domingo, 30 de diciembre de 2018

DOMINGO FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA


-Textos:

-Sam 3, 20-22.24-28
-Sal 83, 2-6.9-10
          -1 Jn 3, 1-2. 21-24
          -Lc 2, 41-52

Tu padre y yo te buscábamos angustiados”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia dentro del misterio de la Navidad.

Jesús vivió muchos años con José y María en la familia de Nazaret. Él, al vivir en familia, dignifica la familia y la reconoce como medio adecuado para su misión salvadora en el mundo.

Hoy, en nuestra sociedad occidental, el modelo de familia en el que hemos vivido y en el que hemos sido educados está puesto en cuestión y hasta es atacado abiertamente. 

Algunas ideologías enseñan que lo que llaman “familia tradicional” es una de la causas principales de la desigualdad entre hombre y mujer; muchas instituciones políticas, poderosos medios de comunicación, y otros sectores muy influyentes en la sociedad, exaltan hasta lo irracional el individualismo y una falsa libertad, que es puro sometimiento al imperio de la sensualidad y de los sentidos, y dejan desamparada, sin normas que la protejan y sin estima social, a la institución familiar.

Sin embargo, la familia, como comunión de vida y amor: uno con una, para siempre y con voluntad de tener hijos y educarlos, será siempre la escuela fundamental e insustituible para hacer personas maduras y capaces de ser constructores de una sociedad que progresa en la justicia y en la paz.

Nuestro Sr. Arzobispo en su carta pastoral para este día ha escrito: “La familia es la escuela de la más rica y hermosa humanidad, como el mejor caldo de cultivo para la realización de uno mismo y el mejor semillero del crecimiento espiritual. Dios ha hecho muy bien todas las cosas, pero fue ingenioso –si se puede decir así- al crear la familia. Es la mejor y más preciada perla de la creación”.

El evangelio de hoy nos propone a la Sagrada Familia como ejemplo de vida y también, de virtudes que, si las ponemos en práctica, pueden hacer de nuestras familias una comunidad de amor y armonía, y además, una escuela de personas constructoras de un mundo mejor y más conforme al proyecto de Dios.

En primer lugar, en esta familia, Jesucristo, ocupa el centro del hogar, es la razón de vivir, de amar y de trabajar de José y María, que lo tienen continuamente presente en el pensamiento y en el corazón.

Vemos también, que Jesús, María y José rezan, son fieles practicantes de su fe; para celebrar la Pascua, suben a Jerusalén.

El relato evangélico retrata además una vida de familia y unas relaciones muy normales, en la que no faltan los imprevistos y los sobresaltos. Pero relaciones vividas en el amor incondicional, y resueltas en la confianza para dialogar, preguntar, responder y aclarar: “¿Por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”... ¿No sabíais que yo debía estar en las coas de mi Padre?”

Al final, lo que vemos en este relato es una familia unida, que reza y que ama, donde los padres tienen la mirada del corazón, sobre todo María, en el hijo y en el misterio que lo envuelve; y donde el hijo, obediente, acepta y vive con sencillez su condición de hijo.

Hermanos: Jesús, José y María nos ofrecen un excelente proyecto para vivir en familia, para no contaminarnos de las corrientes que desintegran a las familias, y para aportar a la sociedad un modo de vivir verdaderamente humano y conforme a la voluntad de Dios.

Ellos peregrinaban al templo, nosotros venimos a la eucaristía para hacer familia-Iglesia y ser mejores familias.

domingo, 23 de diciembre de 2018

DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)


-Textos:

       -Mi 5, 1-4ª
       -Sal 79, 2-3.15-16.18-19
       -Heb 10, 5-10
       -Lc 1, 39-45

En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

A un día de la Navidad, estamos sin duda pensando los últimos detalles antes de que llegue la fiesta: el pescado, la carne, el turrón; cuántos, por fin, nos vamos a juntar… Pero, ¿esto es todo? ¿No nos falta ningún detalle? ¿Hemos contado con lo que nos dice la palabra de Dios, a la hora de preparar la Navidad?

La escena del Evangelio, la visita de la Virgen María a su prima Isabel, es encantadora, rezuma alegría y está llena de sabiduría. Ella, mejor que ninguna otra recomendación, nos muestra lo que de ninguna manera puede faltar en la fiesta de Navidad.

Tres consignas: la fe, la alegría y el servicio a los hermanos:

Vamos a empezar por la última frase del evangelio: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. La fe es mirar la fiesta desde la palabra de Dios. Lo que contaron los apóstoles y los primeros testigos, los que tenemos la buena suerte de escuchar en la liturgia de la Iglesia, estos relatos son los que nos llevan a la esencia y a la identidad de la fiesta. La buena mesa contenta nuestro paladar, pero sólo la Palabra de Dios, saciará el hambre y la sed de nuestro corazón. Activar nuestra fe, refrendarla escuchando la historia de lo que vivieron María e Isabel, de lo que pasó en Belén y Nazaret es lo mejor y más importante que podemos hacer en esta Navidad. Ahora, sobre todo, cómo estamos viendo que hasta el nombre de la fiesta pretenden algunos silenciar y otros se avergüenzan de pronunciar.

La alegría de la Navidad, ¿de dónde nos viene? ¿De la buena mesa, de los regalos, de la familia reunida? Hoy la palabra de Dios y la fe nos dicen que la fuente de la verdadera alegría es Jesús. “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. La exclamación alborozada de Isabel nos invita a acercarnos hoy y siempre, y hoy más que nunca a María, causa de nuestra alegría, porque es ella la que nos lleva a la fuente de la verdadera alegría: Jesús, Salvador del mundo y revelador del amor y de la misericordia de Dios.

La alegría de Jesús no está reñida, todo lo contrario, está dando fondo, alma y consistencia a las alegrías de una comida especial, a la armonía de la reunión familiar, a las visitas y a los saludos que refuerzan la amistad de nuestras relaciones personales. Sí, desde Jesús nuestras alegrías se llenan de alma y sentido, y no nos dejan ni vacío ni tristeza.

