-Hch 1,
1-11
-Sal 46,
2-9
-Ef 1,
17-23
-Mc 16,
15-20
“El
Señor subió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se
fueron a pregonar el evangelio por todas partes”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La Ascensión
del Señor a los cielos tiene dos enseñanzas importantes: Nos
invita, por una parte, a poner los ojos en el cielo y, por otra, nos
manda poner los pies en la tierra y evangelizar.
En primer
lugar, el misterio de la ascensión afecta a Jesucristo. Él ha
llegado a la meta y ha subido al podio del triunfo. Ha culminado su
obra y su misión; está a la derecha de su Padre Dios, con la
majestad que le pertenece por su condición divina.
Jesucristo,
además, desde el cielo nos está señalando cuál es la meta a la
que estamos destinados.
Hermanos,
nuestro destino es el cielo. No sé si pensamos mucho o poco en el
cielo. Pero es absolutamente necesario saber y mirar la meta, para
tener ánimo y fuerzas en el camino. Nuestra meta es el cielo. "Allí
descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y
alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, más sin fin. Pues ¿qué
puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?”, dice
San Agustín.
En segundo lugar, Jesús
asciende a los cielos y encomienda a nuestras manos la tarea de
continuar su misión en el mundo: “Id al
mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”.
El cielo es un destino universal, todos los hombres tenemos como
destino el cielo, pero la misión de evangelizar es una llamada, una
vocación particular de Jesús encomendada a sus discípulos, a su
Iglesia, a nosotros los bautizados. Hemos sido bautizados para
evangelizar.
Pero conviene subrayar la
frase final del evangelio de hoy: “Ellos se
fueron a pregonar el evangelio por todas partes, y el Señor
cooperaba confirmando la palabra con las señales que les
acompañaba”. Jesucristo nos envía, pero
no nos deja desamparados y desarmados, él coopera con nosotros y nos
da fuerza y poder “para echar demonios en su
nombre, hablar lenguas, coger serpientes y no nos harán daño…”.
Estas imágenes, hermanas y hermanos, nos
están diciendo que los bautizados, en el bautismo, hemos recibido el
Espíritu del Señor.
Y todos, sacerdotes,
personas consagradas, y también, los seglares, casados y solteros,
padres de familia, profesores y catequistas, todos tenemos fuerza y
poder, primero, para mantenernos firmes en la fe. Y dice más este
evangelio de hoy, en medio de este mundo tan secularizado y tan ajeno
y hasta tan hostil a la fe, tenemos fuerza y carisma para transmitir
la fe; no sólo, para mantenerla cada uno, sino para transmitirla a
los demás. “Echarán demonios…, si beben
un veneno mortal, no les hará daño... Impondrán las manos a los
enfermos, y quedarán sanos…
Tengamos confianza,
hermanos, a la hora de dar testimonio ante el mundo de nuestra fe y a
la hora de transmitirla. Jesús ha subido al cielo, para desde el
cielo, con todo su poder asistirnos en la misión que nos ha
encomendado. No nos basta con cuidar la fe, se nos ha dado para que
la transmitamos. Y tenemos fuerza para ello.
Al terminar la eucaristía,
os diré: “Podéis ir en paz”. Pero el sentido verdadero de esta
despedida es: “Ite, misa est”: La misa ha terminado, comienza la
misión.