-Textos:
-Pro 9, 1-6
-Sal 33, 2-3. 10-15
-Ef 5, 15-20
-Jn 6, 51-58
“Os aseguro que si
no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Qué
está pasando en nuestras antiguas y tradicionales comunidades
católicas, en las que muchos bautizados están abandonando la
práctica religiosa; sobre todo dejan de asistir a la eucaristía de
los domingos?
En
algunos casos habrá que decir que las celebraciones de la
eucaristía dejan mucho que desear por parte de los sacerdotes
celebrantes. El papa Francisco en varias ocasiones nos ha llamado la
atención y nos exhorta encarecidamente a que los sacerdotes cuidemos
la homilía y el conjunto de la celebración.
Pero,
hay otras causas más hondas que explican este gravísimo problema.
Podemos decir sin exagerar que el abandono de la práctica de la
eucaristía, sobre todo, de la misa dominical, es el mal más grave y
la epidemia más dañina que afecta a las comunidades católicas de
nuestra Iglesia Occidental. Abandonar sistemáticamente la práctica
dominical pone en grave peligro el mantenimiento y la perseverancia
en la vida de fe y la fe misma recibida en el bautismo.
“¡Un
cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor y
los misterios del Señor no se celebran sin la presencia de los
cristianos! Confesaba
la comunidad de cristianos de Abitinia, en el año 303, en la
persecución de Diocleciano ante el gobernador romano de Cartago.
El
Concilio Vaticano Segundo nos ha dejado una enseñanza lapidaria:
“La eucaristía es fuente y cumbre de la vida cristina”. Y
explica: “Porque la eucaristía encierra en sí todo el bien
espiritual de la Iglesia”. Es decir, todo el bien que la Iglesia
puede dar y da a los cristianos, todo lo bueno que la Iglesia puede
aportar a la sociedad y al mundo entero se contiene en la eucaristía.
Y
el documento conciliar completa la frase y explica: “La
eucaristía encierra en sí todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”.
La
causa principal del abandono de la eucaristía, y de la eucaristía
dominical, está sin duda en que muchos cristianos no han llegado a
descubrir el valor precioso, divino y humano de la eucaristía.
Hoy
Cristo mismo nos lo ha revelado en el evangelio: “Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
Las frases tiene un realismo estremecedor y, para muchos,
escandaloso, pero innegable: “El
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Estas afirmaciones se hacen verdad en un orden real, sí, pero no
físico, sino espiritual.
Por
eso, y aquí está la clave, estas palabras de Jesús intrigan,
atraen y ganan el corazón de muchos, porque el Señor nos dice: El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
¡Habitados por Jesucristo! Esto es verdad, esto nos ocurre a cada
uno cuando comulgamos.
Y
hay más, todavía: ¿Qué significa “ser habitados por
Jesucristo”? Y explica Jesús: “El
Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí”.
Comulgar con la carne y la sangre de Jesucristo, nos introduce en la
vida misma de Dios, en la vida divina y sobrenatural del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
Pidamos
continuamente a Dios, a la Virgen María y a los santos la gracia de
participar muchas veces, sobre todo los domingos, en la eucaristía.
Y pidamos, además, que nos permita descubrir y saborear la
eucaristía.