-Textos:
-Jos 24, 1-2ª. 15-17.
18b
-Sal 33, 2-3. 16-23
-Ef 5, 21-32
-Jn 6, 55. 60-69
“¿También
vosotros queréis marcharos?
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
“La eucaristía, fuente
y cumbre de la vida cristiana”; “La eucaristía encierra en sí
todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo nuestra Pascua”, nos
dejó dicho en frases lapidarias el Concilio Vaticano Segundo.
La eucaristía, sin duda,
para los que estamos aquí celebrándola, es fuente de vida; pero,
para otros dolorosamente es piedra de escándalo. “Si
no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros” Y muchos son los
que dicen: “Este modo de hablar es duro,
¿quién pude aceptarlo”.
La eucaristía, por ser
precisamente sacramento y presencia de Cristo nuestra Pascua, el
corazón del evangelio y la médula de la fe cristiana, es un desafío
a nuestra libertad. Nos sitúa ante la disyuntiva de ser o no ser de
Cristo, de ser o no ser creyentes.
No sé si caemos
suficientemente en la cuenta de cuántas gracias tenemos que dar a
Dios por haber recibido la gracia de creer en la eucaristía, y de
creer gozosamente en ella. De experimentarla no como un problema y
una cruz para la inteligencia, sino como una manifestación del amor
y de la bondad de Dios.
¿Por qué ha sido así?
Jesús nos dice en el evangelio de hoy: es una gracia de Dios aceptar
sus palabras y creer en la eucaristía: “El
Espíritu es el que da vida: la carne, los razonamientos humanos, no
sirven para nada”; “Por eso os he dicho que nadie puede venir a
mí, si el Padre no se lo concede” .
Alguno dirá: Entonces, a
los que no creen, ¿es que no se les ha concedido esta gracia? En
muchos casos, no han recibido esa gracia, porque no se les ha
comunicado el evangelio.
Pero en otros muchos
casos, sí que El Espíritu Santo da la gracia, pero o no es atendida
o es abiertamente rechazada.
Porque la fe en la
eucaristía depende también de nuestra responsabilidad y de nuestra
buena disposición para creer.
Miremos a Pedro: Él, sí
que ha tenido la gracia del Espíritu para hacer esa solemne
confesión de fe en Jesucristo y en el significado de su predicación:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios”.
Pedro nos enseña, en
primer lugar, a vivir con profundidad la vida; él está inquieto y
piensa en el sentido de la vida, tiene sed de vida eterna. En segundo
lugar, Pedro, escucha la palabra de Jesús y vive con él le acompaña
continuamente. Por eso, Pedro está bien dispuesto para acoger la
gracia del Espíritu Santo, y , cuando el Padre Dios lo atrae hacia
Jesús, él está preparado y disponible para entender las palabras
de Jesús, creer plenamente en el misterio eucarístico, y descubrir
como palabras de amor y de vida, lo que otros toman como palabras
incomprensibles y hasta escandalosas.
En
la celebración de este domingo, como siempre que venimos y
participamos en la eucaristía, el sacerdote, inmediatamente después
de la consagración, nos proclama: “Este es
el sacramento, el misterio, de nuestra fe”.
Y nosotros, al modo de Pedro, tenemos la oportunidad de afirmar la fe
y decir: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven
Señor Jesús”.