Finalmente el servicio de amor al prójimo. Dice el evangelio: “En aquellos mismos día, María se levantó y se puso en camino de prisa hacía la montaña”. Es decir, María, corre a casa de su prima para compartir las alegrías mutuas y ayudar a Isabel, embarazada ya de seis meses.

Si tenemos la dicha y el privilegio de poder celebrar las fiestas de Navidad en la fe y en la armonía familiar, no podemos dejar de pensar en tantos hombres y mujeres, familias enteras que no tienen posibilidad de disfrutar de estos dones preciosos de Dios.

Cáritas nos pide, sí, pero Cáritas nos hace un gran favor al invitarnos a servir y a compartir alimentos, dinero, salud, familia, amistad, tatos bienes que tenemos, ofrecerlos y compartirlos con tantos prójimos, hermanos nuestros, personas como nosotros, pero que carecen de ellos. María se puso en camino y fue aprisa a la montaña.

Fe, alegría de Jesús, servir y compartir: ¿Cómo preparamos la Navidad?


domingo, 16 de diciembre de 2018

DOMINGO III DE ADVIENTO (C)


-Textos:

       -Sof 3, 14-18ª
       -Sal Is 12, 2-6
       -Fil 4, 4-7
       -Lc, 10-18

Entonces, ¿qué debemos hacer?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? ¿Por qué tenemos que preguntarnos hoy esta pregunta?

Porque el Señor está cerca. Sí, el Señor, está cerca y viene a salvar este mundo, esta sociedad nuestra y a todos nosotros.

Lo sabemos muy bien: el Señor Jesús, el Hijo de Dios encarnado, vino y nació en Belén de la Virgen María, y este mismo Hijo de Dios encarnado. vendrá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos y establecerá plenamente el Reinado de Dios.

Pero sabemos muy bien, también, que Jesús viene en cada Navidad, gracias al misterio de la liturgia.

El día de Navidad la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. Los cristianos reunidos en el nombre del Señor, venimos a la eucaristía, escuchamos la palabra de Dios que nos cuenta el nacimiento de Jesús en Belén y la adoración de los pastores, y el canto de gloria de los ángeles; hacemos un acto de fe en la verdad de lo que se nos anuncia, pedimos y, luego, en la consagración adoramos y en la comunión participamos del cuerpo y la sangre de Jesús. Nosotros celebrando y participando así, en la liturgia de Navidad, sabemos que tenemos la misma suerte y nos beneficiamos de la misma gracia que tuvieron los pastores de Belén y los vecinos que acudieron al portal.

Sí, Jesús viene de una manera muy especial en la fiesta de Navidad. No es una pura frase retórica lo que nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura: “El Señor está cerca… Alegraos en el Señor”. Os recuerdo esta verdad con toda intención.
Estamos asistiendo en las calles, en los medios de comunicación en los programas que nos preparan algunos de los que nos gobiernan, y muchos de los que tratan de hacer negocio a propósito de la fiesta de Navidad, y vemos una realidad que se pretende celebrar la Navidad sin nacimiento. Celebrar la Navidad sin mencionar el acontecimiento que es el alma y el motivo de la fiesta universal que celebramos. Perdonad la trivialidad, pero es como ofrecer coca-cola laid, leche desnatada o vino sin alcohol.

Pero lo más doloroso es que muchos están muy de acuerdo con esta manera de celebrar la Navidad, y se entregan con entusiasmo a comprar, vender, gastar y divertirse.

¿Por qué les ocurre esto? Porque han cambiado de dios. Ya no piensan ni adoran al Niño de Belén como al Salvador divino, sino al placer de los sentidos y a la alegría de unas horas que provoca el champán.

La pregunta de esta mañana: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer”.

Hoy más que nunca tenemos que activar nuestra fe y asumir la responsabilidad de ofrecer a la sociedad, a los amigos, a los vecinos, a los hijos y nietos, a los que nos visitan y visitamos, ofrecerles el secreto que da alma y vida a la fiesta de Navidad y a todas las fiestas navideñas.

Tres propuestas para preparar la Navidad que viene y dar testimonio del secreto que encierra.

Una es participar en las celebraciones litúrgicas. Porque sabemos que son celebraciones que ofrecen una gracia especial de fe y de alegría verdaderas.

Y después las dos consignas que san Juan Bautista nos dice hoy en el evangelio:

El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene; el que tenga comida, que haga lo mismo”. Y además: “No hagáis extorsión, no exijáis más de lo establecido”. Es decir, caridad y justicia. La caridad y la justicia, y no sólo ni principalmente las posibilidades económicas, sean las que marquen la pauta de las fiestas que se avecinan.


domingo, 9 de diciembre de 2018

DOMINGO II DE ADVIENTO (C)


-Textos:

       -Bar 5, 1-9
       -Sal 125, 1-6
       -Fil 1,4-6.8-11
       -Lc 3, 1-6

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Por fin, hoy domingo termina el puente o el acueducto, como se dice en la calle. ¡Bendito sea Dios, si nos ha servido para descansar y reponer nuestras fuerzas!

Para nosotros, que venimos a vivir la liturgia y a participar en la eucaristía, este domingo nos introduce serena y profundamente en el Adviento, tiempo de gracia, que nos facilita crecer en la fe, en la caridad y en la esperanza.

Ya sabemos, por el mensaje que nos comunicó el primer domingo de este santo tiempo que Jesús, Hijo de Dios y de la Inmaculada Virgen María, vendrá de nuevo al final de los tiempos, como Señor y nos juzgará y establecerá definitivamente el Reino de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz. Pero sabemos también que, el Señor Jesús viene continuamente a nuestra vida y en nuestra circunstancia concreta.
Sabemos, por ejemplo, que la fiesta de Navidad, celebrada año tras año, reanima nuestra fe, la llena de alegría y refuerza nuestra voluntad de seguir al Hijo de Dios que nació entre los pobres, para darnos ejemplo de vida.

El adviento nos prepara también para estas venidas de Jesús en el presente de nuestras vidas.

La palabra de Dios de este segundo domingo nos dice: -“Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos”.

