-Textos:
-Sam
3, 20-22.24-28
-Sal
83, 2-6.9-10
-1 Jn 3, 1-2. 21-24
-Lc 2, 41-52
“Tu padre y yo te
buscábamos angustiados”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Celebramos hoy la
fiesta de la Sagrada Familia dentro del misterio de la Navidad.
Jesús vivió muchos
años con José y María en la familia de Nazaret. Él, al vivir en
familia, dignifica la familia y la reconoce como medio adecuado para
su misión salvadora en el mundo.
Hoy, en nuestra
sociedad occidental, el modelo de familia en el que hemos vivido y en
el que hemos sido educados está puesto en cuestión y hasta es
atacado abiertamente.
Algunas ideologías enseñan que lo que llaman
“familia tradicional” es una de la causas principales de la
desigualdad entre hombre y mujer; muchas
instituciones políticas, poderosos medios de comunicación, y otros
sectores muy influyentes en la sociedad, exaltan hasta lo irracional
el individualismo y una falsa libertad, que es puro sometimiento al
imperio de la sensualidad y de los sentidos, y dejan desamparada, sin
normas que la protejan y sin estima social, a la institución
familiar.
Sin
embargo, la familia, como comunión de vida y amor: uno con una, para
siempre y con voluntad de tener hijos y educarlos, será siempre la
escuela fundamental e insustituible para hacer personas maduras y
capaces de ser constructores de una sociedad que progresa en la
justicia y en la paz.
Nuestro Sr. Arzobispo
en su carta pastoral para este día ha escrito: “La familia es la
escuela de la más rica y hermosa humanidad, como el mejor caldo de
cultivo para la realización de uno mismo y el mejor semillero del
crecimiento espiritual. Dios ha hecho muy bien todas las cosas, pero
fue ingenioso –si se puede decir así- al crear la familia. Es la
mejor y más preciada perla de la creación”.
El evangelio de hoy nos
propone a la Sagrada Familia como ejemplo de vida y también, de
virtudes que, si las ponemos en práctica, pueden hacer de nuestras
familias una comunidad de amor y armonía, y además, una escuela de
personas constructoras de un mundo mejor y más conforme al proyecto
de Dios.
En primer lugar, en
esta familia, Jesucristo, ocupa el centro del hogar, es la razón de
vivir, de amar y de trabajar de José y María, que lo tienen
continuamente presente en el pensamiento y en el corazón.
Vemos también, que
Jesús, María y José rezan, son fieles practicantes de su fe; para
celebrar la Pascua, suben a Jerusalén.
El relato evangélico
retrata además una vida de familia y unas relaciones muy normales,
en la que no faltan los imprevistos y los sobresaltos. Pero
relaciones vividas en el amor incondicional, y resueltas en la
confianza para dialogar, preguntar, responder y aclarar: “¿Por
qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos
angustiados”... ¿No sabíais que yo
debía estar en las coas de mi Padre?”
Al final, lo que vemos
en este relato es una familia unida, que reza y que ama, donde los
padres tienen la mirada del corazón, sobre todo María, en el hijo y
en el misterio que lo envuelve; y donde el hijo, obediente, acepta y
vive con sencillez su condición de hijo.
Hermanos: Jesús, José
y María nos ofrecen un excelente proyecto para vivir en familia,
para no contaminarnos de las corrientes que desintegran a las
familias, y para aportar a la sociedad un modo de vivir
verdaderamente humano y conforme a la voluntad de Dios.
Ellos peregrinaban al
templo, nosotros venimos a la eucaristía para hacer familia-Iglesia
y ser mejores familias.