un canto de gozo y júbilo: “Desbordo
de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. Abrirnos
a las necesidades de los que sufren, proporciona gozo y felicidad.
Así lo experimentó y lo cantó la Virgen María en el Magnificat.
La palabra de
Dios de este tercer domingo nos da la receta contra el virus del
consumismo y nos orienta sobre los objetivos para preparar esta
semana el programa de Navidad.