-Textos:
-Hch 3,
13-15. 17-19
-Sal 4,
2.7.9
-1 Jn 2,
1-5
-Lc 24,
35-48
¿Por
qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Parece que
por fin ha irrumpido la primavera. Deseamos de verdad que dure al
menos por algunos días, para que podemos templar el cuerpo
entumecido por tanta humedad. Pero lo que de verdad ha irrumpido es
el tiempo de Pascua; este tiempo de gracia, de luz y de alegría que
nos trae la noticia de consecuencias trascendentales para nosotros y
para el mundo de que Cristo ha resucitado, vencedor del pecado y de
la muerte, para que todos podamos abrirnos a una esperanza bien
fundada de un mundo mejor y de una vida eterna y feliz.
Pero,
permitidme una pregunta: ¿Creemos de verdad que Cristo ha
resucitado? ¿Creemos de verdad que nosotros en el bautismo
participamos de esa vida de Cristo resucitado, que nos hace hijos de
Dios para anunciar el evangelio y construir un mundo nuevo?
¿Qué nos
impide salir a la calle y gritar que es posible amar a propios y
extraños, que es posible la paz en el mundo y en las familias, que
el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo vive entre nosotros y nos
hace capaces de cumplir los diez mandamientos y nos ablanda el
corazón para que practiquemos las obras de misericordia con todos
los prójimos necesitados?
Jesucristo
en el evangelio de hoy nos pregunta:
-¿Por qué
os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Los miedos,
las dudas nos están impidiendo ese encuentro personal, transformante
con el Resucitado, encuentro que llena de vida, de alegría y de
valor; que atrae, convence y contagia a cuantos se relacionan con
nosotros.
Necesitamos
un encuentro con Jesucristo resucitado verdaderamente impactante, sin
duda más sorprendente y renovador que los que podemos haber tenido
hasta ahora. Desde luego, un encuentro así es pura gracia de Dios?
Pero, ¿qué podemos hacer para dar lugar a que pueda suceder?
Las dudas y
el miedo nos lo impiden. Por una parte, las dudas. Nos excusamos
diciendo que nosotros no hemos visto al Señor como los primeros
discípulos. No hemos almorzado en la playa con él como nos
cuentan ellos. Y no acabamos de creer; dudamos y desconfiamos. Y eso
nos quita la alegría de la fe y el entusiasmo apostólico.
En segundo
lugar, si somos sinceros, tendremos que confesar que nos puede el
miedo. Miedo a dar la cara por Jesucristo con respeto, sí, pero con
claridad, con sinceridad y libertad. Queremos que nos vean buenos,
pero no exagerados y salidos de lo correctamente admitido. Si creemos
en la resurrección y somos coherentes, a lo peor nos miran como
raros y se apartan de nosotros. Estos miedos nos impiden un encuentro
real y transformador con el Resucitado.
Pero el
evangelio que hemos escuchado y Jesucristo mismo nos enseñan cómo
podemos nosotros creer en Jesucristo resucitado con la firmeza, la
firmeza y el entusiasmo de los primeros discípulos.
Tres modos de
acceder a un encuentro real y personal con Jesucristo: El primero,
creer a los testigos; los testigos son los apóstoles. No podían
creer, pero tuvieron que rendirse, y luego predicaron y dieron
testimonio incluso con el martirio. Testigos son los que ahora están
dando la vida en países donde impera la intransigencia y la
persecución. Son hermanos nuestros y contemporáneos nuestros. Su
testimonio debería encender nuestra débil fe.
El
segundo modo para encontrarnos con Jesús resucitado es escuchar la
palabra de Dios. El mismo Jesús nos lo dice: “Entonces
les abrió el entendimiento para comprender las Escritura”.
Me permito una pregunta: ¿Cuántas horas pasamos viendo la
televisión o hablando por el móvil? ¿Y cuánto tiempo dedicamos a
leer los evangelio, o participar en reuniones donde se comenta la
palabra de Dios.
El
tercer modo de dar lugar a un encuentro personal con el Resucitado,
ya lo sabemos y lo estamos practicando; nos lo dicen los discípulos
de Emaús: “Contaban
los discípulos lo que les habían pasado por el camino y cómo
habían reconocido a Jesús al partir el pan”.
La eucaristía, de verdad, nos reconforta y transforma?
Es lo que
vamos a intentarlo ahora con la gracia de Dios.