-Textos:
-Jer
31,
31-34
-Sal
50, 3-4.12-19
-He
5, 7-9
-Jn
12, 20-33
“Señor,
quisiéramos ver a Jesús”
Queridas
hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:
Hoy es el
“Día del Seminario”. Pero coincide con el quinto domingo de
cuaresma, domingo de Pasión se decía antes. El próximo domingo
entramos ya en la Semana Santa con la procesión de los ramos.
“Quisiéramos
ver a Jesús”: La súplica que
formulan estos paganos es sin duda la mejor fórmula para recorrer
esta etapa final de la cuaresma. Conocer a Jesús, es la gracia
propia que nos prepara la celebración de la Semana Santa y del
Triduo Pascual. Ya lo conocemos y queremos seguir, pero lo conocemos
a medias, y sin llegar a darle del todo el corazón, ni
comprometernos demasiado en la misión a a la que nos invita:
anunciar el evangelio a todas las gentes. Siempre podemos conocer más
y mejor a Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida”, “Quién
le sigue no anda en tinieblas”. Nunca nos acabamos de convencer de
que estas palabras suyas sean verdad. ¡Qué hermosa y fructífera
disposición, entrar en la Semana Santa con este deseo: “Queremos
conocer a Jesús”.
“Quisiéramos
ver a Jesús”: Estas palabras explican también la vocación de
aquellos que se sienten, y nos hemos sentido, llamados a ser
sacerdotes. La vocación al ministerio sacerdotal, antes que ser un
encargo para ejercer una actividad hermosa y esencial al servicio de
los hombres, es un regalo y un atención especial que Dios ha tendido
con nosotros, y tiene con los jóvenes o adultos que quieren
prepararse para ser sacerdotes. Un especial atractivo por la persona
de Jesús, que va unido inseparablemente a la misión de Jesús. Ser
de Jesús y ser para la misión de Jesús, es un todo uno, que no se
puede separar.
La Iglesia de
las naciones ricas del Occidente tradicionalmente cristiano estamos
atravesando una extrema y alarmante escasez de vocaciones
sacerdotales. Lo vemos todos, lo palpamos. Y nos preocupa.
¿Qué
podemos y qué debemos hacer? Primero, orar. La fe nos asegura que es
la acción más eficaz: “Rogad al
dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”. Pero,
en segundo lugar, hemos de poner el mayor esfuerzo en otra tarea:
crear un clima propicio para que broten y se desarrollen la
vocaciones al sacerdocio.
Esta labor
corresponde en primer lugar, a los padres, en casa, en el hogar; que
los niños puedan percibir que ser sacerdote, ser consagrado, ir a
misiones o atender una parroquia, son trabajos muy dignos, muy
nobles, que dan un sentido muy pleno a la vida de un joven.
Y en
continuidad con el clima de la familia, también a la parroquia y los
colegios les corresponde esta labor: crear un ambiente, en el cual se
pueda escuchar la llamada de Jesús al ministerio sacerdotal y se
perciba como un ideal de vida que merece la pena dedicarse entera y
exclusivamente a proponer el evangelio de Jesús a los no creyentes,
ayudar especialmente a los pobres y enfermos, y promover comunidades
cristianas que continúen la misión de Jesús en el mundo.