-Textos:
-Hch 9,
26-31
-Sal 21,
26-32
-1 Jn 3,
18-24
- Jn 15,
1-8
“Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La primavera
se nos está mostrando variable y alborotada, pero mucho más
alborotada parece la prensa y los medios de comunicación hablando de
leyes, tribunales y juicios tenidos en nuestra querida Pamplona, y
alborotadas también las calles soportando manifestaciones y
protestas.
Nosotros,
aquí en el monasterio nos sentimos serenos y agraciados de poder
participar en la eucaristía del domingo, beneficiándonos de la
palabra de Dios que nos ilumina, nos conforta y nos compromete.
“Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos”.
Todos conocemos lo que es una vid, y nos resulta fácil de
comprender las numerosas enseñanzas que Jesús quiere comunicarnos
a través de esta hermosa alegoría. Vamos a centrarnos en una: En el
breve evangelio que hoy hemos proclamado, no sé si os habéis
fijado, se repite siete veces el verbo “permanecer”: “Permaneced
en mí y yo en vosotros”; “Como el sarmiento no puede dar fruto,
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis
en mí; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”;
“Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como al sarmiento, y se
seca.”
Permanecer en
Jesús quiere decir mantener una relación de amistad estrecha y
constante con Jesucristo; ser de verdad amigo de Jesús, hablar
familiar y frecuentemente con él, contar con él, con sus enseñanzas
y con sus criterios a la hora de tomar decisiones y comportarnos en
la vida.
Jesús
nos está diciendo que para cumplir los mandamientos de la ley de
Dios, las bienaventuranzas, las obras de misericordia; para amar como
él nos ha amado y nos ama, para perdonar hasta setenta veces siete,
para compartir los bienes con los pobres, ayudar, como el buen
samaritano, a los necesitados…; para todo esto, y, sobre todo, para
participar de su misma vida, que es la vida misma de Dios, es decir,
para vivir en gracia de Dios y alcanzar la vida eterna, necesitamos
“permanecer en él”,
porque “sin él no podemos hacer
nada”.
Permitidme
aterrizar en un hecho de vida concreto: Desde que se ha conocido la
sentencia del juicio a estos jóvenes que se dicen “de la manada”
se han multiplicado las protestas en la calle, y el mismo gobierno de
la nación ha prometido mejorar las leyes relativas a las
violaciones y abusos sexuales. Mejorar las normas y las leyes para
evitar estos sucesos tan lamentables está bien, pero, ¿es
suficiente? En la segunda lectura hemos escuchado al apóstol san Juan
que habla de nuestra conciencia. Educar la conciencia, educar en la
responsabilidad personal es la medida absolutamente necesaria para
que las leyes y normas generales puedan resultar eficaces.
Nosotros,
como creyentes y cristianos, sabemos que la fe en Jesucristo es el
mejor soporte para tener una conciencia buena y responsable.
Jesucristo
ha vencido la muerte y el pecado; “él
es el camino la verdad y la vida”;” nadie va al Padre sino por
él”; él es la vid, nos ha dicho
en esta eucaristía, “nosotros los
sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante, porque sin mí no podéis hacer nada”.