domingo, 29 de abril de 2018

DOMINGO V DE PASCUA, (B)


-Textos:

       -Hch 9, 26-31
       -Sal 21, 26-32
       -1 Jn 3, 18-24
       - Jn 15, 1-8

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La primavera se nos está mostrando variable y alborotada, pero mucho más alborotada parece la prensa y los medios de comunicación hablando de leyes, tribunales y juicios tenidos en nuestra querida Pamplona, y alborotadas también las calles soportando manifestaciones y protestas.

Nosotros, aquí en el monasterio nos sentimos serenos y agraciados de poder participar en la eucaristía del domingo, beneficiándonos de la palabra de Dios que nos ilumina, nos conforta y nos compromete.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Todos conocemos lo que es una vid, y nos resulta fácil de comprender las numerosas enseñanzas que Jesús quiere comunicarnos a través de esta hermosa alegoría. Vamos a centrarnos en una: En el breve evangelio que hoy hemos proclamado, no sé si os habéis fijado, se repite siete veces el verbo “permanecer”: “Permaneced en mí y yo en vosotros”; “Como el sarmiento no puede dar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”; “Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca.”

Permanecer en Jesús quiere decir mantener una relación de amistad estrecha y constante con Jesucristo; ser de verdad amigo de Jesús, hablar familiar y frecuentemente con él, contar con él, con sus enseñanzas y con sus criterios a la hora de tomar decisiones y comportarnos en la vida.

Jesús nos está diciendo que para cumplir los mandamientos de la ley de Dios, las bienaventuranzas, las obras de misericordia; para amar como él nos ha amado y nos ama, para perdonar hasta setenta veces siete, para compartir los bienes con los pobres, ayudar, como el buen samaritano, a los necesitados…; para todo esto, y, sobre todo, para participar de su misma vida, que es la vida misma de Dios, es decir, para vivir en gracia de Dios y alcanzar la vida eterna, necesitamos “permanecer en él”, porque “sin él no podemos hacer nada”.

Permitidme aterrizar en un hecho de vida concreto: Desde que se ha conocido la sentencia del juicio a estos jóvenes que se dicen “de la manada” se han multiplicado las protestas en la calle, y el mismo gobierno de la nación ha prometido mejorar las leyes relativas a las violaciones y abusos sexuales. Mejorar las normas y las leyes para evitar estos sucesos tan lamentables está bien, pero, ¿es suficiente? En la segunda lectura hemos escuchado al apóstol san Juan que habla de nuestra conciencia. Educar la conciencia, educar en la responsabilidad personal es la medida absolutamente necesaria para que las leyes y normas generales puedan resultar eficaces.

Nosotros, como creyentes y cristianos, sabemos que la fe en Jesucristo es el mejor soporte para tener una conciencia buena y responsable.

Jesucristo ha vencido la muerte y el pecado; “él es el camino la verdad y la vida”;” nadie va al Padre sino por él”; él es la vid, nos ha dicho en esta eucaristía, “nosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada”.

domingo, 22 de abril de 2018

DOMINGO IV DE PASCUA (B)


-Textos:

       -Hch 4, 8-12
       -Sal 137, 1.8-9. 21-29
       -1 Jn 3, 1-2
       -Jn 10, 11-18

Yo soy el Buen Pastor”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:

Ha irrumpido por fin la primavera y nuestros cuerpos agradecen el ambiente templado y hasta caluroso que en vuelve la atmósfera. Este bienestar no acalla preocupaciones y problemas del diario vivir de cada día: Los hijos que se presentan a oposiciones, los que dicen que se va a la carpa para un rato, la salud, el paso de los años; y otras de otro género: los pobres marginados, la violencia doméstica, los conflicto políticos, los escándalos de corrupción… Noticias que enfrían el clima templado de la primavera…

Pero venimos a la iglesia para celebrar el domingo y nos encontramos con unas lecturas llenas de buenas noticias: “Jesús es la piedra que vosotros desechasteis…; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues los somos...".

No alcanzamos a sentir del todo estas extraordinarias experiencias, pero llenan de sentido nuestra vida.

Pero todavía nos queda recoger la noticia central, el titular que las lecturas de hoy ponen en primera página: “Yo soy es buen pastor”. ¿Por qué él es buen pastor? -Porque da la vida por nosotros. Y nosotros, después de haber celebrado la pascua, sabemos muy bien que es verdad: Jesucristo murió, dio la vida por nosotros. “Apenas habrá alguien que dé la vida por un hombre de bien, alguno puede que la dé por un inocente; más la prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros pecadores, Jesucristo murió por nosotros”. Sí, no hay prueba de amor mayor.

