domingo, 17 de junio de 2018

DOMINGO XI T.O. (B)


-Textos:

       -Ez 17, 22-24
       -Sal 91, 2-3.13-16
       -2 Co 5, 6-10
       -Mc 4, 26-34

La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

No puedo saber si estáis tranquilos o preocupados, alegres o tristes, optimistas o apesadumbrados. Las mieses de nuestros campos están granando, y, sobre todo, los que hemos tenido la suerte de ser invitados a participar en la eucaristía de este domingo, hemos sido regalados con una buena dosis de optimismo, y, sobre todo de esperanza, esperanza de la buena, la que se fundamenta en la Palabra de Dios.

Permitidme una pregunta: ¿Creéis vosotros, que el Reino de Dios y la causa de Jesús, la misión de la Iglesia, van adelante en este mundo?

Sí, hermanos, el Reino de Dios va adelante y va creciendo, aunque no sabemos cómo. Nos lo dice la fe.

Jesucristo en el evangelio de hoy nos propone dos parábolas muy ilustrativas, que, si las meditamos y las entendemos bien, nos curan de todo pesimismo y nos invitan a reafirmarnos en la fe que hemos recibido y a anunciar el evangelio con alegría por todas partes y en toda circunstancia.

La primera dice que “la semilla que siembra el labrador germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”.

La semilla es el evangelio que anuncia el Reino de Dios que anunció e inauguró Jesucristo. Él nos dice, que la semilla, ella por sí misma, tiene fuerza suficiente para desarrollarse y granar en espiga bien granada para la siega.

Nosotros, los seguidores de Jesús, como él, tenemos que sembrar la semilla, transmitir la fe, anunciar el evangelio. Pero tomemos nota, el resultado de nuestra misión en el mundo no depende sólo ni principalmente de nosotros, depende de Dios, depende de la semilla misma. Si dependiera solo de nosotros, podría fracasar, si depende de Dios, de la fuerza divina de la semilla, va a dar fruto seguro.

El evangelio de Jesús, la Palabra de Dios tiene fuerza suficiente por sí misma para trasformar el mundo y convertirlo en el Reino de paz de justicia, de gracia y de amor, como cantamos en un prefacio.

Nosotros no sabemos medir exactamente si el Reino de Dios va creciendo o no en el mundo. Pero Jesucristo hoy nos dice muy claro que el evangelio tiene fuerza suficiente para transformarlo: “La semilla germina y va creciendo, sin que el labrador, sepa cómo… Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Es decir, al final de los tiempos, cuando llegue la siega, el Reino de Dios, la salvación de Dios, llegará y tendremos un cielo nuevo y una tierra nueva.

Esta parábola debe llenarnos de optimismo y de esperanza. Pero para ello, tenemos que ver la vida y la marcha de la Iglesia desde la fe, y no desde la sociología o desde los titulares de los periódicos, o de las predicciones de la ciencia.

Si miramos la vida desde la las predicciones de los sabios de este mundo, puede que caigamos en el pesimismo, pero si miramos la vida desde la fe en Jesucristo, nos llenaremos siempre de esperanza.

Los datos de la ciencia pueden ser indicios, señales y llamadas para que los cristianos aprendamos y nos esforcemos para dar con las mejores maneras de anunciar el evangelio, pero lo esencial y más importante es dar testimonio de una fe convencida y una esperanza firme de que el evangelio tiene fuerza suficiente, y que al final granará, y logrará para bien y felicidad de todos, el fruto que lleva dentro, es decir, el Reino de Dios.

El Reino de Dios es como un grano de mostaza…, es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece… y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo puede anidar a su sombra”.