Una voz grita en el desierto”: Observad qué introducción tan solemne ha escrito san Lucas para presentar a san Juan Bautista. Es para que caigamos en la cuenta de que el profeta elegido por Dios para anunciar la inminente llegada del Mesías merece que le prestemos toda nuestra atención y nos dispongamos a seguir sus advertencias y sus consejos.

¿Qué nos dice el Bautista?:

Que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”, es decir, purificad el corazón, en casa, en el trabajo, en vuestras relaciones personales rectificad los comportamientos que ofenden a Dios y al prójimo, confesad vuestros pecados, poned al día las cuentas de vuestra conciencia

Y nos dice también: “Preparad el camino, allanad sus senderos”. Es una metáfora bella y expresiva, para decirnos: “Abrid el corazón”, con sencillez, con actitud abierta, y generosa, decid al Señor: “¿Qué quieres tú de mí, hoy y aquí, en este adviento y para esta Navidad?”. El Bautista nos invita a practicar un ejercicio muy importante para vivir como cristianos: practicar el discernimiento.

El cristiano que quiere ser cristiano de verdad ha de estar constantemente en actitud de discernir: ¿qué quiere Dios de mí? Señor, ¿cuál es tu voluntad sobre mi vida?

Y es san Pablo quien viene en nuestra ayuda y nos ofrece la regla más importante para saber discernir la voluntad de Dios: “Que vuestro amor siga creciendo más y más… para apreciar los valores”. No es cuestión de dar vueltas y vueltas a la cabeza, es cuestión de amor. Quien ama de verdad a Dios y al prójimo, ese está en las mejores condiciones para discernir, y acertar sobre qué quiere Dios de él. Este es también un buen ejercicio para practicar en adviento.

Pero volvamos a la médula misma del adviento, abrámonos a la esperanza, soñemos con los mejores sueños que nos despierta la palabra de Dios; hemos escuchado al final del evangelio: “Todos verán la salvación de Dios”.


sábado, 8 de diciembre de 2018

FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN (C)


-Textos:
 
       - Gén, 3, 19-15.20
       -Sal. 97, 1-4
       -Ef. 1, 3-6.11-12
       -Lc. 1,26-38

Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo”

Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, fiesta de alegría en medio del Adviento, fiesta para felicitar a la Madre de Dios y Madre nuestra del cielo; fiesta para dar gracias a Dios por las obras grandes que ha hecho en María y las que hace también en nosotros.

Este es el misterio que celebramos: La escogida y predestinada para ser Madre del Salvador, fue preservada de pecado original y llena de gracia desde el momento mismo de ser concebida. El Concilio dice: “María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante”. Y el Catecismo añade: “Para poder dar el asentimiento libre de su fe era preciso que ella, La Virgen María, estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios”.

Y así ocurrió en efecto: Cuando, en la oscuridad de la fe y en el no comprender el misterio, María recibe la llamada de Dios para la misión más importante que criatura humana puede tener en la historia, ella libremente dice “sí”, se fía de Dios, y acepta responsablemente el encargo. “Hágase en mí según tu palabra”. Y así, la humilde esclava del Señor, la Inmaculada, viene a ser Madre de Dios; se ilumina el Adviento y estalla la Navidad.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos: También nosotros “hemos sido bendecidos en la persona de Cristo con toda clase de vienes espirituales y celestiales”, nos ha dicho S. Pablo en la segunda Lectura. Se refiere a nuestro bautismo, por el que hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios.

Por eso, es para nosotros tan conveniente aprender de María e imitar su ejemplo. Desde el momento en que responde al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”, hasta el momento doloroso al pie de la cruz de su Hijo, e incluso hasta el día de Pentecostés con los apóstoles, María mantiene su “sí” y su entrega total a la voluntad de Dios. Y ya vemos los frutos: Nadie en el mundo ha dado al mundo un bien mayor y fruto más saludable. Ella nos trajo a nuestro Salvador.

En el espejo de esta preciosa fiesta de María Inmaculada, podemos hacernos con sinceridad algunas preguntas: ¿Vivo convencido de que Dios a mí, en el bautismo, me ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales? 

¿Entiendo mi vida y mi fe bautismal como una llamada, para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Cristo nos ama, es decir, a vivir el amor, el perdón el trabajo por la justicia, la ayuda real a los pobres y a los necesitados? Como María, le digo sí a Dios en todo momento y ante cualquier tentación de dinero injusto, de sexo indebido, envidia, de vanidad, de mentira?

Miremos a María y volvamos a la fiesta. La liturgia de hoy canta, en muchos momentos, la alegría de la Virgen Inmaculada. No hay mayor alegría que vivir en gracia. No hay nada que nos realice más plenamente como personas que escuchar la llamada de Dios y cumplir su voluntad. Y María Inmaculada, Madre del Salvador Y Madre nuestra, nos ayuda para un empeño y el otro. Demos gracias a Dios.

domingo, 2 de diciembre de 2018

DOMINGO I DE ADVIENTO (C)


-Textos:
       
       -Jer 33, 14-16
       -Sal 24, 4-5.8-9.14
       -Tes 3, 13-4,2
       -Lc 21, 15-28. 34-36

Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Primer domingo del santo tiempo de Adviento; tiempo que activa el suspiro más hondo del alma humana: “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo llegaré a ver su rostro?” (Sal 42).

El adviento es también tiempo de esperanza. Hemos escuchado en la primera lectura: “Ya llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”.

No podemos vivir sin esperanza. La esperanza de sanar aumenta en muchos enfermos las posibilidades de alcanzar la salud, nos comunica ánimos y temple para seguir trabajando aunque no veamos los frutos, y luchando por conseguir el sueño y los proyectos que nos hemos propuesto.

Pero, a veces, las circunstancias y las dificultades son muy grandes y nos desanimamos y se debilita nuestra esperanza.

La fe en Jesucristo genera en nosotros una esperanza que no sucumbe por grandes que sean los obstáculos y las contrariedades que asaltan nuestra vida. El adviento, que nos prepara a la Navidad, es también tiempo propicio para reanimar nuestra esperanza.