Jesucristo nos ama de verdad. Jesucristo es Buen Pastor además, porque nos conoce a cada uno personalmente, por nuestro propio nombre. “Yo conozco a las mías y las mías me conocen”. Es un conocimiento lleno de amor, y un amor verdadero, un amor que da la vida.

Y aún otro rasgo que deja ver el corazón grande y los sentimientos nobles que tiene Jesucristo, el buen Pastor: “Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voy, y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Nuestro Pastor bueno, Jesucristo, sueña con salvar a todos los hombres, al mundo entero.

Queridos hermanos todos: ¡Qué suerte tenemos de creer en Jesucristo! San Pablo grita en una de sus cartas “Sé muy bien de quien me he fiado”. Ciertamente, nos podemos fiar de Jesús. “Él es la luz del mundo”; “Quien le sigue no anda en tinieblas”. “Es el Buen pastor, que nos lleva por el sendero justo”.

Tengo otras ovejas que no son de este aprisco”. Esta frase que ya que revela los sentimientos de Jesús, es también para nosotros sus seguidores una encomienda. Nosotros tenemos que pensar en transmitir a otros estas buenas noticias del evangelio: a los que van por cañadas oscuras y caminos torcidos; a los que no han descubierto la riqueza, la luz y la alegría que reportan estas noticias para vivir bien y con sentido la vida.

Pensamos en los niños que van a hacer la primera comunión, en la riada de jóvenes que acudía el viernes a la carpa del deportivo; y en los jóvenes que van a recibir la confirmación. Y cuando nos hablan de conflictos políticos que nos turban o de escándalos que nos desmoralizan, oigamos las palabras de Jesús: “Tengo otras ovejas que nos son de este redil, a ellas también las tengo que traer”.

Llenémonos de esperanza, no perdamos la ilusión y anunciemos con convicción y coherencia: “Jesús es el Buen Pastor”,… Y llegará la primavera del cielo, y el verano divino con la cosecha de la vida eterna. Llegará un día en que “habrá un solo rebaño y un solo pastor”.


domingo, 15 de abril de 2018

DOMINGO III DE PASCUA (B)


-Textos:

       -Hch 3, 13-15. 17-19
       -Sal 4, 2.7.9
       -1 Jn 2, 1-5
       -Lc 24, 35-48

¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Parece que por fin ha irrumpido la primavera. Deseamos de verdad que dure al menos por algunos días, para que podemos templar el cuerpo entumecido por tanta humedad. Pero lo que de verdad ha irrumpido es el tiempo de Pascua; este tiempo de gracia, de luz y de alegría que nos trae la noticia de consecuencias trascendentales para nosotros y para el mundo de que Cristo ha resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, para que todos podamos abrirnos a una esperanza bien fundada de un mundo mejor y de una vida eterna y feliz.

Pero, permitidme una pregunta: ¿Creemos de verdad que Cristo ha resucitado? ¿Creemos de verdad que nosotros en el bautismo participamos de esa vida de Cristo resucitado, que nos hace hijos de Dios para anunciar el evangelio y construir un mundo nuevo?

¿Qué nos impide salir a la calle y gritar que es posible amar a propios y extraños, que es posible la paz en el mundo y en las familias, que el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo vive entre nosotros y nos hace capaces de cumplir los diez mandamientos y nos ablanda el corazón para que practiquemos las obras de misericordia con todos los prójimos necesitados?

Jesucristo en el evangelio de hoy nos pregunta: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?

Los miedos, las dudas nos están impidiendo ese encuentro personal, transformante con el Resucitado, encuentro que llena de vida, de alegría y de valor; que atrae, convence y contagia a cuantos se relacionan con nosotros.

Necesitamos un encuentro con Jesucristo resucitado verdaderamente impactante, sin duda más sorprendente y renovador que los que podemos haber tenido hasta ahora. Desde luego, un encuentro así es pura gracia de Dios? Pero, ¿qué podemos hacer para dar lugar a que pueda suceder?

Las dudas y el miedo nos lo impiden. Por una parte, las dudas. Nos excusamos diciendo que nosotros no hemos visto al Señor como los primeros discípulos. No hemos almorzado en la playa con él como nos cuentan ellos. Y no acabamos de creer; dudamos y desconfiamos. Y eso nos quita la alegría de la fe y el entusiasmo apostólico.

