domingo, 8 de abril de 2018

DOMINGO II DE PASCUA (B)


-Textos:

       -Hch 4, 32-35
       -Sal 117, 2-4-. 16-18. 22-24
       -1 Jn 5, 1-6
       -Jn 20, 19-31

¿Por qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Encerrados y defendiéndose, y el motivo es el miedo. No sabían todavía que Jesucristo había resucitado.

No sé hasta qué punto podemos nosotros estar viviendo esta situación de encerramiento, de miedo y a la defensiva. Para vosotras, queridas benedictinas, la clausura y el hábito no son medios para protegeros frente a los peligros del mundo, sino anuncio y declaración abierta y descarada de que vivís centradas en Cristo Resucitado y en la fe firme de que vosotras y cuantos como vosotras confiesen que Cristo ha resucitado llegaréis y llegarán un día a resucitar por Él y como Él.

Pero en la calle el clima religioso es frío, parece incluso que no hay tal clima, sino un ambiente que envuelve a todos para que vivamos como si Cristo no hubiera resucitado o Dios no existiera. En las conversaciones de amigos llevamos el aire frívolo y mundano para no llamar la atención, lo mismo con los compañeros de la oficina o del taller de trabajo; en casa, el tono lo da la televisión, los jóvenes viven embebidos en el móvil, los mayores callamos resignadamente. -“Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.

Los apóstoles estaban encerrados y de miedo, en el fondo, porque no habían visto, no habían visto al Resucitado. No se habían encontrado con él. Nosotros sabemos, porque nos han enseñado desde pequeños, que Jesús ha resucitado. ¿Pero este conocimiento es algo vivo, existencial, que me mueve, da sentido a mi vida y me impulsa desde dentro de mí en mis decisiones y en mi vida cotidiana?

Pero, de pronto apareció el Señor en medio de ellos y les dijo “Paz a vosotros”.

Es Jesús mismo quien les sale al encuentro, y los discípulos se llenan de paz y alegría. ¡Qué cambio! Del encerramiento a la alegría, del miedo a la paz. Estos son los efectos de la experiencia de un encuentro verdadero con el Resucitado: La paz y la alegría. Permitidme una pregunta: La fe, la fe en Jesucristo ¿nos da paz? ¿nos produce alegría?

Pero Jesucristo ha salido al encuentro de sus discípulos, no solo para animarlos, sino sobre todo, para comunicarles un poder y enviarlos a la misión. En definitiva para hacerlos continuadores de la misma misión que él comenzó durante su vida pública, antes de morir y resucitar: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

Queridos hermanos todos: Jesucristo, el Resucitado, nos salió al encuentro y nos dio su Espíritu ya en el bautismo; después, también, en otras muchas ocasiones y de muchas maneras. Esto quiere decir que somos enviados por Jesús, para transmitir la fe y proponer el evangelio en el mundo y en las circunstancias que nos tocan vivir.

En el fondo necesitamos fe firme y coherente. Dar lugar a que la alegría de la fe y la experiencia serena de un encuentro personal y real con Jesucristo se transparente en nuestra vida con toda claridad.

Puede que nos excusemos: “Es que yo no he visto al Señor”. No vale esta excusa. Nosotros podemos tener una fe tan firme como la de los discípulos que vieron a Jesús. Quedémonos con la respuesta de Jesús a santo Tomás: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.