-Textos:
-Ez 17,
22-24
-Sal 91,
2-3.13-16
-2 Co 5,
6-10
-Mc 4,
26-34
“La
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
No puedo
saber si estáis tranquilos o preocupados, alegres o tristes,
optimistas o apesadumbrados. Las mieses de nuestros campos están
granando, y, sobre todo, los que hemos tenido la suerte de ser
invitados a participar en la eucaristía de este domingo, hemos sido
regalados con una buena dosis de optimismo, y, sobre todo de
esperanza, esperanza de la buena, la que se fundamenta en la Palabra
de Dios.
Permitidme
una pregunta: ¿Creéis vosotros, que el Reino de Dios y la causa de
Jesús, la misión de la Iglesia, van adelante en este mundo?
Sí,
hermanos, el Reino de Dios va adelante y va creciendo, aunque no
sabemos cómo. Nos lo dice la fe.
Jesucristo en
el evangelio de hoy nos propone dos parábolas muy ilustrativas, que,
si las meditamos y las entendemos bien, nos curan de todo pesimismo y
nos invitan a reafirmarnos en la fe que hemos recibido y a anunciar
el evangelio con alegría por todas partes y en toda circunstancia.
La
primera dice que “la
semilla que siembra el labrador germina y va creciendo, sin que él
sepa cómo”.
La semilla es
el evangelio que anuncia el Reino de Dios que anunció e inauguró
Jesucristo. Él nos dice, que la semilla, ella por sí misma, tiene
fuerza suficiente para desarrollarse y granar en espiga bien granada
para la siega.
Nosotros,
los seguidores de Jesús, como él, tenemos que sembrar la semilla,
transmitir la fe, anunciar el evangelio. Pero tomemos nota, el
resultado de nuestra misión en el mundo no depende sólo ni
principalmente de nosotros, depende de Dios, depende de la semilla
misma. Si dependiera solo de nosotros, podría fracasar, si depende
de Dios, de la fuerza divina de la semilla, va a dar fruto seguro.
El evangelio
de Jesús, la Palabra de Dios tiene fuerza suficiente por sí misma
para trasformar el mundo y convertirlo en el Reino de paz de
justicia, de gracia y de amor, como cantamos en un prefacio.
Nosotros
no sabemos medir exactamente si el Reino de Dios va creciendo o no en
el mundo. Pero Jesucristo hoy nos dice muy claro que el evangelio
tiene fuerza suficiente para transformarlo: “La
semilla germina y va creciendo, sin que el labrador, sepa cómo…
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la
siega”. Es decir,
al final de los tiempos, cuando llegue la siega, el Reino de Dios, la
salvación de Dios, llegará y tendremos un cielo nuevo y una tierra
nueva.
Esta parábola
debe llenarnos de optimismo y de esperanza. Pero para ello, tenemos
que ver la vida y la marcha de la Iglesia desde la fe, y no desde la
sociología o desde los titulares de los periódicos, o de las
predicciones de la ciencia.
Si miramos la
vida desde la las predicciones de los sabios de este mundo, puede que
caigamos en el pesimismo, pero si miramos la vida desde la fe en
Jesucristo, nos llenaremos siempre de esperanza.
Los datos de
la ciencia pueden ser indicios, señales y llamadas para que los
cristianos aprendamos y nos esforcemos para dar con las mejores
maneras de anunciar el evangelio, pero lo esencial y más importante
es dar testimonio de una fe convencida y una esperanza firme de que
el evangelio tiene fuerza suficiente, y que al final granará, y
logrará para bien y felicidad de todos, el fruto que lleva dentro,
es decir, el Reino de Dios.
“El
Reino de Dios es como un grano de mostaza…, es la semilla más
pequeña, pero después de sembrada crece… y echa ramas tan grandes
que los pájaros del cielo puede anidar a su sombra”.