-Textos:
-Is 50, 5-9ª
-114, 1-6. 8-9
-Sant 2, 14-18
-Mc 8, 27-35
“El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado… El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me
siga”.
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
Los telediarios y la
prensa están informando de tifones y tormentas en el Extremo
Oriente y también en Occidente, en las costas americanas. Los medios
de comunicación también se han hecho eco de noticias sobre nuestra
Iglesia católica que nos llenan de dolor, y de vergüenza, como el
mismo papa Francisco nos ha dejado escrito en carta y discursos de
estos días.
Y nosotros venimos a la
misa del domingo, buscamos luz en la Palabra de Dios, y aliento y
fuerza en la comunión eucarística para dar el testimonio que Dios
quiere, y el que como bautizados y miembros de la Iglesia debemos
dar, en esta circunstancia y en todas las circunstancias en las que
nos desenvolvemos.
“El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
ancianos , sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al
tercer día”.
Estas palabras enseñaba
Jesús a sus discípulos hace más de dos mil años, y estas mismas
palabras nos dice hoy a nosotros esta mañana.
El
anuncio y la implantación del Reino de Dios no es fácil, ni cómoda;
pasa, y ha pasado siempre, por la contradicción, el fracaso
momentáneo, y por el dolor y la muerte. En ocasiones parece que las
fuerzas del mal, del demonio y del pecado, triunfan y se imponen.
Jesús nos dice que tiene
que padecer mucho y hasta ser condenado y ejecutado. Pero dice
también, que tiene que resucitar al tercer día. Y resucitó: y un cielo nuevo y una tierra nueva vendrán.
Si trasladamos nuestra
atención a la figura de san Pedro en el evangelio de hoy, tenemos
que unirnos a su espontánea y firme confesión de fe: “Tú
eres el Mesías”; Tú eres
el Hijo de Dios. Tú has vencido la muerte y el pecado”.
Como seguidores de Jesús
en la Iglesia hoy estamos urgidos a confesar nuestra fe con más
firmeza y mayor radicalidad que nunca. Más escándalos, más
santidad; más abandonos, más coherencia y mayor firmeza en el
testimonio.
San Pedro que había hecho
una confesión tan espontánea y decidida, cuando advierte que Jesús
anuncia caminos de cruz, de persecución y dolor, no entiende, y
quiere quitarle a Jesús esas ideas de la cabeza.
Esta segunda reacción de
Pedro da pie a Jesús para proponernos a todos una sabiduría nueva,
una consigna y una manera distinta de entender la Vida: “El
que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá,
pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Queridos hermanos, y me
atrevo incluso dirigir esta pregunta a las hermanas, como a mí
mismo: ¿Creemos esto? ¿Creemos que perder la vida por Jesús y por
su Evangelio es salvarla? ¿Creemos que el camino de Jesús de amar a
Dios sobre todas las cosas, de atender al enfermo, al pobre, al
débil, de perdonar siempre, de poner al servicio de los demás los
talentos y las riquezas, el dar la vida por amor es el camino de la
verdadera felicidad?
Nuestro señor Arzobispo,
hablando al consejo de Presbiterio nos invitaba vivir hoy más que
nunca la unidad y la comunión con el Papa y con la Iglesia. La
comunión y la fidelidad es lo que de manera especialísima se
manifiesta y se vive en la eucaristía.