-Textos:
-Is
52,13-53, 12
-Sal 30,
2.6. 12-17.25
-Heb 4,
14-16; 5, 7-9
-Jn 18,
1-19, 42
“Mirarán
al que atravesaron”
Tarde del
Viernes Santo: recogimiento, silencio; pidamos humildemente la gracia
de orar, dejémonos penetrar por el acontecimiento del que somos
testigos agraciados.
“¿A
quién buscáis?”
La pregunta es de Jesús, y esta tarde nos la dirige a nosotros, a
cada uno de nosotros.
“¿A quién buscáis?” –A
Jesús, sí, queremos ver a Jesús. En este momento decisivo de su
vida, momento dramático, pero también, el momento cumbre de su
existencia.
Grabamos
muy dentro de nosotros las primeras palabras que salen de sus labios:
“Yo soy”.
“Yo-soy” es justo el nombre de Dios, el que se puso a sí mismo
en el suceso de la zarza ardiente. Jesús, el Nazareno, ahí, en el
Huerto, perseguido, traicionado, Jesús es ”Yo-soy”, es decir el
Señor, Hijo de Dios, Dios de Dios, Luz de luz.
Nosotros
queremos mantener esta revelación: Jesús es “Yo soy”, el Señor,
que por amor y libremente se entrega para darnos la vida.
Y damos
un salto hasta el monte Calvario, junto a la cruz de Jesús, con
María, la Madre de Jesús, María de Cleofás, la Magdalena y el
discípulo amado. Queremos estar, como ellos, firmes, serenos,
mirando al que aman. Externamente, Jesús estás “sin
aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres”.
Pero nosotros esta tarde queremos verte como María, como el
Discípulo amado, entrar en tu corazón abierto y descubrir cuánto
nos amas.
Volvemos al Pretorio; nos duele escuchar a Pedro. ¿Cómo puede decir que no conoce a Jesús? Pero no juzguemos. Mejor, que nos preguntemos: Y yo, ¿no he negado a Jesús alguna vez? ¿No me ha callado en vez de decir abiertamente lo que soy y lo que pienso como cristiano y bautizado?
En el
tribunal de Pilato, escuchamos sorprendidos, y a la vez admirados,
una declaración de este gobernador romano: “Que
sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”.
Jesús es inocente, ¿por qué lo matan? No es por sus delitos, es
por nuestros pecados. “Cargó
sobre sí nuestras culpas… su heridas nos han curado”.
Vergüenza, dolor y confusión.
La confesión
humilde de mis pecados, puede que me lleve esta tarde a poner la
vista sobre otras cruces, las de mis hermanos: Los cristianos de
Siria, los desplazados, los que se juegan la vida tratando de pasar
el mar… También, los enfermos, los que tienen fe y los que sufren
la enfermedad sin horizonte alguno.
Yo me hago
portavoz de tantos que sufre en cuerpo y alma y los llevo a los pies
del Crucificado; que su cruz sea alivio para su dolor, luz que dé
sentido a sus vidas, fuerza para luchar y no desesperar.
Esta
tarde, también pongo mi cruz junto a la cruz de Cristo. Muchas
veces he renegado de ella: por qué me has hecho así, por qué tengo
este carácter; no soporto los achaque de mi edad; por qué la
desgracia sobreviene tan a menudo sobres las personas que amo; por
qué tantos amigos y conocidos míos bautizados abandonan la práctica
religiosa…
Señor,
perdóname. Esta tarde, desde tu cruz donde estás clavado, me dices
que pedir explicaciones no es el camino justo ni correcto. Me dices
que te abrace, que abrace además mi cruz y también la de mis
hermanos; Cruz con cruz. Alzar los ojos “y
mirar al que traspasaron”.
Hacer silencio, contemplar con el corazón dolorido y escuchar tu
declaración solemne: “Yo soy”. Si tú, el Nazareno, el
crucificado, traicionado, desnudo y derrotado, eres el Señor, el
Hijo de Dios, luz de luz y Dios de Dios. Cruz con cruz, mi cruz junto
tu cruz. Creo y adoro.