En segundo lugar, si somos sinceros, tendremos que confesar que nos puede el miedo. Miedo a dar la cara por Jesucristo con respeto, sí, pero con claridad, con sinceridad y libertad. Queremos que nos vean buenos, pero no exagerados y salidos de lo correctamente admitido. Si creemos en la resurrección y somos coherentes, a lo peor nos miran como raros y se apartan de nosotros. Estos miedos nos impiden un encuentro real y transformador con el Resucitado.

Pero el evangelio que hemos escuchado y Jesucristo mismo nos enseñan cómo podemos nosotros creer en Jesucristo resucitado con la firmeza, la firmeza y el entusiasmo de los primeros discípulos.

Tres modos de acceder a un encuentro real y personal con Jesucristo: El primero, creer a los testigos; los testigos son los apóstoles. No podían creer, pero tuvieron que rendirse, y luego predicaron y dieron testimonio incluso con el martirio. Testigos son los que ahora están dando la vida en países donde impera la intransigencia y la persecución. Son hermanos nuestros y contemporáneos nuestros. Su testimonio debería encender nuestra débil fe.

El segundo modo para encontrarnos con Jesús resucitado es escuchar la palabra de Dios. El mismo Jesús nos lo dice: “Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escritura”. Me permito una pregunta: ¿Cuántas horas pasamos viendo la televisión o hablando por el móvil? ¿Y cuánto tiempo dedicamos a leer los evangelio, o participar en reuniones donde se comenta la palabra de Dios.

El tercer modo de dar lugar a un encuentro personal con el Resucitado, ya lo sabemos y lo estamos practicando; nos lo dicen los discípulos de Emaús: “Contaban los discípulos lo que les habían pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. La eucaristía, de verdad, nos reconforta y transforma?

Es lo que vamos a intentarlo ahora con la gracia de Dios.

domingo, 8 de abril de 2018

DOMINGO II DE PASCUA (B)


-Textos:

       -Hch 4, 32-35
       -Sal 117, 2-4-. 16-18. 22-24
       -1 Jn 5, 1-6
       -Jn 20, 19-31

¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Encerrados y defendiéndose, y el motivo es el miedo. No sabían todavía que Jesucristo había resucitado.

No sé hasta qué punto podemos nosotros estar viviendo esta situación de encerramiento, de miedo y a la defensiva. Para vosotras, queridas benedictinas, la clausura y el hábito no son medios para protegeros frente a los peligros del mundo, sino anuncio y declaración abierta y descarada de que vivís centradas en Cristo Resucitado y en la fe firme de que vosotras y cuantos como vosotras confiesen que Cristo ha resucitado llegaréis y llegarán un día a resucitar por Él y como Él.

Pero en la calle el clima religioso es frío, parece incluso que no hay tal clima, sino un ambiente que envuelve a todos para que vivamos como si Cristo no hubiera resucitado o Dios no existiera. En las conversaciones de amigos llevamos el aire frívolo y mundano para no llamar la atención, lo mismo con los compañeros de la oficina o del taller de trabajo; en casa, el tono lo da la televisión, los jóvenes viven embebidos en el móvil, los mayores callamos resignadamente. -“Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.

Los apóstoles estaban encerrados y de miedo, en el fondo, porque no habían visto, no habían visto al Resucitado. No se habían encontrado con él. Nosotros sabemos, porque nos han enseñado desde pequeños, que Jesús ha resucitado. ¿Pero este conocimiento es algo vivo, existencial, que me mueve, da sentido a mi vida y me impulsa desde dentro de mí en mis decisiones y en mi vida cotidiana?

Pero, de pronto apareció el Señor en medio de ellos y les dijo “Paz a vosotros”.

Es Jesús mismo quien les sale al encuentro, y los discípulos se llenan de paz y alegría. ¡Qué cambio! Del encerramiento a la alegría, del miedo a la paz. Estos son los efectos de la experiencia de un encuentro verdadero con el Resucitado: La paz y la alegría. Permitidme una pregunta: La fe, la fe en Jesucristo ¿nos da paz? ¿nos produce alegría?

