-Textos:
-Lev 13,
1-2.44-46
- Sal 31,
1-2.5.11
-1 Co 10,
31-11, 1
-Mc 1,
40-45
“Si
quieres, puedes limpiarme”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“Si
quieres, puedes limpiarme” Esta
es la súplica del hombre enfermo de lepra a Jesús. Nosotros hoy,
dentro de la campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo,
podríamos decir modificándola ligeramente: “Si
quieres puedes saciar mi hambre”.
Ochocientos
millones de personas en el mundo sufren de hambre. Los especialistas
en están cuestión y los técnicos dicen que hoy en día hay en el
mundo alimentos suficientes para saciar el hambre de todos. El
problema no es de escasez, sino de gestión racional y solidaria.
El
cardenal africano Turkson, presidente del organismo de la Santa Sede
para el Desarrollo Humano integral ha dicho en una entrevista: “Si
el ser humano cambia, es posible acabar con el hambre”. Pero,
¿quién hace cambiar al hombre y cómo?
Jesucristo es
el Camino, la verdad y la vida, es el don de Dios Padre a los
hombres, para que los hombres nos convirtamos, cambiemos nuestro
corazón y podamos llegar de verdad a amar a Dios y al prójimo como
a nosotros mismos.
La escena que
contemplamos en el evangelio de hoy es un ejemplo de vida y una
llamada a cambiar nuestro corazón.
Un
leproso, que tenía prohibido acercarse a la gente, porque podía
contagiar su enfermedad, se acerca a Jesús y le suplica: -“Si
quieres, puedes limpiarme”.
Pongamos
atención en cómo reacciona Jesús. Jesús no lo rechaza, no se
aparta de él, como mandaba la ley; Jesús se deja llevar de la
compasión y deja que el leproso llegue hasta él; más aún, Jesús
toca al leproso; no tiene miedo a que el enfermo le contagie, es él,
Jesús, el que puede contagiar; porque él trae la salud y la
salvación al mundo. Jesús lejos de tomar distancia, se deja llevar
del amor, de la compasión, y se acerca hasta tocarlo. Jesús
compasivo con los malditos del mundo, pobre con los pobres, presente
en la periferia de la marginación, arriesgando su salud. Así, Jesús
cura al leproso.
El
amor, el acercamiento, encarnarse en la miseria, sana y salva. Hoy, a
nosotros, los hambrientos del mundo nos salen al camino y nos
gritan: “Si quieres, puedes saciar
mi hambre”. Jesús con su ejemplo
nos está diciendo lo qué tenemos que hacer y a dónde tiene que
llegar nuestra conversión. No se trata de dar desde nuestra riqueza
y desde, quizás, nuestra prepotencia. Sino dar desde la presencia,
desde la cercanía y desde el abajamiento. Se trata de transmitir al
pobre y al hambriento que lo consideramos persona como nosotros, tan
digno como nosotros, con derecho a tener la oportunidad de alcanzar
el modo de vida que corresponde a su dignidad.
Ahora
entendemos mejor el lema que Manos Unidas nos ha propuesto para este
año: “Comparte lo que te importa”:
Tu dignidad de persona. Comparte hasta que el hambriento recupere lo
que tú ya tienes. Da dinero, da alimentos, pero sean tu dinero y tus
ayudas materiales signo y muestra de que a los hambrientos y
marginados tú los consideras personas, con la dignidad que Jesús
deja patente cuando se acerca hasta tocarle.
Hay y ha
habido muchos cristianos, hombres y mujeres, y ahora muchos
voluntarios, que han repetido y repiten el ejemplo de Jesús. Manos
unidas con su labor contribuye a crear este espíritu de Jesús en la
sociedad actual. Atendamos su mensaje.