-Textos:
-Sb 2, 12. 17-20
-Sal 53, 3-4.6 y 8
-Sant 3, 16- 4,3
-Mc 9, 30-37
“Quien quiera ser
el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”
Queridas hermanas
benedictinas y queridos hermanos todos:
La eucaristía es energía
que Dios nos regala para que cumplamos y vivamos con alegría el
evangelio de Jesús. La Palabra de Dios, que escuchamos en la
eucaristía, es luz para caminar por los senderos de nuestra vida.
No sé si habéis
observado en el relato evangélico de hoy el contraste tan llamativo
que aparece en su contenido: Jesús, el Hijo del hombre, aparece
obediente a su Padre, Dios, y decidido a aceptar la persecución y la
muerte en Jerusalén; a su lado los discípulos están discutiendo
quién es el más importante del grupo.
Son discípulos de Jesús,
pero siguen pensando y deseando con los mismos pensamientos y deseos
de las gentes paganas que no siguen a Jesús. Nos puede pasar a
nosotros lo mismo: Cristianos de toda la vida, pero viviendo como
paganos o casi como paganos.
Jesús aprovecha la
situación para dar una catequesis que muestra con admirable
claridad la médula misma de la vida y de la conducta de los
verdaderos seguidores de Jesús.
En primer lugar da una
consigna, en segundo lugar propone un ejemplo: La consigna es ésta:
-“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos”. Mirad si no es
diametralmente opuesta esta consigna a la manera de pensar y de vivir
de la gente de nuestro tiempo y de todos los tiempos: “Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”. Esta consigna revela que Jesús
y el Reino de Dios que propone son verdaderamente algo novedoso,
original, son proyecto de un mundo nuevo. Si los cristianos
viviéramos de verdad conforme a este principio, provocaríamos sin
duda la persecución y la burla, pero a la vez, la admiración y el
ejemplo que interrogan y atraen. Seríamos de verdad testigos del
evangelio.
Pero Jesús, además de
una consigna, nos propone un ejemplo: “El
que acoge a un niño como este me acoge a mí, y el que me acoge a mí
no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Es el segundo contraste del proyecto revolucionario de Jesús: Lo
niños modelos para los adultos.
Un niño, como ejemplo, en
un momento como el que estamos viviendo, en el que tantos niños son
continuamente noticia porque se abusa de ellos, se los explota, se
los margina, y se les impide vivir.
Jesús propone a los niños
como ejemplo, porque confían totalmente y sin reservas en sus
padres. Como el niño confía en sus padres, así tenemos que confiar
los cristianos en Jesucristo. Si confiamos así en Jesucristo,
confiamos en Dios, acogemos a Dios, y vivimos en Dios.
Pero Jesús pone delante
y en medio de nosotros a un niño, también por otra razón, porque
los niños son débiles, indefensos y pobres. A ellos, más que
ninguno, corresponde la primera bienaventuranza: “Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos”.
Desde este punto de vista,
Jesús nos hace una llamada a sus seguidores: debemos comprometernos
en todas aquellas iniciativas e instituciones que trabajan por hacer
posible que los niños nazcan y crezcan, y nazcan y crezcan en
vueltos en el amor y el respeto que se merecen como personas e hijos
de Dios.
Como
discípulos de Jesús, servidores de todos, pero de un modo muy
especial, de los niños. Son los preferidos de Dios.