-Textos
-Pr 2,
1-9
-Sal 33,
1-8
-Ef, 4,
1-17. 11-13
-Lc 22,
24-30
“Hijo
mío, si prestas oído a la sabiduría…, comprenderás lo que es
temer al Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios” (Pr 2, 2.
5b).
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En el libro
de los Proverbios la sabiduría y temor de Dios son dos sentimientos
íntimamente relacionados. Sabiduría es el arte de vivir bien, de
saber vivir; sabio, en este mundo, es el hombre que sabe llevar una
vida satisfactoria, en buena relación consigo mismo, con el prójimo
y con Dios. En definitiva la sabiduría es vivir conforme a la
voluntad de Dios; tiene temor de Dios el que ama la voluntad de Dios
y la cumple porque
la ama.
San
Benito, en el Prólogo de la Regla, vosotras madres benedictinas lo
sabéis de memoria, dice: “El que
tiene oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las
iglesias. Y ¿qué dice? “Venid, hijos, escuchad, os enseñaré el
temor del Señor”(Prol.12-13).
(Nos podemos
preguntar cómo se explica que una Regla escrita para monjes y monjas
haya podido ejercer un influjo espiritual, social y cultural tan
positivo y tan fuerte, desde comienzos del siglo sexto hasta nuestros
días. Y podemos responder: La Regla que San Benito escribió tiene
el carisma de la auténtica sabiduría bíblica, y encierra el
secreto del verdadero arte de saber vivir).
(Vosotras,
queridas hermanas benedictinas nos podríais ayudar a entrar no
tanto en la vida y obras exteriores de vuestro Padre, san Benito,
como en su alma en su vida interior, en su relación con Dios. Tomo
una opinión del Padre Colombás):
Para él
hay dos virtudes que caracterizan certeramente el retrato espiritual
de san Benito, y que ´´el ha dejado plasmado en la Regla: El
sentido religioso de la vida y la humildad.
Podemos
decir que desde su nacimiento la orientación religiosa de la vida
enseñorea todo su espíritu dominado por una irresistible aspiración
hacia Dios; desde niño manifiesta que no encuentra encanto a la
vida del mundo, y sin vacilaciones renuncia a los estudios profanos
para retirarse al desierto. Para vivir solamente bajo la mirada del
eterno espectador se retiró en los primeros pasos de su vocación a
una cueva solitaria.
Esta
irresistible aspiración hacia Dios queda plasmada claramente en la
Regla, a lo largo de todos sus capítulos. Es uno de los rasgos que
explica la calidad y la fuerza transformadora que tiene la Regla.
La
segunda virtud sobresaliente del alma de san Benito es la humildad.
Su alma humilde queda reflejada en muchos lugares de la Regla, pero
especialmente en el capítulo séptimo, que lo titula precisamente
capítulo sobre la humildad. La divina Escritura, hermanos, clama
diciendo: “Todo el que se ensalza será
humillado, y el que se humilla será ensalzado”. Para
San Benito la cumbre de la humildad coincide con la cumbre de la
santidad. Este capítulo séptimo es como la escala de Jacob. San
Benito dice: “por la exaltación se baja y por la humildad se
sube”. De grada en grada, de virtud en virtud vamos, ascendiendo
hacia la humildad perfecta, y entonces alcanzamos a Dios.
Ahora
entendemos mejor los textos litúrgicos que iluminan esta celebración
litúrgica de la fiesta de San Benito:
La
primera lectura nos invita encarecidamente a descubrir la verdadera
sabiduría, el verdadero arte para vivir bien; en la Carta a los
Efesios hemos escuchado esta afirmación rica y profunda que habla de
la suficiencia envolvente de Dios y refleja muy bien el espíritu de
san Benito: “Un Dios, Padre de todos,
que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos”.
Y en el evangelio esta catequesis tan querida y tan bien aplicada por
san Benito: “Los reyes de las
naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar
bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre
vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna como el que
sirve”.
Cuánta
vigencia tienen estas enseñanzas de san Benito y de la liturgia de
su fiesta para la sociedad actual en la que vivimos, para vosotras,
queridas hermanas y para todos,
El sentido
religioso de la vida, el deseo envolvente de Dios, es el manantial
del que brota el agua viva que nutre y fecunda las semillas de todas
las virtudes; la humildad es el medio divino, la base y la cima de la
vida espiritual y del encuentro con Dios.