La esperanza cristiana surge de la promesa de Jesucristo: “Entonces veréis al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”. Esta es la promesa firme que escuchamos de labios de Jesús en el evangelio de hoy: La venida salvadora del Señor no es, como imaginan algunos, un fin del mundo catastrófico, sino es el retorno del Señor resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, que reconstruye la creación según el proyecto inicial de Dios, es la victoria definitiva de su Espíritu de amor, de justicia, de confianza, de paz; la realización plena de la historia de salvación.

Esta es la promesa firme que escuchamos hoy de labios de Jesús, que afianza nuestra esperanza, porque es promesa de Jesús, que merece toda confianza. Porque Jesucristo es fiel y cumple lo que promete. Jesucristo es el “sí” de Dios a los hombres. San Pablo dice en una de sus cartas: “Sé de quién me he fiado”(2 Tim 1,12).

Que no hay vocaciones, que las generaciones jóvenes, en muchos casos, se desentienden de la fe de los mayores, que hay grupos políticos que quieren eliminar la educación cristiana de los centros educativos… Nada de esto nos desalienta. “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

Nuestra esperanza se asienta en la promesa de Jesús, que dio la vida por nosotros, murió, resucitó y nos dejó el Espíritu Santo, y la Iglesia, y los sacramentos, y su Evangelio.

No vivimos de lo que dicen algunos voceros especialistas en acaparar los titulares de los medios de comunicación, nuestra esperanza se alimenta de la Palabra de Dios y de las promesas de Jesús.

Entonces, ¿qué podemos hacer en este adviento, para ganar en esperanza?

Dos prácticas me atrevo a proponeros: Practicar la caridad y escuchar la palabra de Dios, la oración: “Que el Señor Jesús os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos…, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida del Señor Jesús con todos sus santos”. “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida… Estad pues despiertos”, es decir, en oración: “A ti, Señor, levanto mi alma”, hemos cantado.

Comencemos bien el Adviento, vengamos a la eucaristía.


domingo, 25 de noviembre de 2018

FESTIVIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO


-Textos:

       -Dan 7, 13-14
       -Sal 92, 1-2.5
       -Ap 1, 5-8
       -Jn 18, 33b-37

Mi reino no es de este mundo…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo Rey del Universo; es el último domingo del año litúrgico, el próximo domingo es ya tiempo de Adviento.

La fiesta de Cristo Rey nos proporciona una ocasión oportuna para preguntarnos cada uno: ¿Quién rige nuestra vida? Para muchos es el dinero, o el puesto importante en la empresa, o la buena imagen o la fama, u otros bienes, convertidos en ídolos, que les llevan a olvidar los mandamientos de Dios y el respeto que nos merecen las personas.

Para los cristianos es Jesucristo. Jesucristo es el camino y la verdad y la vida. Es nuestro líder, dirían algunos, es nuestro Rey.

Hoy celebramos, el reconocimiento de Jesucristo como Rey universal. En el libro del Apocalipsis hemos escuchado: “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra”. Y unas líneas más abajo, nos dice el mismo Jesucristo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso”

Permitidme, de nuevo que os pregunte: ¿Es Jesucristo real y efectivamente el Rey de nuestra vida? Ante Pilato Jesucristo dice con toda claridad y valentía: “Tú lo dices: soy rey”. Nosotros escuchamos esta confesión de Jesús, la aceptamos, creemos y le seguimos.

Pero un momento antes le ha dicho a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” ¿De qué manera es rey Jesucristo y qué consecuencias tiene para nosotros aceptar a Jesucristo como rey?

El evangelista, Juan, cuando narra el momento cumbre de la crucifixión y muerte de Jesús cita esta frase del profeta Zacarías: “Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí”. Jesús reina desde la cruz.

Su reino no es de este mundo, pero sí pretende trasformar este mundo y hacer de él “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1) No por la fuerza de las armas, por el dinero, o el engaño, sino entregando su vida por amor.

Jesucristo cree en el amor. Por eso, “habiéndolos amado a todos los que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, y murió por nosotros.

Conviene aquí recordar otra escena. Cuando los hijos del Cebedeo piden a Jesús los primeros puestos, Jesús responde: “ Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20,25-28).

Esta catequesis de Jesús es para los discípulos de entonces y para los discípulos de todos los tiempos. Nosotros, hemos recibido el bautismo y somos cristianos, seguidores de Cristo. Es muy importante lo que se dice en la segunda lectura: “Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes de Dios, su Padre”.

Somos sacerdotes, profetas y reyes, por el bautismo. A nosotros nos corresponde ser discípulos, voluntarios y cooperadores en la misión de Jesús, de implantar en el mundo el Reino de Dios. Pero hemos de implantarlo al modo de Jesús, como él nos enseñó y como él lo hizo: Ni violencia, ni armas, ni coacciones, ni mentiras. Amar y servir; obedecer a Dios Padre y ayudar a los pequeños, a los pobres y a los pecadores. 

Este Reino no es de este mundo, pero puede transformar, -¡está transformando!- este mundo.


domingo, 18 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXIII T.O. (B)


-Textos:

       -Dan 12, 1-3
       -Sal 15, 5. 8-11
       -Heb 10, 11-14. 18
       -Mc 13, 24-32

Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”

El mensaje de las lecturas correspondientes a este penúltimo domingo del Año Litúrgico sacan a la luz una cuestión que anida en la mente y en el corazón de todos, pero que muchos tratamos de encerrarla en el cuarto oscuro de la conciencia, porque se nos antoja enojosa e inquietante. Todos queremos vivir y todos nos morimos. Muchos no quieren pensar y se dicen: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Pero les queda el sentimiento inconfesado de que dejan el interrogante sin resolver.

La verdad es que el hombre, independientemente de sus raíces culturales y religiosas, no puede soslayar la pregunta: ¿Se acaba todo? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Hay alguien que pronuncie una palabra que genere una esperanza cierta?

Entonces se verá venir al Hijo del Hombre entre nubes con gran poder y majestad”. Con un lenguaje literario difícil de entender para nuestro tiempo, en las lecturas de hoy se nos dice aquella verdad que confesamos cada domingo en el Credo: “Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. Es cierto que en este juzgar cabe la posibilidad de una condena. Pero en el conjunto de sus afirmaciones Jesús quiere infundir esperanza en sus seguidores. Él vendrá revestido de gloria para cumplir la promesa que hizo en la Última Cena: “Volveré y os llevare conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”(Jn 14, 3).

