-Textos:
-Dt 18,
15-20
-Sal 94,
1-2.6-9
-1 Co
7,32-35
-Mc
1,21-28
¿Qué
es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El evangelio
que acabamos de escuchar muestra muchos rasgos de la vida, la
doctrina y la persona misma de Jesús.
Me
permito subrayar ante vosotros uno de ellos: Jesús se revela como el
Profeta que tenía que venir al mundo. En Jesús se cumple lo que
Dios promete a Moisés en la primera lectura: “Suscitaré
un profeta de entre los hermanos como tú. Pondré mis palabras en su
boca y les dirá lo que yo le mande”.
El
pueblo llano que escucha a Jesús queda asombrado por su predicación,
“porque enseña
con autoridad”, leemos
al comienzo del relato evangélico. Más adelante repite añadiendo
otro matiz: “Este
enseñar con autoridad es nuevo”.
¿Por qué
Jesús despierta expectación y credibilidad en los oyentes? Dos
rasgos principales de Jesús como profeta podemos detectar en el
evangelio de hoy:
Jesús es
coherente: Hace lo que dice y dice lo que hace. En un primer momento,
en la sinagoga, Jesús enseña la doctrina; pero pronto, en un
segundo momento, cura y libera al hombre poseído que tiene delante.
Jesús avala las palabras que predica como profeta, con hechos
concretos de hacer el bien y sanar a los hombres. Jesús es coherente
y, por eso mismo, es escuchado, convence y provoca admiración.
Pero, además,
los oyentes de Jesús dicen que “su enseñar con autoridad es
nuevo”. Los doctores y rabinos que también enseñaban en la
sinagoga, avalaban su predicación citando a autores o intérpretes
famosos. Jesús, no. Jesús habla con autoridad propia con una fuerza
persuasiva que produce admiración.
Los
oyentes dicen: “Este
enseñar con autoridad es nuevo”.
Es nuevo porque Jesús tiene una viva y personal experiencia de Dios,
una gran intimidad con él, “El
Padre y yo somos uno”.
Habla de lo que vive; y enseña aquello de lo que está plenamente
convencido. Y
habla lo que el Padre le dice. No necesita apoyarse en otros: Habla
desde sí mismo, desde su obediencia plena a su Padre Dios, y desde
la unión íntima con él.
Hermanos,
despertemos; también nosotros somos profetas. Por el bautismo somos
hijos de Dios y participamos del carácter profético de Jesús.
Nosotros también somos profetas, debemos ser profetas. Cuando
recibimos el bautismo, se nos ungió con el crisma santo y se nos
dijo: “Recibid el Espíritu Santo para que seáis sacerdotes,
profetas y reyes”. Nuestra vocación de profetas es un carisma, un
don y una gracia de Dios, pero es también una misión y una
responsabilidad. En la Iglesia y en el mundo hemos de ser profetas,
como Jesús.
¿Qué
significa esto? En primer lugar, hemos de vivir una fe viva,
manifestación de una experiencia personal y verdadera de Dios; como
Jesús, mantener una relación íntima con Dios, escuchar
constantemente la palabra de Dios, orar, comulgar con él. Y después
dar testimonio de nuestra fe: hablar con libertad y respeto, decir lo
que somos y pensamos. Pero, dar un testimonio coherente. Que avalemos
con obras de amor y de justicia la fe que decimos tener.
Este mensaje
tiene una relevancia especial para los sacerdotes y los consagrados.
Pero también para los seglares, adultos, jóvenes y, sobre todo,
padres de familia.
Hoy se
celebra el domingo de la Santa Infancia, o de la Infancia misionera.
Qué labor tan admirable y práctica hace esta asociación católica:
inculca en los niños y niñas una amistad concreta y atractiva con
Jesús y, como consecuencia, infunde ya, desde los primeros años, un
conciencia misionera. Hace de los niños y niñas verdaderos
misioneros colaboradores en la evangelización de la Iglesia.
Vengamos a la
eucaristía para dar gracias a Dios por nuestra vocación cristiana y
tomar fuerzas para nuestra misión de profetas en el mundo.