-Textos:
- Gén 3, 9-15.20
- Sal 97, 1-4
- Ef 1, 3-6.11-12
- Lc 1, 26-38
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
En medio del
tiempo del adviento celebramos la gran fiesta de la Inmaculada
Concepción de María.
Una fiesta
que pone ante nuestros ojos uno de los aspectos más admirables del
misterio de gracia que envuelve la persona y la misión de la que es
Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María.
Mientras que
algunos teólogos se resistían a reconocer que la Virgen María
fuera Inmaculada, sin pecado, desde su concepción, la devoción
popular y el Espíritu Santo que la inspiraba, lo afirmaba con más
fuerza, y levantaba capillas, santuarios y ermitas a la que llamaban
la Purísima Concepción. El papa Pio IX, a mediados del siglo XIX,
apoyado, sobre todo en la fe de la Iglesia y en el sentir unánime
del pueblo cristiano, proclamó que la virgen María fue preservada
de toda influencia de pecado en previsión de y gracias a los
méritos de la muerte de su Hijo, Jesucristo.
Muchas
consideraciones podemos hacer si prestamos atención a los textos que
la liturgia de esta fiesta nos propone para meditar y alabar a Dios.
Os propongo brevemente tres:
La primera:
María Inmaculada y “llena de gracia”, es como un espejo terso y
limpio donde podemos mirarnos para ver nuestra vida y examinar
nuestra conciencia. A veces miramos a nuestro alrededor y fácilmente
decimos “Yo ya soy mejor que esos”; otras veces nos miramos a
nosotros mismos y decimos precipitadamente: “Pues no soy tan malo”
o “No es tan grave lo que he hecho”. La palabra de Dios es la luz
más certera que descubre la verdad de nuestra vida. Y María, la
Virgen Inmaculada, precisamente por eso, porque engendró a quien es
la Palabra misma de Dios, y porque es Inmaculada, es el mejor espejo
donde nos podemos mirar para descubrir nuestras virtudes, nuestros
pecados y el estado de nuestra conciencia moral y creyente.
Tanto el
tiempo de adviento como la fiesta de la Inmaculada son momentos muy
oportunos para hacer un examen de conciencia y acercarnos con
sinceridad al sacramento de la penitencia.
En segundo
lugar, la Virgen Inmaculada, nos enseña a escuchar la Palabra de
Dios. El ángel del Señor anunció a María, y la encontró atenta,
orante, y por eso, María escuchó el anuncio. Así pudo realizar la
misión a la que había sido destinada y por la que todas las
generaciones la llamamos “bienaventurada”.
Tantas
palabras que hablamos, tantas palabras que oímos… “Tu Palabra
me da vida”, “Tu Palabra, Señor, es luz en mi sendero”, dice
la Escritura. El papa Benedicto XVI en uno de sus documentos titulado
“La Palabra del Señor”, dice que es necesaria una lectura
orante, fiel y constante de la Sagrada Escritura, para profundizar
en una relación personal rica y provechosa con Jesús.
En tercer
lugar, queridos hermanos, la Virgen Inmaculada nos invita a decir sí
a Dios. Dios nos llama a cada uno a la vida, a la fe, al matrimonio,
a la vida consagrada. Dios quiere contar con nosotros para realizar
su obra de salvación del mundo. Dios habla siempre, en todo momento
y de la manera que menos podemos imaginar. Pero hay que estar atentos
para escucharle. ¿Qué me está pidiendo Dios a mí, aquí y ahora?
María dijo “sí” a la llamada de Dios. Y todas las generaciones
la felicitamos y le decimos “dichosa”.
Hoy, que
celebramos su fiesta, ella nos invita a decir también a Dios “hágase
en mí según tu Palabra”.