Además añade una recomendación muy sabia: “Estad atentos y vigilantes, “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Sabed que el Señor está cerca”, hemos escuchado también en el evangelio. Sí, sabemos que está cerca; y no nos da miedo, todo lo contrario. Sabemos que viene ahora al altar, para alentar nuestra vigilancia y nuestra espera. “Este es el sacramento de nuestra fe”, dirá luego un servidor, y vosotros responderéis esperanzados: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”.


domingo, 11 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXII T.O. (B)



-Textos:

       -Re 17, 10-16
       -Sal 145, 7-10
       -Heb 9, 24-28
       -Mc 12, 38-44

”Esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo treinta y dos del año litúrgico. Nos acercamos al final al final de este año litúrgico. Pero, hoy, además celebramos el “Día de la ayuda a la iglesia diocesana”.

Tenemos más conciencia de ser pertenecientes a una parroquia que a ser pertenecientes a una diócesis. La diócesis tiene mucha más importancia que la parroquia.

La diócesis es la Iglesia en un lugar o en un grupo de personas. La diócesis tiene todos los elementos esenciales que tiene la Iglesia universal. La parroquia es parte de la dióceis, pero la diócesis es más que parte de la Iglesia, es la Iglesia en esencia. Porque tiene todos los elementos esenciales que tiene la Iglesia.

En la diócesis tenemos al obispo, que nos pone en comunión con el Colegio apostólico, con el grupo de los Doce que convivió con Jesús y que Jesús puso como fundamentos del Nuevo Pueblo de Dios. El obispo, además, nos pone en comunión con la Iglesia universal, con la totalidad de comunidades diocesanas que se extienden por el mundo.

Esta naturaleza de la Iglesia diocesana que tiene todos los elementos propios de la Iglesia universal, nosotros sabemos, por ejemplo , que la misa que celebramos es la actualización de la “Última Cena" que celebró Jesús, en el primer Jueves Santo.

En la diócesis encontramos todas las fuentes de gracia que Jesucristo creo para la santificación de todos los que quisieran seguirle a través de todos los tiempos y en todos los lugares del mundo: El bautismo, la eucaristía, el sacramento del perdón, los demás sacramentos. La Palabra de Dios y, sobre todo, la pertenencia a la comunidad de seguidores de Jesús, animada por el Espíritu Santo.

Es preciso sentir y amar a la diócesis, y agradecerle tantos beneficios que tenemos gracias a ser nosotros miembros de la esta comunidad diocesana.

El “Día de la Diócesis” a veces lo planteamos sólo como ocasión para hacer una colecta económica a favor de ella. Pero, sobre todo, es para caer en la cuenta de los muchos bienes espirituales, que recibimos de ella.

La viuda que echa su limosna al cepillo del templo, si fue tan generosa es sin duda, porque confiaba mucho en Dios, y le estaba muy agradecida. Hoy se nos pide una limosna económica para sostener los gastos económicos que, evidentemente, supone el gobierno de nuestra comunidad diocesana. Pero seremos tanto más generosos en nuestra aportación, cuanto más convencidos estemos de los muchos y valiosos beneficios que recibimos por ser miembros pertenecientes a la comunidad de la diócesis de Pamplona.

domingo, 4 de noviembre de 2018

DOMINGO XXXI T.O. (B)


-Textos:

       -Dt 6, 2-6
       -Sal 17, 2-4. 47 y 51
       -Heb 7, 23-28
       -Mc 12, 28b-34

¿Qué mandamiento es el primero de todos?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos ante el texto más conocido y venerado en toda la tradición judeocristiana, y conocido también fuera del mundo judeocristiano. Un texto esencial que pone el sentido de la vida en el amor.

Este es el primer mandamiento, dice Jesús: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”.

Dos anotaciones a la primera parte de este mandamiento: La primera: “El Señor, nuestro Dios es el único Señor”. Dios es único, no hay, y no puede haber, más que un solo Dios. Otros bienes seductores del corazón humano, no son dioses, son ídolos que engañan y esclavizan. La segunda anotación sobre la frase: “Amarás… con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Cuatro veces repite insistentemente la palabra “Todo”. El corazón humano, entero, para sólo Dios. Dios, el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, no puede compartir con otros dioses tu corazón. Ni el dinero, ni el prestigio, ni la comodidad, ni la seguridad, ni mi yo, mi “ego”, ni ninguna criatura, que tanto poder tienen para seducirnos, pueden suplantar a Dios.

Puede que algunos queden retratados en la frase “Dios, sí, pero los ídolos, también”. Pues, no: amar a Dios sobre todas las cosas, todas las demás criaturas amarlas desde Dios y para Dios.

Permitidme ahora acercarme a la segunda parte de este primero y principal mandamiento. Jesús equipara en importancia y une indisolublemente los dos preceptos: Amor a Dios con todo el corazón y amor al prójimo como a nosotros mismos.

No podemos separar el amor a Dios y el amor al prójimo. Y más aún: el amor a Dios y el amor al prójimo se apoyan mutuamente.

No se puede amar a Dios, si no amamos al prójimo. Recordad la primera Carta de San Juan: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”. Y vale igualmente la afirmación inversa: No podemos amar al prójimo, si no amamos a Dios.

A todos nos parece muy bien y muy bueno el mandamiento principal que nos propone hoy Jesús, sin embargo, a todos nos cuesta amar y amar al prójimo, como él se merece, y como Dios quiere que le amemos. ¿Qué pasa en nuestra sociedad, y qué nos pasa a cada uno de nosotros? ¿Por qué nos cuesta tanto ser consecuentes y amar al prójimo como a nosotros mismos?

Dios es amor y Dios es la fuente de toda manifestación de amor que hay en el mundo.

El evangelio de Jesús hoy nos dice que si no amamos a Dios, si no acudimos a la fuente del amor verdadero que es Dios, las criaturas humanas no tenemos fuerza ni calidad de amor suficientes para amar al prójimo como el prójimo merece ser amado siempre.

