-Textos:
-Ro 6,
3-11
-Sal 117,
1-2.16-17.22.23
-Mc 16,
1-7
“No
está aquí. Ha resucitado”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
“No está
aquí, ha resucitado”. Esta es la gran noticia que da sentido a
toda la celebración de esta noche; que da sentido a la historia del
mundo y que da sentido a nuestra propia historia. Que ni el sueño,
ni el cansancio, ni la rutina impidan descubrir todo el alcance que
tiene para nosotros esta noticia. Pidamos con fuerza y con humildad
la gracia de que nos impresione y nos transforme.
Somos
seguidores de alguien que tuvo a Dios como Padre suyo, y así lo
enseña; que curó a enfermos, cojos y ciegos; que perdonó los pecados
a los pecadores, que dio la vida por nosotros, y ¡que resucitó! .
Seguimos a alguien que venció a los dos enemigos más terribles, que
tiene la humanidad y la creación entera, el pecado y la muerte.
La
resurrección de Jesucristo nos está diciendo que Dios es fiel y
digno de la mayor confianza, porque cumple lo que promete. La cumplió
en su Hijo Jesucristo resucitándolo de entre los muertos, y, si
nosotros creemos en Cristo, la cumplirá en nosotros, resucitándonos
con él. Está a nuestro alcance participar de la vida divina, de la
vida eterna; está a nuestro alcance amar como Dios nos ama, perdonar
hasta setenta veces siete.
Tiene firme fundamento esperar en una
humanidad donde reine la paz, la libertad, la justicia y la
fraternidad entre los hombres.
Las mujeres
quedaron asustadas de lo que estaban viendo, no acababan de creer, y
no es para menos: La historia retoma el rumbo que lleva al puerto
seguro; el Reinado de Dios ha irrumpido en el mundo y la creación
tiene en su interior la semilla que la regenera y la va llevando a la
plenitud.
Pero
las tres Marías, primero asustadas y luego tan agraciadas por Dios y
tan providenciales para nosotros, tuvieron serenidad para escuchar y
retener un mensaje que nos concierne a todos hoy, aquí y ahora, y
para siempre: “Ahora
id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros
a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.
Hermanas
y hermanos todos, estas palabras son en primer lugar un encargo, un
envío, una misión: “Id
a decir….”.
Pero además, y sobre todo, son una recomendación muy importante:
“Id a Galilea”.
¿Por qué a Galilea? En Galilea comenzó todo: el bautismo de
Jesús, la elección y vocación de los discípulos, la predicación,
los milagros… Ir a Galilea es una recomendación para volver a las
fuentes. Es como si se nos dijera: Si queréis recuperar la alegría
de la fe, si queréis sentir el entusiasmo para anunciar el
evangelio, y el carisma de transmitirlo de manera convincente, id a
Galilea, id a la fuente bautismal. Descubrid toda la riqueza de
vuestro bautismo, todo lo que de amor, de predilección, de gracia y
riqueza os dio Dios el día que fuisteis bautizados en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Nuestra vida adquirió una
calidad de valor infinito el día que se nos infundió la vida misma
del Resucitado.
Pero volver a
las fuentes de nuestra condición cristiana, de nuestro bautismo, es
también recoger el testigo de entendernos como misioneros,
apóstoles, para anunciar el evangelio a todas las gentes: a los
paganos, a los ateos, a los que han desertado de su fe, a los
jóvenes, a nuestros hijos, a los que conviven a nuestro alrededor.
Por eso
la gran noticia: -“No
está aquí. Ha resucitado”.
Quiere decir también: Volved a vuestro origen, recuperar la belleza
de vuestra identidad, renovar vuestras promesas bautismales. Que es
lo que ahora vamos a hacer.