-Textos:
-Is 42, 1-4.6-7
-Sal 28, 1-4.9-10
-Hch 10, 34-38
-Mc 7, 1-11
“Este
es mi hijo amado, en quien me complazco”
Queridas
hermanas y queridos hermanos, todos:
Fiesta
del Bautismo de Jesús. Hoy termina el tiempo de Navidad y comienza el tiempo
ordinario en la liturgia de cada domingo y de cada día.
El
bautismo que recibió Jesús en el río Jordan fue enormemente significativo para
el mismo Jesús, pero, además, resulta extraordinariamente revelador para todos
nosotros. Jesús descubre en ese momento que la voluntad de su Padre es que
salga ya a anunciar al mundo la llegada del Reino de Dios, y nosotros
descubrimos quién es Jesús y qué consecuencias tiene para cada uno de nosotros
ser bautizados en su nombre.
Es Dios mismo, Padre de Jesús y Padre nuestro, quien se
deja oír y sale a certificar que Jesús es
su propio Hijo y que tiene puesta toda su confianza en él en orden a la misión
que le ha confiado: “Y vino una voz del
cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Es Dios mismo, Padre de Jesús y Padre nuestro, quien nos
pone ante Jesús. Es, sí, el hijo de
María, el Niño de Belén, pero es , y Dios Padre suyo y Padre nuestro, lo
certifica, el Hijo de Dios.
Podría quedarnos una sombra de duda o de desconcierto el
hecho de que Jesús espontáneamente se ponga en la cola de los pecadores y
quiera recibir el bautismo, como si fuera uno de ellos. Pero Dios mismo escoge
precisamente ese gesto de humildad de Jesús para certificar su máxima grandeza
y la verdad del misterio que se esconde en su persona. Jesús, no descendió al
río Jordan para purificar sus pecados, sino para situarse entre los pecadores,
asumir los pecados de los hombres y
liberarnos de ellos.
Por eso, el bautismo de Jesús tiene fuerza salvadora para
nosotros. “Hoy Cristo, dice un Padre de la Iglesia , ha entrado en el agua del Jordan para
lavar el pecado del mundo”. Y otro Padre de la Iglesia dice también: “Escucha,
Cristo se hace bautizar no para santificarse con el agua, sino para santificar
el agua”.
Todas estas hermosas verdades que aparecen en
el misterio del Bautismo de Jesús nos llevan a pensar en nuestro propio
bautismo y a revisar nuestra condición
de bautizados.
¿Tenemos conciencia de toda la trascendencia que tiene
para nosotros el haber recibido el bautismo? Gracias al bautismo nuestra
tendencia al pecado puede ser dominada y
reconducida al bien; por el bautismo hemos establecido con Dios relaciones de verdaderos hijos, porque
participamos de la vida misma de Jesús y del Espíritu de Jesús.
Nunca
agradeceremos suficientemente que nuestros
padres, que nos dieron la vida, nos hayan traído a la Iglesia para que adquiriéramos la condición de hijos de
Dios.
Gracias
al bautismo podemos participar en la eucaristía y gracias a la eucaristía
podemos revitalizar y poner en práctica la gracia de nuestro bautismo.
Celebramos pues la fiesta, vengamos a la eucaristía y demos gracias a Dios porque
Jesús tuvo a bien ser bautizado por Juan y porque nosotros un día también
fuimos bautizados en Jesucristo.