-Textos:
-2Re
4, 42-44
-Sal 144, 10-11. 15-18
-Ef 4. 1-6
-Jn 6, 1-15
“¿Con
qué compraremos panes para que coman todos estos”?
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
El milagro de la
multiplicación de los panes y los peces es un milagro contado por
los cuatro evangelistas; esto nos hace ver la importancia que tiene.
El evangelista san Juan,
que es al que hemos escuchado hoy, al contar este hecho se fija más
en el significado que tiene que en el hecho mismo.
La primera enseñanza
podemos extraerla del final del relato: La gente admirada por el
suceso del que habían sido testigos decía: Este
sí que es el profeta que tenía que venir al mundo”.
Vemos a Jesús que mira a
la gente, se da cuenta de que tienen hambre, porque le vienen
siguiendo durante todo el día, y trata de hacer algo para saciar el
hambre de personas que físicamente están hambrientas.
Luego, les predicará y
les dará una preciosa catequesis, pero, primero, atiende a su
necesidad inmediata.
Nosotros tenemos que saber
mirar a nuestro alrededor, poner interés y descubrir las
necesidades de las personas que tenemos delante, en casa, en el
barrio, en el trabajo; y a las personas que la televisión, la radio
y la prensa nos acercan y nos introducen en el campo de nuestra
atención.
Jesús sabe lo que puede
hacer y lo que quiere hacer, pero quiere contar con la colaboración
de sus discípulos, y los compromete con su pregunta: “¿Con
qué compraremos panes para que coman todos estos”?
Jesús, sin duda, quiere
contar con nosotros.
Para nosotros, cristianos, toda persona es mi prójimo y mi hermano;
y sobre todo, el prójimo necesitado, es para nosotros presencia de
Cristo: “Lo que hagáis a uno de estos más
pequeños, conmigo lo hacéis”.
Y no valen las excusas:
“¿Qué puedo hacer yo? Son problemas que me rebasan, que tienen
que solucionar los políticos o los que tiene mucho poder…”
A Jesús le bastaron cinco
panes de cebada y un par de peces, para hacer el milagro. Pero quiso
contar con lo poco que podían aportar los que le seguían.
Lo que podemos poner de
nuestra parte es siempre desproporcionado, para la magnitud del
remedio que requieren los problemas humanos. Pero poner lo que está
de nuestra parte es dar pie para que Dios haga lo demás.
Y Jesús hizo el milagro y
se saciaron todos, y hasta hubo sobre abundancia. Jesús es el
Salvador del mundo. Jesús, muerto y resucitado, ha vencido a la
muerte y al pecado. Y no sabemos cuándo, pero sabemos ciertamente
que llegará un día en que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva
donde abunde la justicia.
Pero
Jesús, al dar de comer materialmente a los hambrientos de pan
material, nos introduce a todos en el misterio de otro alimento
espiritual, que es la eucaristía. Sacramento de la carne y la sangre
de Jesús, el verdadero pan de vida, para saciar el hambre de Dios,
que tiene todo corazón humano, porque nos da la vida eterna.
Vengamos a beneficiarnos
de tan precioso don.