-Textos:
-Job 7,
1-4. 6-7
-Sal 146,
1-6
-1 Co 9,
16-19. 22-23
-Mc 1,
29-39
“La
población entera se agolpaba a la puerta”.
“La vida
consagrada, encuentro con el amor de Dios”.
Queridas
hermanos benedictinas y queridos hermanos todos:
Qué
envidia, de la buena, nos despiertan a los sacerdotes y a cuantos
estamos dedicados a la pastoral y a la evangelización estas palabras
que escribe san Marcos en el evangelio:
“La
población entera se agolpaba a la puerta”.
¿Qué hacía
Jesús para que la gente se agolpara en los lugares donde él estaba
y predicaba el evangelio? ¿Dónde estaba el secreto de su poder de
convocatoria?
Es esta una
preocupación que invade el ánimo y la mente de los sacerdotes, de
los obispos y que aparece también en muchos documentos del
magisterio de la Iglesia. Una preocupación que debería estar muy
presente también en vosotros, los seglares cristianos.
Porque la
responsabilidad de trasmitir la fe y la preocupación de hacerlo de
manera creíble, convincente y atractiva no es una tarea exclusiva de
los sacerdotes y de los consagrados, sino de todos los bautizados, de
vosotros padres de familia, obreros y profesionales, jóvenes
estudiantes, que vivís en un ambiente paganizado y a veces hostil.
¿Cómo
hacerlo? ¿Cómo lo hacía Jesús? Él es nuestra luz y nuestro guía.
El evangelio de hoy nos da algunas pistas.
La primera:
Jesús cura. Sí Jesús atiende a enfermos físicos y a enfermos del
espíritu y cura de diversos males y a poseídos del demonio.
Nosotros los discípulos de Jesús, no disponemos del poder de hacer
milagros, pero sí está en nuestras manos la caridad, el amor al
prójimo pobre y necesitado de pan, de justicia, de reconocimiento de
sus derechos. Una práctica que la Iglesia ha ejercicio desde que
existe. Y esto, desde un amor como el de Jesús, gratuito,
desinteresado, dispuesto a dar la vida, si es necesario.
La otra pista
es la oración: Jesús, aun cuando ha tenido una muy dura y larga
jornada de trabajo evangelizador, madruga, se levanta y busca un
lugar solitario para orar.
La oración,
que parece una actividad poco práctica y en apariencia inútil,
tiene la virtud de dejar patente que vivir la fe y transmitirla es
siempre obra de Dios, y que sin él, no podemos hacer nada.
De nuestra
parte está hacer lo que Jesucristo hizo: Orar y hacer el bien. Orar,
para poner en manos de Dios la seria y grave responsabilidad de
proponer la fe de manera creíble, convincente y atractiva.
Y hacer el
bien, amar de verdad al prójimo necesitado; poner en práctica las
obras de misericordia: tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y
me disteis de beber, estuve solo y enfermo y vinisteis a verme. Orar
y hacer el bien. No es nada nuevo, pero es lo imprescindible y lo que
siempre da resultado, ante los ojos de Dios y aunque nosotros no lo
detectemos.
Hoy
celebramos la Jornada de la Vida consagrada”. El lema de este año
pone ante nosotros una gran verdad: “La vida consagrada, encuentro
con el amor de Dios”.
Los
religiosos, las religiosas, los monjes, las monjas, los seglares,
hombres y mujeres que han hecho votos. Ellos, en los barrios, en los
hospitales, en los rincones más alejados del mundo y en el corazón
de la ciudad, viven su consagración dando testimonio de un encuentro
con Dios que transforma la vida e impulsa a anunciar el evangelio al
modo de Jesús. Ellos son como faros que orientan y como adelantados
que marcan el camino que hemos de seguir todos, para lograr que
nuestro testimonio de fe sea creíble y tenga fuerza de convocatoria
para que “la
población entera se agolpe a las puertas de Jesús”.