Nuestra conciencia personal y nuestra buena voluntad, son débiles y volubles. Si no tienen en cuenta a Dios, que nos ama y que se ofrece a nosotros como fuente del amor verdadero, equivocamos en el amor, lo desfiguramos y lo maleamos; y desfallecemos en el intento de amar. Dios es amor, nos manda que amemos, y se ofrece como fuente del verdadero amor.

Esta fuente del amor de Dios la encontramos nosotros en la eucaristía. Vengamos a ella, y seamos testigos de que en este mundo es posible amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos.


domingo, 28 de octubre de 2018

DOMINGO XXX T.O. (B)


-Textos:

       -Jer 31, 7-9
       -Sal 125, 1-6
       -Heb 5, 1-6
       -Mc 10, 46-52

Animo, levántate, que te llama”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La liturgia, vosotras hermanas benedictinas lo sabéis muy bien, hace presentes, actualiza los acontecimientos que celebra. En aquel tiempo, Jesús salía de la ciudad de Jericó y un ciego que pedía limosna en las afueras, a la orilla del camino, le gritó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. La gente intentaba hacerle callar, pero él no hacía caso e insistía: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se para y dice: Llamadlo”. Alguien de la comitiva se dirigió al ciego y le dijo: “Animo, levántate, que te llama”.

Este hecho que sucedió entonces, se actualiza hoy, aquí para nosotros, en este domingo que se clausura el “Sínodo de los obispos sobre los jóvenes y la fe”, en el que los sufrimientos y las alegrías, los quehaceres y preocupaciones, las buenas y malas noticias pesan sobre el ánimo de nuestro vivir diario. Ahora, en esta eucaristía, Jesús nos llama.

¿Por qué nos llama? Quizás nos quedamos sorprendidos. Al ciego lo llamó, porque el ciego se sentía necesitado, estaba ciego. Nosotros, ¿qué necesidades sentimos? ¿Qué necesidades traemos hoy a esta eucaristía?

Y adelantemos, ya desde ahora, la respuesta: Jesús quiere atender todas nuestras necesidades, y para ello, lo que hace es darnos la luz de la fe, para que le sigamos a Él”; “El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”

Observemos y aprendamos del ciego. Él está al borde del camino de Jesús, pero no justo en el camino con Jesús. Lo llama “Hijo de David”, no exactamente “Hijo de Dios”.

Cuando le dicen: “Ánimo, levántate que te llama”. Tira el manto, da un salto y pasa de estar sentado en la orilla al medio del camino por el que camina Jesús, que es nada menos que el camino peligroso de Jerusalén donde le espera la cruz.

Él ciego tiene dos necesidades: una necesidad física, no ve, y una necesidad espiritual: Tiene una fe oscura e incompleta en Jesús.

Jesús lo llama con una pregunta extraordinariamente interesante: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le pide lo más inmediato y elemental: Maestro, que pueda ver”.

Jesús le atiende y le concede lo que pide y más de lo que pide, le concede la luz para sus ojos y la fe para su alma. Una fe tan luminosa como la luz que ahora pueden apreciar sus ojos. Una fe incondicional, una fe que hace que las penas y las alegría, los trabajos y los sufrimientos, la salud y la enfermedad, todo, pueda ser llevado y pueda ser afrontado y resuelto de la manera más satisfactoria y conveniente. Porque es una fe que nos da a Jesús, luz del mundo y Camino, verdad y vida de nuestra vida. Con Jesús y por Jesús “todo los puedo en aquél que me conforta”.

Pensemos ahora en nosotros mismos, ¿qué pedimos a Dios cuando hacemos oración? ¿Qué necesidades sentimos que nos afligen o nos preocupan? ¿Pedimos la fe? ¿”Señor, auméntanos la fe?

Pensemos, con el Papa y todos los participantes en el sínodo, en los jóvenes: ¿Qué necesidades tienen? ¿Qué les damos? ¿Hasta qué punto pueden percibir que la herencia que más queremos transmitirles es la fe en Jesucristo?

Os dejo, para pensar y hacer oración estas agudas frases del evangelio de hoy: “Animo, levántate, que te llama”; “¿Qué quieres que haga por ti?”.



domingo, 21 de octubre de 2018

DOMINGO XXIX T.O. (B) DOMUND


-Textos:
  
       -Is 53, 10-11
       -Sal 32, 4-5.18-22
       -Heb 4, 14-16
       -Mc 10, 35-45

Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”

Queridas hermanas benedictinas, queridos hermanos todos, los habituales a esta misa conventual y a todos amigos del monasterio, que hoy habéis venido para acompañar a la hermana Goretti y a rezar por su madre, Francisca, fallecida recientemente:

Coinciden en esta eucaristía varios motivos: Hoy es domingo, es domingo del Domund, y para nosotros particularmente, es una eucaristía en sufragio por la madre de Goretti.

Queremos partir de las palabras de Jesús al final del evangelio:
Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”

Que contraste tan radical entre la manera de pensar de los hijos del Zebedeo y la manera de pensar de Jesús: Santiago y Juan: “Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Gloria, poder, primeros puestos. Ante esta propuesta Jesucristo da una catequesis admirable, que además, define la esencia misma del espíritu propio de la comunidad de Jesús: “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Y se pone como ejemplo: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

Todos nosotros quedamos interpelados esta mañana por esta reveladora catequesis de Jesús: La escala de valores que ofrece es realmente un revulsivo para la manera de pensar, y de funcionar de esta sociedad en que vivimos.

Y nos preguntamos, ¿por qué servir, y no, lo que parece más humano, intentar realizarnos como personas? El secreto del servicio cristiano está en el amor. Servir, obligado y por sometimiento, humilla, servir, por amor y libremente, dignifica a la persona que sirve y también al prójimo al que servimos.

Una madre de familia, las madres, son ejemplo y testimonio de la enseñanza de Jesús. La madre de Goretti, Francisca, diez hijos; qué no habrá hecho, de trabajo, de servicio, de perder el sueño y de madrugar; de disimular su cansancio y quedarse en segundo y en último lugar; como tantas madres. Y lejos de sentirse humillada, se ha sentido feliz y contenta, viendo cómo los hijos e hijas crecían y se hacían personas; acariciándolos cuando salían para abrirse paso en el mundo o a realizar su vocación, y multiplicándose en el trabajo cuando volvían a casa y había que preparar la mesa y la casa para que toda la familia se sintiera feliz. Ella sirviendo a todos, sí, y feliz, porque amaba y se sentía amada.

