-Textos:
-Is 49,
1-6
-Sal 138,
1-3. 13-15
-Hch 13,
22-26
-Lc 1,
57-66. 80
“Estaba
yo en el vientre de mi madre, y el Señor me llamó”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy domingo,
día 24, ya ha llegado el verano, y han comenzado a disminuir las
horas de sol. En muchos lugares se habrán encendido hogueras en la
noche pasada.
Los escolares
y universitarios ya han terminado los exámenes, los empleados y
trabajadores piensan en viajes y vacaciones, pero muchos que se
encuentran en el umbral de la pobreza no pueden pensar planear esos
días de descanso, ni tampoco los emigrantes y refugiados que no
encuentran puerto donde arribar ni tierra segura para pisar.
Nosotros hoy
celebramos la fiesta solemne de la Natividad de san Juan evangelista.
Un
rasgo muy importante se destaca en las lecturas que hemos escuchado
en esta eucaristía: La vocación de san Juan Bautista:
“Estaba yo
en el vientre de mi madre, y el Señor me llamó… Y me dijo: Tú
eres mis siervo de quien estoy orgulloso”.
Juan el
Bautista fue realmente un profeta excepcional, el más grande de los
profetas, dijo Jesús, desempeñó una misión muy necesaria, difícil
y arriesgada: preparar los caminos del Señor.
En el
cumplimiento fiel y valiente de esta misión Juan encontró
dificultades, pruebas y momentos de desaliento: “En
vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”.
Pero Juan el Bautista siempre sintió el apoyo de Dios.
La gran
misión que le cupo al Bautista fue prepara al antiguo pueblo de Dios
y al mundo entero para la llegada de Jesucristo, el Hijo de Dios y
Salvador. Y esta tan importante y excelsa misión Juan el Bautista la
llevó a cabo con una humildad ejemplar, que nos admira a todos.
Predicaba y decía: “Yo
no soy quién pensáis; viene uno detrás de mí a quién no merezco
desatarle las sandalias”.
La vocación
del Bautista no es exactamente la nuestra, el Bautista anunciaba a
Jesús que iba a venir, nosotros hemos de anunciar al Jesús que ya
ha llegado.
Pero la
vocación y misión del Bautista interpela a todos.
Hoy sigue
siendo necesario preparar los caminos al Señor. Los papas actuales
no cesan de llamar y urgir: Hemos de anunciar el evangelio, hay que
llegar a las periferias donde no se conoce o no se vive la fe en
Jesús. El mundo necesita caer en la cuenta que el secreto de la
vida, el verdadero arte de vivir, es “amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; que necesitamos fuerza
y fe para no desesperar, y esperar, que vendrá un mundo nuevo, donde
habite la justicia, el amor, la paz y la felicidad para siempre.
Hoy, el
24 de junio, estamos pensando en el verano, las cosechas, las
vacaciones… Y a la vez, somos testigos de los problemas sociales,
de los emigrantes, refugiados, personas a las que no les llega el
sueldo para lo más básico. Es evidente para todos que la Iglesia
necesita vocaciones, muchas vocaciones, de sacerdotes, de
contemplativos, de misioneros y misioneras que lo dejan todo y de por
vida para anunciar el evangelio.
Pero no
pensemos en otros: Todos los bautizados hemos sido llamados y tenemos
vocación. La sociedad actual nos necesita y nos espera. La valentía
y la humildad de san Juan Bautista nos interpelan y nos animan. Nos
quedamos con la antífona del salmo responsorial: “Te
doy gracias, Señor, porque me has escogido portentosamente”.