Pero Jesucristo ha salido al encuentro de sus discípulos, no solo para animarlos, sino sobre todo, para comunicarles un poder y enviarlos a la misión. En definitiva para hacerlos continuadores de la misma misión que él comenzó durante su vida pública, antes de morir y resucitar: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

Queridos hermanos todos: Jesucristo, el Resucitado, nos salió al encuentro y nos dio su Espíritu ya en el bautismo; después, también, en otras muchas ocasiones y de muchas maneras. Esto quiere decir que somos enviados por Jesús, para transmitir la fe y proponer el evangelio en el mundo y en las circunstancias que nos tocan vivir.

En el fondo necesitamos fe firme y coherente. Dar lugar a que la alegría de la fe y la experiencia serena de un encuentro personal y real con Jesucristo se transparente en nuestra vida con toda claridad.

Puede que nos excusemos: “Es que yo no he visto al Señor”. No vale esta excusa. Nosotros podemos tener una fe tan firme como la de los discípulos que vieron a Jesús. Quedémonos con la respuesta de Jesús a santo Tomás: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

domingo, 1 de abril de 2018

SOLEMNE VIGILIA PASCUAL


-Textos:

       -Ro 6, 3-11
       -Sal 117, 1-2.16-17.22.23
       -Mc 16, 1-7

No está aquí. Ha resucitado”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

No está aquí, ha resucitado”. Esta es la gran noticia que da sentido a toda la celebración de esta noche; que da sentido a la historia del mundo y que da sentido a nuestra propia historia. Que ni el sueño, ni el cansancio, ni la rutina impidan descubrir todo el alcance que tiene para nosotros esta noticia. Pidamos con fuerza y con humildad la gracia de que nos impresione y nos transforme.

Somos seguidores de alguien que tuvo a Dios como Padre suyo, y así lo enseña; que curó a enfermos, cojos y ciegos; que perdonó los pecados a los pecadores, que dio la vida por nosotros, y ¡que resucitó! . Seguimos a alguien que venció a los dos enemigos más terribles, que tiene la humanidad y la creación entera, el pecado y la muerte.

La resurrección de Jesucristo nos está diciendo que Dios es fiel y digno de la mayor confianza, porque cumple lo que promete. La cumplió en su Hijo Jesucristo resucitándolo de entre los muertos, y, si nosotros creemos en Cristo, la cumplirá en nosotros, resucitándonos con él. Está a nuestro alcance participar de la vida divina, de la vida eterna; está a nuestro alcance amar como Dios nos ama, perdonar hasta setenta veces siete.
Tiene firme fundamento esperar en una humanidad donde reine la paz, la libertad, la justicia y la fraternidad entre los hombres.

Las mujeres quedaron asustadas de lo que estaban viendo, no acababan de creer, y no es para menos: La historia retoma el rumbo que lleva al puerto seguro; el Reinado de Dios ha irrumpido en el mundo y la creación tiene en su interior la semilla que la regenera y la va llevando a la plenitud.

Pero las tres Marías, primero asustadas y luego tan agraciadas por Dios y tan providenciales para nosotros, tuvieron serenidad para escuchar y retener un mensaje que nos concierne a todos hoy, aquí y ahora, y para siempre: “Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.

Hermanas y hermanos todos, estas palabras son en primer lugar un encargo, un envío, una misión: “Id a decir….”. Pero además, y sobre todo, son una recomendación muy importante: “Id a Galilea”. ¿Por qué a Galilea? En Galilea comenzó todo: el bautismo de Jesús, la elección y vocación de los discípulos, la predicación, los milagros… Ir a Galilea es una recomendación para volver a las fuentes. Es como si se nos dijera: Si queréis recuperar la alegría de la fe, si queréis sentir el entusiasmo para anunciar el evangelio, y el carisma de transmitirlo de manera convincente, id a Galilea, id a la fuente bautismal. Descubrid toda la riqueza de vuestro bautismo, todo lo que de amor, de predilección, de gracia y riqueza os dio Dios el día que fuisteis bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Nuestra vida adquirió una calidad de valor infinito el día que se nos infundió la vida misma del Resucitado.

Pero volver a las fuentes de nuestra condición cristiana, de nuestro bautismo, es también recoger el testigo de entendernos como misioneros, apóstoles, para anunciar el evangelio a todas las gentes: a los paganos, a los ateos, a los que han desertado de su fe, a los jóvenes, a nuestros hijos, a los que conviven a nuestro alrededor.

Por eso la gran noticia: -“No está aquí. Ha resucitado”. Quiere decir también: Volved a vuestro origen, recuperar la belleza de vuestra identidad, renovar vuestras promesas bautismales. Que es lo que ahora vamos a hacer.