-Textos:
-Is 53, 10-11
-Sal 32, 4-5.18-22
-Heb 4, 14-16
-Mc 10, 35-45
Porque el Hijo del
Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su
vida en rescate por todos”
Queridas hermanas
benedictinas, queridos hermanos todos, los habituales a esta misa
conventual y a todos amigos del monasterio, que hoy habéis venido
para acompañar a la hermana Goretti y a rezar por su madre,
Francisca, fallecida recientemente:
Coinciden en esta
eucaristía varios motivos: Hoy es domingo, es domingo del Domund, y
para nosotros particularmente, es una eucaristía en sufragio por la
madre de Goretti.
Queremos partir de las
palabras de Jesús al final del evangelio:
Porque el Hijo del
Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su
vida en rescate por todos”
Que contraste tan radical
entre la manera de pensar de los hijos del Zebedeo y la manera de
pensar de Jesús: Santiago y Juan: “Concédenos
sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Gloria, poder, primeros puestos. Ante esta propuesta Jesucristo da
una catequesis admirable, que además, define la esencia misma del
espíritu propio de la comunidad de Jesús: “El
que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser el
primero, sea esclavo de todos. Y se pone como
ejemplo: “Porque el Hijo del Hombre no ha
venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate
por todos”.
Todos nosotros quedamos
interpelados esta mañana por esta reveladora catequesis de Jesús:
La escala de valores que ofrece es realmente un revulsivo para la
manera de pensar, y de funcionar de esta sociedad en que vivimos.
Y nos preguntamos, ¿por
qué servir, y no, lo que parece más humano, intentar realizarnos
como personas? El secreto del servicio
cristiano está en el amor. Servir, obligado y por sometimiento,
humilla, servir, por amor y libremente, dignifica a la persona que
sirve y también al prójimo al que servimos.
Una madre de familia, las
madres, son ejemplo y testimonio de la enseñanza de Jesús. La madre
de Goretti, Francisca, diez hijos; qué no habrá hecho, de trabajo,
de servicio, de perder el sueño y de madrugar; de disimular su
cansancio y quedarse en segundo y en último lugar; como tantas
madres. Y lejos de sentirse humillada, se ha sentido feliz y
contenta, viendo cómo los hijos e hijas crecían y se hacían
personas; acariciándolos cuando salían para abrirse paso en el
mundo o a realizar su vocación, y multiplicándose en el trabajo
cuando volvían a casa y había que preparar la mesa y la casa para
que toda la familia se sintiera feliz. Ella sirviendo a todos, sí, y
feliz, porque amaba y se sentía amada.
Ella, como tantas madres,
sirviendo por amor, ha seguido a Jesús. El amor que emana de las
enseñanzas y del ejemplo que nos da Jesucristo es también el
secreto que da sentido y hace posible el mensaje que nos dice hoy el
DOMUND: ¡Cambia el mundo!
El mensaje nos dice: El
mundo debe cambiar, y si el mundo debe cambiar, arrima tú el hombro,
pon tu grano de arena y cambia este mundo”.
Pero, hermanos: ¿cómo
cambiar el mundo? ¿Qué podemos, qué puedo hacer para cambiarlo? La
respuesta la encontramos en Jesús: “El
Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la
vida en rescate por todos”.
Ama
y sirve, como sirve una madre, como sirven los misioneros y las
misioneras, y voluntarios y voluntarias, que van a los últimos
rincones del mundo para alimentar, educar y evangelizar a prójimos
suyos y nuestros, necesitados, marginados y también explotados.
Hermanas y hermanos todos:
En el momento solemne de la consagración el sacerdote va a decir:
“Este es el cáliz de mi sangre, que se
entrega por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados”.
El servir por amor cambia el mundo.