Ella, como tantas madres, sirviendo por amor, ha seguido a Jesús. El amor que emana de las enseñanzas y del ejemplo que nos da Jesucristo es también el secreto que da sentido y hace posible el mensaje que nos dice hoy el DOMUND: ¡Cambia el mundo!

El mensaje nos dice: El mundo debe cambiar, y si el mundo debe cambiar, arrima tú el hombro, pon tu grano de arena y cambia este mundo”.

Pero, hermanos: ¿cómo cambiar el mundo? ¿Qué podemos, qué puedo hacer para cambiarlo? La respuesta la encontramos en Jesús: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos”.

Ama y sirve, como sirve una madre, como sirven los misioneros y las misioneras, y voluntarios y voluntarias, que van a los últimos rincones del mundo para alimentar, educar y evangelizar a prójimos suyos y nuestros, necesitados, marginados y también explotados.

Hermanas y hermanos todos: En el momento solemne de la consagración el sacerdote va a decir: “Este es el cáliz de mi sangre, que se entrega por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados”. El servir por amor cambia el mundo.


domingo, 14 de octubre de 2018

DOMINGO XXVIII T.O. (B)


-Textos:
       
       -Sab 7, 7-11
       -Sal 89, 12-17
       -Heb 4, 12-13
       -Mc 10, 17-30

¿Qué haré para heredar la vida eterna?

Queridas hermanas benedictinas y queridos y queridos hermanos todos:

¿Pensamos en la vida eterna? Hoy en día, creo que la gente piensa cada vez menos en la vida eterna. Y si le pasa por la mente ese pensamiento, procura quitárselo inmediatamente de la cabeza. “Nadie ha vuelto de allá”, se dicen, “Vete a saber”. Y vuelven a sus preocupaciones de cada día, y a sus sueños y deseos; que suelen rondar todos en torno al dinero, como solución, al menos inmediata, a la mayoría de sus problemas.

Nosotros, ¿dónde nos situamos? Pensamos en Dios, sí, y quizás también en la muerte. Pero también en el dinero. Porque sin él, decimos, no se puede vivir. Y es verdad, tal y como funciona la sociedad nuestra, el dinero es útil y necesario.

Pero, ¿pensamos en la vida eterna? Yo miro a este hombre rico del evangelio y no puedo menos de preguntarme qué sintió dentro de si este hombre. Era buen practicante de la religión, cumplía los mandamientos, tenía dinero, y, sin embargo, no estaba satisfecho sentía algo por dentro, echaba en falta algo, buscaba… O quizás, al oír hablar de Jesús, se le movió algo por dentro y se sintió tocado. Y en este punto, ciertamente, yo lo alabo. Sus muchas riquezas no habían logrado apagar sus inquietudes hondas y más fundamentales, el más allá de la muerte, la vida eterna.

Y nosotros, ¿cómo andamos? Porque creo que somos bastante ricos, estamos ricamente establecidos en una cierta comodidad, y bastante bien asegurados los días que nos quedan por vivir: la vida eterna es un pensamiento hondo y relevante, que influye en nuestra vida y en nuestro comportamiento?

Jesús le dice a este hombre, y nos dice esta mañana a todos nosotros, que le falta algo. Y fijémonos, no se refiere al dinero, sino a los mandamientos. Este hombre cumple los mandamientos, y le falta algo. ¿No os sentís implicados y afectados por esa situación? Nosotros cumplimos más o menos con los mandamientos de la Ley de Dios, y también, con los de la Iglesia. Jesús nos dice hoy, a nosotros: “Te falta algo”.

Pero, perdonadme, me he saltado un detalle importante en este evangelio que dice: “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Jesús, esta mañana, a cada uno de nosotros, nos mira con cariño. Es importante; merece la pena que hoy, si quiera unos minutos, hagamos oración pensando en estas palabras de Jesús dirigidas a mí.

Si me dejo tocar afectivamente por esta mirada de Jesús, quizás, podré sobreponerme al susto y al escándalo que provocan las siguientes palabras de Jesús: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

Lo que nos espanta es dar todo el dinero. Pero, los importante es que pongamos primero la atención en la segunda parte de la frase: “Y luego, sígueme, porque así tendrás un tesoro en el cielo”. En Jesús está la verdadera sabiduría, ¡Él es la Sabiduría de Dios encarnada! Es “el camino, la verdad y la vida”, “quien le sigue no anda en tinieblas”, es la perla, el tesoro escondido, por lo que merece venderlo todo; es la verdadera riqueza.

Jesús, lo dice este evangelio, nos pide mucho: darlo todo, pero nos da mucho más: Nos invita seguirle, a estar con él, nos introduce en el círculo de sus amigos, cuenta con nosotros para su gran proyecto: Ir por todo el mundo y anunciar el evangelio.

Queridos hermanos y hermanas: Hemos sido convocado a participar en esta eucaristía, vamos a comulgar con Jesucristo, que dio la vida por nosotros, y vive resucitado: Aquel hombre se marchó triste, porque era muy rico…, ¿y nosotros?

domingo, 7 de octubre de 2018

DOMINGO XXVII T.O. (B)


-Textos:
       
       -Gn 2, 18-24
       -Sal 127, 1-6
       -Heb 2, 9-11
       -Mc 10, 2-16
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”

En el evangelio que acabamos de escuchar vemos que los fariseos intentan buscar pruebas para acusar a Jesús. Le hacen una pregunta que le obligue a pronunciarse a favor o en contra de la ley de Moisés, sobre un asunto tan discutido entonces como ahora: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”.

Jesús en su respuesta se remonta al momento mismo en que Dios crea el matrimonio: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”Y concluye de manera contundente: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

Luego, dirigiéndose a sus discípulos, saca las consecuencias: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

Dios ha creado el matrimonio, fundado en el amor y en la fidelidad: Uno con una, para siempre, por amor y con voluntad de tener hijos. Jesucristo ratifica este proyecto y además lo hacer posible.

