-Textos:
-Ex 16,
2-4. 12-15
-Sal 77,
3 - 4. 23-24. 25.54
-Ef 4,
17. 20-24
-Jn 6,
24-35
“Yo
soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí nunca pasará sed”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy el
evangelio y también las primeras lecturas hablan de comidas y
bebidas. En la actualidad y en nuestro país están muy de moda la
gastronomía, las recetas de cocina y los cocineros; se sale con
frecuencia a comer y cenar a los restaurantes. Señal de que hay
dinero para pagar ese gusto.
Al mismo
tiempo, es cierto, en nuestro país hay personas que pasan hambre,
que no les llega para pagar la hipoteca, ni para salir de vacaciones,
que no tienen trabajo y tampoco salud; en nuestra tierra nos codeamos
con emigrantes que deambulan por la calle; y, lo más doloroso, con
personas humanas que arriesgan la vida y la pierden tratando de
alcanzar la tierra opulenta en la que imaginan que mana leche y miel.
El antiguo
pueblo de Israel tenía muy claro que el tener comida y bebida para
alimentarse era don de Dios. En muchas de nuestras familias cristinas
se bendice la mesa. ¡Excelente costumbre!
Pero
también hay muchas gentes que tienen pan y comida y, sin embargo, no
se acuerdan de Dios. En el placer de comer ponen la felicidad y el
fin de su vida. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Esta
mañana Jesús nos advierte: “Trabajad,
no por el alimento que perece, sino por el alimento que os da la vida
eterna”.
Todo pasa.
Lo platos más exquisitos y las comidas más suculentas no evitan que
volvamos a tener necesidad de comer, y menos nos proporcionan la
felicidad completa.
¡Ojalá
que el vivir en la abundancia no nos embote la mente, y que pensemos
que la vida terrena se acaba y que hay otra vida; que lo que de
verdad deseamos y hambreamos es vivir para siempre.
Y esta
hambre y esta sed no la calman los platos suculentos que nos
presentan los “misters-chefs” de la tele y los periódicos.
“¿Y
qué tenemos que hacer para hacer lo que Dios quiere?”. –“La
obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado”,
es decir, en Jesús.
Hermanas
y hermanos: Que el vivir con lo suficiente, o, incluso, en la
abundancia, nos lleve a dar gracias a Dios y no nos debilite la fe;
todo lo contrario, que nos permita descubrir la necesidad que
tenemos de Jesucristo.
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el
que cree en mí nunca pasará sed”.
"Señor,
danos siempre de ese pan”.Esta
es la súplica que tiene que brotar hoy de nuestros labios. “Señor,
danos de ese pan, que eres tú, Jesucristo”. “¿Qué
tenemos que hacer?
Dos
consignas me permito poner ante vuestra consideración: La primera la
encontramos en san Pablo, en la segunda lectura: “Que no andéis ya
como los gentiles… abandonad el anterior modo de vivir, el hombre
viejo corrompido por deseos engañadores, y renovaos en la mente y en
el espíritu”.
La
segunda, la podemos extraer de los titulares de los periódicos: Los
emigrantes. La tragedia lamentable, dramática e inhumana, tan
difícil de solucionar. Dios nos está llamando. Si nos proponemos
regular desde esa tragedia, nuestro modo de vivir y nuestro modo de
alimentarnos, podemos contribuir a encontrar soluciones acordes con
el evangelio de Jesús y el bien de todos.
Esto
es posible, si de verdad escuchamos la voz Dios: “La
obra que Dios quiere es esta: Que creáis en el que él ha enviado”,
(Jesús).