-Textos:
-Hch 2, 1-11
-Sal 103
-1Co 12, 3b-7, 12-13
-Jn 20, 19-23
Y
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos
y les dijo:”Recibid el Espíritu Santo”.
Queridas
hermanas y hermanos: De nuevo hoy, y gracias a la invitación de nuestra Madre, la Iglesia , celebramos una
fiesta que nos llena de gozo, fortalece nuestro ánimo, nos libera de cualquier
pesimismo y sostiene fundadamente nuestra esperanza. La fiesta de Pentecostés es
plenitud y corona del tiempo Pascual, y el espíritu Santo, protagonista de esta
fiesta, es el fruto granado de la
Pascua de Jesús.
Dos
notas sobresalen en el mensaje que nos proponen las lecturas de esta celebración:
una, la valentía y el entusiasmo apostólico de los discípulos, y otra, la
capacidad de comunicar y transmitir el mensaje que transmiten. Una y otra son
fruto del Espíritu Santo.
Los
discípulos estaban encerrados y llenos de miedo, sobreviene el Espíritu Santo y
quedan transformados en testigos valientes y entusiasmados de Jesús; comienzan a hablar las maravillas de Dios y se hacen
entender por partos, medos, elamitas, gentes de Mesopotamia, de Judea y de Asia,
propios y extranjeros.
El
acontecimiento de Pentecostés sigue vigente y activo entre nosotros. El
Espíritu de Dios, el Espíritu Santo actúa
en el mundo, dentro y fuera de la Iglesia ; pero de manera especial en la Iglesia. Es el alma de la Iglesia.
Ahí
están, como muestra, los misioneros y las misioneras en los más pobres rincones
del mundo, que saltan a los medios de comunicación como ángeles de amparo y
socorro en tantas catástrofes y desgracias que ocurren; ahí están los
monasterios de clausura, todos viviendo con entrega generosa la fidelidad a la
llamada de Jesús y al carisma fundacional con la paz y el gozo que proporciona
vivir desde Dios y cumplir su voluntad; ahí están los nuevos movimientos de Iglesia pletóricos
de esperanza, y los equipos de
catequistas y de pastoral ofreciendo
tiempo y esfuerzos desinteresados a las parroquias; ahí está nuestro papa, Francisco,
que con su palabra y sus gestos, ofrece una imagen de la Iglesia que llega a las periferias, a los alejados, y
estimula a todos, sacerdotes y seglares, a demostrar con la palabra y con el
ejemplo, testimonios atractivos y convincentes de la fe católica que
profesamos.
Son
muestras de la presencia activa del Espíritu Santo en medio de nosotros, y
primicias del mundo nuevo que está surgiendo gracias a la victoria de Cristo
Resucitado.
Junto
a los puntos luminosos de la acción del Espíritu, son también patentes los
puntos negros, a donde no llega y a donde es muy difícil hacer llegar la luz y
la fuerza del espíritu.
La
dificultad para comunicar el evangelio en un lenguaje inteligible y atrayente
para la mentalidad y la cultura del mundo de hoy; la comunión afectiva y
efectiva de todos los fieles con la iglesia, y una formación seria que sabe dar
razón de la fe en los tiempos que vivimos… ¡Cuántos campos para la acción de
los católicos y para la activa y responsable misión de todos, seglares,
sacerdotes, diáconos, obispos y consagrados!
Ahí
está el nuevo plan diocesano de pastoral, del que tenemos que informarnos y con
el que tendremos que comprometernos.
El
Espíritu Santo, que infundió valor a los primeros discípulos e hizo que el
evangelio fuera entendido en todas las lenguas y culturas de aquel tiempo es el mismo Espíritu que en
este tiempo se nos da y vive entre nosotros.
Que
la celebración de esta eucaristía reavive en nosotros la acción del Espíritu
Santo que recibimos en el bautismo y en la confirmación.