-Textos:
-Eclo 3,
3-7. 14-17ª
-Sal 127,
1-5
-Col 3,
12-21
-Lc 2,
22-40
“Cuando
llegó el tiempo…, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo
al Señor…”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy domingo
dentro de la Octava de la Navidad, fiesta de la Sagrada Familia.
Todos
hablamos de la crisis de la familia en nuestra sociedad. Tantas
parejas que se separan, las parejas bautizadas que se juntan sin
recibir el sacramento del matrimonio; el dolor y los traumas de
tantos niños a causa de los conflictos y separaciones de los padres,
la dificultad de los padres para transmitir a sus hijos la fe y
aquellos valores morales y humanos que consideran tan importantes;
las dificultades para hacer compatibles el trabajo y la vida
familiar...
Ante estos
problemas muchos acaban por rendirse a los criterios y a los modos
de vida de la sociedad permisiva e individualista en que vivimos.
Por eso la
Iglesia nos propone celebrar la fiesta de la Sagrada Familia como
faro iluminador y fuente de energía que nos ayuda a vivir un
proyecto de familia según el plan de Dios.
Os propongo
tres enseñanzas que destellan en el misterio de la Sagrada Familia:
En primer
lugar, María y José con el niño en brazos entran en el templo para
un acto de culto y cumplir la ley de Dios. En nuestra asamblea
dominical también es frecuente que vengáis algunos padres jóvenes
con vuestros niños pequeños. Nos alegra el hecho y damos gracias a
Dios. Ojalá todos los padres imitaran a María y José e hicieran
los mismo. María y José, con el Niño Jesús en brazos, cumplían
la ley antigua y el rito de ofrenda y purificación; que todos los
padres cristianos, con sus hijos de la mano, cumplan con el precepto
de oír misa los domingos y santificar las fiestas. Todos sabemos la
fuerza pedagógica y educativa de este gesto. Y, por el contrario,
el ejemplo desorientador que tiene que los padres manden a sus hijos
a la eucaristía o a la catequesis y ellos no vayan.
En segundo
lugar, aprendamos a descubrir el amor que viven María, José y el
Niño, como ejemplo del verdadero amor cristiano.
María
y José escuchan y aceptan la profecía que predice el anciano Simeón
para la Virgen María: “A
ti una espada te traspasará el alma”.
En este mundo
el amor verdadero implica satisfacciones grandes, alegrías, pero
también necesariamente, sacrificio y entrega. “Quien no quiera
sentir dolores, no quiera saber de amores”. La santísima Virgen,
madre confiada, disfrutó del milagro de las Bodas de Caná, pero
la Virgen, llena del amor verdadero, como Madre dolorosa, estuvo con
su hijo al pie de la cruz.
Una ideología
engañosa y nefasta induce a pensar el amor como fuente únicamente
de satisfacciones placenteras y sin renuncias. A la luz de la Virgen
María, de san José y de Jesús, aprendemos el verdadero amor, que
se entrega y sacrifica por el bien del otro, y que encuentra, sin
buscarlo, la verdadera felicidad. Un amor así construye familia y
hace posible el matrimonio estable y fiel.
En
tercer lugar, y como colofón, os invito a poner los ojos en Ana la
profetisa, anciana y piadosa: que “hablaba
del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel”.
La
familia cristiana, misionera: y misionera sobre todo con el
testimonio de su vida. Es posible el proyecto de Dios: Uno con una,
para siempre y con hijos o con la voluntad de tenerlos. Este proyecto
de vida es posible y satisface plenamente los sueños y deseos del
corazón humano. Es posible. Y hay familias que lo están viviendo.
Ellas son profetas de una sociedad alternativa, diferente, humana y
humanizadora, que anuncian una nueva Navidad, el nacimiento de un
mundo nuevo.