domingo, 19 de agosto de 2018

DOMINGO XX T.O. (B)


-Textos:

       -Pro 9, 1-6
       -Sal 33, 2-3. 10-15
       -Ef 5, 15-20
       -Jn 6, 51-58

Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Qué está pasando en nuestras antiguas y tradicionales comunidades católicas, en las que muchos bautizados están abandonando la práctica religiosa; sobre todo dejan de asistir a la eucaristía de los domingos?

En algunos casos habrá que decir que las celebraciones de la eucaristía dejan mucho que desear por parte de los sacerdotes celebrantes. El papa Francisco en varias ocasiones nos ha llamado la atención y nos exhorta encarecidamente a que los sacerdotes cuidemos la homilía y el conjunto de la celebración.

Pero, hay otras causas más hondas que explican este gravísimo problema. Podemos decir sin exagerar que el abandono de la práctica de la eucaristía, sobre todo, de la misa dominical, es el mal más grave y la epidemia más dañina que afecta a las comunidades católicas de nuestra Iglesia Occidental. Abandonar sistemáticamente la práctica dominical pone en grave peligro el mantenimiento y la perseverancia en la vida de fe y la fe misma recibida en el bautismo.

¡Un cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor y los misterios del Señor no se celebran sin la presencia de los cristianos! Confesaba la comunidad de cristianos de Abitinia, en el año 303, en la persecución de Diocleciano ante el gobernador romano de Cartago.

El Concilio Vaticano Segundo nos ha dejado una enseñanza lapidaria: “La eucaristía es fuente y cumbre de la vida cristina”. Y explica: “Porque la eucaristía encierra en sí todo el bien espiritual de la Iglesia”. Es decir, todo el bien que la Iglesia puede dar y da a los cristianos, todo lo bueno que la Iglesia puede aportar a la sociedad y al mundo entero se contiene en la eucaristía.

Y el documento conciliar completa la frase y explica: “La eucaristía encierra en sí todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”.

La causa principal del abandono de la eucaristía, y de la eucaristía dominical, está sin duda en que muchos cristianos no han llegado a descubrir el valor precioso, divino y humano de la eucaristía.

Hoy Cristo mismo nos lo ha revelado en el evangelio: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Las frases tiene un realismo estremecedor y, para muchos, escandaloso, pero innegable: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Estas afirmaciones se hacen verdad en un orden real, sí, pero no físico, sino espiritual.

Por eso, y aquí está la clave, estas palabras de Jesús intrigan, atraen y ganan el corazón de muchos, porque el Señor nos dice: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. ¡Habitados por Jesucristo! Esto es verdad, esto nos ocurre a cada uno cuando comulgamos.

Y hay más, todavía: ¿Qué significa “ser habitados por Jesucristo”? Y explica Jesús: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí”. Comulgar con la carne y la sangre de Jesucristo, nos introduce en la vida misma de Dios, en la vida divina y sobrenatural del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Pidamos continuamente a Dios, a la Virgen María y a los santos la gracia de participar muchas veces, sobre todo los domingos, en la eucaristía. Y pidamos, además, que nos permita descubrir y saborear la eucaristía.