-Textos:
-Hch
4, 32-35
-Sal 117,
2-4-. 16-18. 22-24
-1 Jn 5,
1-6
-Jn 20,
19-31
“¿Por
qué me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin
haber visto”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“Estaban
los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos”.
Encerrados y defendiéndose, y el motivo es el miedo. No sabían
todavía que Jesucristo había resucitado.
No sé hasta
qué punto podemos nosotros estar viviendo esta situación de
encerramiento, de miedo y a la defensiva. Para vosotras, queridas
benedictinas, la clausura y el hábito no son medios para protegeros
frente a los peligros del mundo, sino anuncio y declaración abierta
y descarada de que vivís centradas en Cristo Resucitado y en la fe
firme de que vosotras y cuantos como vosotras confiesen que Cristo ha
resucitado llegaréis y llegarán un día a resucitar por Él y como
Él.
Pero en
la calle el clima religioso es frío, parece incluso que no hay tal
clima, sino un ambiente que envuelve a todos para que vivamos como
si Cristo no hubiera resucitado o Dios no existiera. En las
conversaciones de amigos llevamos el aire frívolo y mundano para no
llamar la atención, lo mismo con los compañeros de la oficina o del
taller de trabajo; en casa, el tono lo da la televisión, los jóvenes
viven embebidos en el móvil, los mayores callamos resignadamente.
-“Estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos”.
Los apóstoles
estaban encerrados y de miedo, en el fondo, porque no habían visto,
no habían visto al Resucitado. No se habían encontrado con él.
Nosotros sabemos, porque nos han enseñado desde pequeños, que Jesús
ha resucitado. ¿Pero este conocimiento es algo vivo, existencial,
que me mueve, da sentido a mi vida y me impulsa desde dentro de mí
en mis decisiones y en mi vida cotidiana?
Es Jesús
mismo quien les sale al encuentro, y los discípulos se llenan de paz
y alegría. ¡Qué cambio! Del encerramiento a la alegría, del miedo
a la paz. Estos son los efectos de la experiencia de un encuentro
verdadero con el Resucitado: La paz y la alegría. Permitidme una
pregunta: La fe, la fe en Jesucristo ¿nos da paz? ¿nos produce
alegría?
Pero
Jesucristo ha salido al encuentro de sus discípulos, no solo para
animarlos, sino sobre todo, para comunicarles un poder y enviarlos a
la misión. En definitiva para hacerlos continuadores de la misma
misión que él comenzó durante su vida pública, antes de morir y
resucitar: “Recibid
el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Queridos
hermanos todos: Jesucristo, el Resucitado, nos salió al encuentro y
nos dio su Espíritu ya en el bautismo; después, también, en otras
muchas ocasiones y de muchas maneras. Esto quiere decir que somos
enviados por Jesús, para transmitir la fe y proponer el evangelio en
el mundo y en las circunstancias que nos tocan vivir.
En el fondo
necesitamos fe firme y coherente. Dar lugar a que la alegría de la
fe y la experiencia serena de un encuentro personal y real con
Jesucristo se transparente en nuestra vida con toda claridad.
Puede
que nos excusemos: “Es que yo no he visto al Señor”. No vale
esta excusa. Nosotros podemos tener una fe tan firme como la de los
discípulos que vieron a Jesús. Quedémonos con la respuesta de
Jesús a santo Tomás: “¿Por
qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto”.