Este proyecto de Dios sobre el matrimonio es una vocación inscrita en el corazón humano. Casarse, prometerse un sí para siempre, fundar una familia, es el sueño de todo corazón humano; tratar de realizarlo hace felices a las personas y garantiza la estabilidad y la prosperidad de la comunidad humana. ¡Cuánto bien reportan a los individuos, a la sociedad y a la Iglesia los matrimonios fieles y las parejas estables!

Pero este proyecto de vida matrimonial no es fácil. Supone madurez personal, capacidad de sacrificarse por el bien del otro y de los hijos, saber ser felices haciendo felices a los demás.

Es difícil, y más difícil aún en estos tiempos, cuando este proyecto de Dios, tan decisivo para la felicidad del matrimonio y de la familia y tan importante para el bien común de la sociedad, ha quedado desprotegido por las leyes civiles, vapuleado por una propaganda frívola y consumista; a merced solamente de la buena voluntad de las parejas y, en muchos casos, asentado solamente en la fragilidad de unos sentimientos que no alcanzan la hondura del amor verdadero.

Jesucristo ha venido a hacer posible y realizable lo que es tan difícil. Jesucristo no sólo confirma las exigencias propias del matrimonio tal como lo ha diseñado Dios creador, sino que proporciona la gracia y los medios para poder cumplir con esas exigencias.

El bautismo y la confirmación, que nos comunican el Espíritu Santo, la escucha de la palabra y la eucaristía que alimentan nuestra fe, el sacramento del matrimonio, que nos comunica aquel amor esponsal con el que Cristo ama a la Iglesia, el sacramento de la penitencia, que nos permite pedir perdón y perdonar…, todos estos medios hacen posible el sueño de un matrimonio estable, fiel y fecundo, para bien y felicidad de él mismo, de los hijos, de la sociedad y de la Iglesia. Jesucristo, que declara sin ambigüedades la indisolubilidad, se ofrece para hacer posible la felicidad.

Vosotras, queridas hermanas, con vuestra oración, y todos nosotros, desde la misión concreta que nos ha tocado vivir como cristianos en la vida, luchemos por hacer frente a esta corriente disolvente que ha invadido la vida de las parejas, y sepamos mostrar la belleza y el bien que reporta al mundo el matrimonio estable, fiel y fecundo, como lo ha pensado Dios y lo pide Jesucristo.


domingo, 30 de septiembre de 2018

DOMINGO XXVI T.O. (B)


-Textos:

       -Núm 11, 25-29
       -Sal 18, 8. 10. 12-14
       -Sant 5, 1-6
       -Mc 9, 38-43. 45. 47-48

No se lo impidáis…. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

San Marcos en el evangelio de hoy recoge varios dichos de Jesús que conviene tener en cuenta en las circunstancias que están viviendo aquellos primeros cristianos.

Os invito a poner la atención en el primero de ellos:

No se lo impidáis…. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Los discípulos dicen a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba los demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.

¿Cuál es el espíritu, la mentalidad, el talante del apóstol Juan, que revelan estas palabras? ¿Sentía Juan miedo a que este que expulsaba demonios desvirtuara las enseñanzas de Jesús? ¿Se sentía Juan orgulloso y privilegiado por pertenecer al grupo de los escogidos por Jesús, y menospreciaba a los que no habían tenido esa suerte? ¿Qué espíritu animaba a Juan cuando le sale esa frase: “No es de los nuestros”?

Conviene que nos paremos a pensar. Somos bautizados, pertenecemos a la Iglesia católica, tenemos el encargo de predicar el evangelio y ser testigos fieles de la verdad de Jesús. ¿Cómo miramos a los que no son católicos como nosotros? ¿Hemos de ser intransigentes para defender la ortodoxia? ¿Hemos de ser permisivos y pasotas, para no escandalizar? ¿Qué pensar de los que practican una religión diferente y practican la caridad y el bien? ¿Y cómo situarnos ante los que no creen ni en los curas ni en la Iglesia y practican la caridad y la justicia igual o mejor que nosotros?

Jesucristo nos dice hoy: -“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre, no puede hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Al que hace el bien, y al que propone y practica los valores más característicos de mi evangelio no se lo impidáis. Respeto, aprecio, e incluso, alegrarnos de que esto ocurra, viene a decirnos hoy Jesús.

Pero, nos surge la duda: Y la Iglesia que tú, Señor, has fundado para anunciar el evangelio por todo el mundo, ¿no es necesaria?

Sí, la Iglesia es absolutamente necesaria, y Jesús quiso fundarla para anunciar el Reino de Dios a todos los hombres. Para que el mundo se entere de que Dios es amor y misericordia; de que Jesucristo, Hijo de Dios, nos amó hasta el extremo y dio la vida por nosotros. Es necesaria la Iglesia para decir que Cristo ha resucitado, ha vencido al pecado y a la muerte; que tenemos una esperanza fundada de poder vivir felices eternamente con Dios.

En la Iglesia católica subsiste plenamente la verdad de Jesús, esta animada por el Espíritu Santo, y ofrece al mundo la Palabra de Dios, la presencia del Resucitado en la eucaristía, y la penitencia, y los demás sacramentos, de manera que los hombres podamos conocer, amar y cumplir la voluntad de Dios.

Es una gracia inmensa pertenecer a la Iglesia y saber que cuantos hacen el bien, practican la verdad y la justicia, respetan la libertad y la dignidad de las personas están movidos por el Espíritu de Jesús resucitado, y que todo eso construye el cielo nuevo y la tierra nueva que Jesús ha prometido.

Y todo eso lo pueden saber con certeza porque la Iglesia, nosotros los cristianos, lo sabemos y hemos recibido el encargo de anunciarlo, no como privilegiados, sino como servidores del mundo, agraciados y humildes, que hemos recibido el encargo de Jesús.

Afirmemos nuestra fe en Jesucristo, en su Iglesia y en el encargo que nos ha dado de anunciar el evangelio por todo el mundo.