-Textos:
-Cro 36,
14-16. 19-23
-Sal 136,
1-6
-Ef 2,
4-10
-Jn 3,
14-21
“Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él
tenga vida eterna”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Venimos a la
eucaristía con la mente cargada de noticias: Las javieradas, las
manifestaciones feministas, el dolor de los enfermos, las desgracias
de tantos emigrantes y refugiados. Y también el dolor de ver que
tantos bautizados se han descolgado de la práctica religiosa y de la
fe militante.
Nosotros,
seguidores de Jesús, queremos seguir a Jesús cada día con mayor
convencimiento y más coherencia. Y al mismo tiempo, sentimos el
deseo de que el Evangelio y la fe en Jesucristo prendan en el
corazón de la gente; que jóvenes y mayores sigan a Jesús con
entusiasmo y lleguen a comprender que Jesús es la luz que ilumina el
camino de la vida.
Para nosotros
Jesús es luz y vida, y nos preguntamos con dolor: ¿Por qué otros
no lo sienten como yo, y más y mejor que yo? ¿Qué puedo hacer para
transmitir la fe a mis hijos, a mis nietos?
El diálogo
de Jesús con Nicodemo da lugar a que Jesús revele verdades que
meditadas con detenimiento y tomadas en serio atraen y convencen,
pero al mismo tiempo desconciertan y escandalizan.
La
primera verdad, la más sorprendente y escandalizadora, “La cruz de
Cristo, fuente de salvación”: -“Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él
tenga vida eterna”.
Para
descubrir el sentido de la vida, para encontrar la felicidad, hemos
de poner los ojos y creer en un crucificado. Mirado fríamente es un
escándalo. Pero, si escuchamos la palabra de Dios y nos dejamos
tocar por su gracia, tal como nos dice san Pablo, la cruz de Cristo y
Cristo crucificado son la prueba máxima del amor de Dios: “Porque
tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna”.
Dios
nos ama, y es capaz de hacer que su Hijo divino, su único Hijo, baje
al barro de esta tierra. Y este Hijo es capaz, no solo de hacerse uno
de nosotros, sino de dar la vida por nosotros. “Porque
Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él”.
Es
preciso prestar atención, humildes y bien dispuestos, para dar lugar
a que esta palabras nos convenzan; que no nos quedemos dubitantes
como Nicodemo. Jesús es tajante y radical: “El
que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios”. “Dichoso el que no se escandalice de mí”
dice Jesús en otro lugar.
Hermanas
benedictinas, hermanos todos: Las javieradas, las manifestaciones por
la igualdad de hombres y mujeres, los desheredados esperando migajas
de la mesa de los opulentos… tanto y tantos, todos en busca de una
vida mejor.
Hoy se
nos revela la luz que ilumina tanta confusión y tanto dolor: Superar
el escándalo de la cruz, mirar al Crucificado:
-“Lo mismo que Moisés elevó
la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del
Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.
Esto
es lo que tenemos que hacer estos días de cuaresma que nos quedan:
pedir la fe, ejercitarnos en la fe y vivir con coherencia la fe en
Jesucristo Crucificado, revelación suprema del amor de Dios.
Esto es lo
que podemos hacer ahora al disponernos a participar en la eucaristía.