-Textos:
-2 Sam 7,
1-5. 8b-12.14a. 16
-Sal 88
2-5.27.29
-Ro 16,
25-27
-Lc 1,
26-38
“He
aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“Esta noche
es noche buena y mañana Navidad”. Todos estamos pensando en esta
noche, víspera de la Navidad. ¿Cómo nos estamos preparando? ¿Con
qué ánimo nos disponemos a celebrarla? Quizá a alguno le preocupe
el problema catalán, muchos estaremos poniendo el mayor interés en
que la reunión familiar de esta noche y la comida de mañana nos
dejen un buen sabor de familia, de fraternidad y armonía; sobre
otros se posará una sombra de tristeza por porque la navidad de esta
año no puede ser como las que han sido siempre; y habrá también
muchos que no pueden celebrarla por falta de medios económicos, de
salud, de compañía; incluso habrá sin duda quien no tenga esta
noche albergue donde cobijarse.
La primera
lectura del segundo libro de Samuel, que hemos escuchado, nos habla
también de una casa, de un templo para Dios. David quiere
construirle un templo suntuoso, el Señor le dice que él no necesita
templo, que hasta el momento él se ha sentido muy bien en una tienda
de campaña, acompañando a su pueblo de un sitio a otro por el
desierto.
En este
contexto puede ser oportuna una pregunta: Esta noche, esta Navidad
¿preparamos un lugar para el Señor en nuestra casa? ¿Cómo vamos a
dar lugar para que el espíritu del Señor, el clima religioso, el
amor y espíritu del evangelio estén presentes en nuestra casa?
La
Iglesia nos habla de María como templo de Dios, porque ella llevó
en su seno al Verbo de Dios encarnado; concibió en su seno y después
dio a luz, pasados los nueve meses, a Jesucristo, Dios y hombre
verdadero. Precisamente, el evangelio de la misa de hoy, tan
conocido y tan bello, nos expone este misterio. “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra, por eso, el que va a nacer será santo y se llamará
Hijo de Dios”.
¿Qué hizo
la Virgen María para convertirse en cobijo, casa, morada y templo de
Dios? ¿Cómo facilitó que Dios encontrara en el seno de María todo
preparado, y, digamos, el comedor y la mesa bien dispuesta, para
entrar en este mudo y llevar a cabo la obra más grande y más
necesaria que necesitaba la humanidad entera, la redención del
pecado y de la muerte?
María
creyó, la Virgen María creyó. No llegaba a entender todo el
alcance de la propuesta del ángel, pero María se fio de Dios, ella
entendió que era Dios quien le hablaba y le hacía una propuesta, y
le bastó, y dijo “sí”. “Aquí
está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
María creyó, abrió su corazón a Dios, y se convirtió en casa,
morada y templo de Dios.
Nosotros,
¿cómo estamos preparando nuestra casa, nuestra cena y comida,
nuestra reunión de Navidad?
Dos gestos
concretos me permito insinuar: El primero, la oración: la bendición
de la mesa, quizás también, la lectura del evangelio. En unos
tiempos en que se manifiesta descaradamente el propósito de eliminar
el tono religioso y cristiano de las navidades, orar en familia es
garantizar la esencia de la fiesta y transmitir esta esencia a las
generaciones venideras.
El segundo
gesto nos viene desde Cáritas: Acordarnos de los pobres y de los
necesitados. Tener ya pensado y preparado, o haber ya realizado, una
acción concreta de acercamiento y ayuda efectiva a personas
necesitadas, si es que no hemos dado lugar a que vengan a nuestra
mesa y compartan con nosotros la alegría de la fiesta que
celebramos.
Terminamos
con san Pablo: “Al
Dios que tiene poder para consolidarnos en la fe según el
evangelio…, a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre
a través de Jesucristo”.